El ex presidente González todavía tiene dudas de si hizo bien al rechazar la posibilidad de atentar contra la dirección de ETA. Mantener esa duda revela un desprecio hacia los resortes del Estado de Derecho e implica hacer cálculos, y un estado democrático no debe hacerlos cuando se trata de vidas, porque se sitúa al nivel de los terroristas. Un disparate.
La portavoz del Gobierno Vasco, Idoia Mendia, es tan comedida, prudente y flemática que ayer se limitó a decir que las últimas confesiones (que en eso se convirtió la entrevista publicada) de Felipe González, habían sido «bastante desafortunadas». Esa consideración fue la más amable que se oyó pronunciar en la familia socialista desde que los dirigentes pudieron leer al ex presidente sus dudas con carácter retroactivo durante la etapa siniestra en la que los GAL asesinaron a 27 personas relacionadas con ETA. Y se quedaron atónitos, cuando no indignados. Incapaces de «cantar en silencio», como haría Jesús Eguiguren, no pocos dirigentes socialistas admiten en privado que Felipe, «el compañero Isidoro», acababa de servir «munición dialéctica» al PNV, a la izquierda abertzale, a la oposición del PP en el Congreso y a buena parte de la opinión pública que le tiene ganas al actual Gobierno socialista. Todo un regalito electoral. Felipe haciendo amigos. Asegurando, sin que nadie se lo preguntara por cierto, que había tenido la posibilidad , en una ocasión, de «volar» la cúpula de ETA, dejó al descubierto su responsabilidad política sobre la «guerra sucia».
Pero lo que más ha impactado en sus seguidores más fieles es saber que el ex presidente todavía tiene dudas de si hizo bien o no al rechazar la posibilidad de que atentaran contra la dirección de ETA. Porque mantener esa duda implica hacer cálculos. Y un Estado democrático no debe hacer cálculos cuando se trata de vidas, porque se está situando al mismo nivel que los terroristas. Un disparate. Mantener esa duda revela un desprecio hacia los resortes del Estado de Derecho que resulta difícil de comprender. Porque Felipe estará retirado de la primera línea política pero no se le ha ido la cabeza ni da puntada sin hilo. ¿A quién ha pretendido proteger y a quién perjudicar con unas declaraciones en las que, además, se atreve a cuestionar las sentencias firmes de delitos juzgados?. Si buscaba marcar la diferencia entre los actuales socialistas que rodean a Zapatero y los de su generación, no ha sido una estrategia hábil porque la línea divisoria entre los de antes y los de ahora no se puede trazar de una forma nítida. Y alguno de los suyos ha podido resultar «tocado».
Pero el peor mensaje de Felipe González, en su polémica entrevista, ha sido la falta de arrepentimiento desvelada en la propia duda que todavía mantiene. Todo un «mazazo» para las víctimas del terrorismo de quienes siempre se ha ponderado su dignidad democrática al no haber caído en la tentación de tomarse la justicia por su mano , arrancando a los verdugos de sus familias el «ojo por ojo» y, por el contrario, haberse dedicado a reclamar justicia en vez de venganza. Flaco favor ha hecho, pues, el ex presidente a los suyos con una cuestión tan delicada y utilizada como arma arrojadiza como la de los Gal.
Las primeras reacciones del socio preferente del lehendakari, Patxi López, el popular Antonio Basagoiti tuvieron poco recorrido porque la ironía no comprendida estuvo a punto de provocar una seria crisis en la estabilidad del gobierno de Ajuria Enea. Como todo el mundo daba por hecho que Felipe González había despejado la ‘X’ de los Gal que buscaba el juez Garzón en su día, el presidente de los populares se permitió tirar de abecedario y decir que sólo falta saber quién es la ‘Y’ griega de esta historia. Pero las ironías en la lucha contra ETA no se admiten. Y Basagoiti entendió que no había estado afortunado y que no sería justo ahora arremeter contra quienes, desde sus responsabilidades, en Madrid y Vitoria, están empleando todas sus energías en perseguir a ETA. Todo este embrollo lo ha organizado el ex presidente de Gobierno. El solo. Pero como ha lanzado un fuego «amigo» los suyos, sus amigos, tienen que llevar la procesión por dentro mientras esperan con impaciencia que los adversarios vuelvan a meter la pata y la gente se olvide del mal trago que están pasando.
Tonia Etxarri, EL DIARIO VASCO, 10/11/2010