LIBERTAD DIGITAL 30/06/17
MAITE PAGAZAORTUNDÚA
Hay hechos que se nos prenden con levedad o se diluyen sin que nos demos cuenta. Otros se graban a fuego vivo en la memoria personal de todos los que tenían conciencia en un momento. Esos hechos son los que marcan un tiempo histórico.
Hace veinte años. No olvido la mirada inocente de Miguel Ángel Blanco.No olvido la de José Antonio Ortega Lara recién liberado. Se abría al infierno que le hicieron sufrir durante casi dos años. No olvido un miserable y despiadado titular de periódico: «Ortega Lara vuelve a la cárcel», publicado al día siguiente de su liberación por parte de la Guardia Civil. Fue en la portada del periódico Egin. El responsable de ese titular, Martin Garitano, redactor jefe del diario, llegó a diputado general de Gipuzkoa tras presentarse a las elecciones por las siglas lobistas de los presos de ETA en el año 2011.
No quiero olvidar la fortaleza de la familia de Miguel Ángel Blanco durante las cuarenta y ocho horas en que la organización terrorista ETA nos chantajeó. Ni la del alcalde de Ermua. Ni la de aquel Gobierno. Ni la de la sociedad. Sé que no es posible aproximarnos al mal absoluto que sufrió durante esos dos días el joven concejal del Partido Popular en Ermua. Ni a una minúscula parte del dolor y angustia de su familia en ese tiempo terrible. Ni desde que encontraron su cuerpo agonizante en una zona poco transitada del municipio de Lasarte-Oria.
Miguel Ángel pertenecía a una joven generación de valientes concejales que, tras el asesinato de otro joven líder, Gregorio Ordóñez, se unieron a otros, socialistas y populares, que aguantaban la persecución de los nacionalistas que mataban y la incomprensión de los nacionalistas que no mataban y nos gobernaban.
En el verano de 1997 yo era madre primeriza tras haberse malogrado un primer embarazo. No puedo explicar la felicidad que sentíamos por aquella criatura que nació sana y llena de determinación. La niña se quedaba muy atenta y silenciosa en su cochecito mientras gente de todas las edades aplaudíamos o coreábamos con todo el alma –profundamente unidos–, clamando que no asesinasen a Miguel Ángel. Fuimos millones en todo el país.
Fuera de nuestra familia no comentábamos la amenaza de muerte que ya se cernía sobre mi hermano Joxeba, porque dos años antes un comando de ETA había sido detenido por la Guardia Civil a pocos días de asesinarlo. Nuestra madre había sido increpada por algunos radicales y empezaba a notar que su presencia resultaba incómoda en algunos lugares donde hacía la compra. Nosotros, sus hijos, ya no podíamos salir de noche por Hernani, porque habían puesto en marcha lo que llamaron «socialización del sufrimiento», que consistía en una estrategia de acoso integral para todos los que no compartíamos la ideología nacionalista vasca sin ocultarlo. La ponencia política que había puesto en marcha esa intensa campaña fue discutida y aprobada por miles de militantes de HB en 1994 y se fue poniendo en marcha en cada pueblo, en cada barrio, en cada vecindario. Lo hicieron al mismo tiempo que en asuntos lingüísticos y culturales se acercaban a los nacionalistas que no mataban. Era una coartada perfecta.
Los incidentes que iba sufriendo nuestra madre nos sirvieron para ocultarle en un primer momento que necesitábamos que ellos salieran de Hernani. A hacer desaparecer las rutinas de las comidas familiares dominicales, con el fin de evitar dar facilidades a los asesinos. Años después, el que mató a Joxeba fue, de hecho, un vecino de nuestro pueblo. Pocos meses más tarde, también nosotros nos habíamos instalado en la capital donostiarra. Para el verano de 1997, ante el riesgo tan severo en su caso, Joxeba, su mujer Estibaliz y los niños, muy pequeños, se habían trasladado a la Rioja alavesa. Si cuento esto es por poner el contexto real y concreto del alcance de la persecución.
A Miguel Ángel Blanco buscaron matarlo causando el mayor sufrimiento posible. Los forenses certificaron que el calibre del arma era pequeño –no el habitual en aquella organización terrorista– para que la primera bala no lo matase y pudiera sufrir un poco más, siendo consciente de que llegaba el segundo tiro y para que la agonía durase horas. Uno de los tres asesinos se suicidó dos años más tarde tras enloquecer.
Del chantaje y la tragedia surgió un espíritu de libertad y el compromiso de intelectuales vascos, especialmente de profesores, que también fueron perseguidos. El Foro de Ermua, la iniciativa Basta Ya o el colectivo de víctimas Covite surgieron en el País Vasco desde un profundo sentido del deber cívico.
El juicio por el asesinato de Miguel Ángel se celebró en el año 2006. No quiero que olviden la mirada y la risa despiadada de los asesinos Javier García Gaztelu e Irantzu Gallastegi. Su familia tuvo que soportar el dolor añadido de la arrogancia y chulería de los asesinos y de buena parte de los familiares y amigos que se desplazaron para apoyarles. Consuelo Garrido, madre de Miguel Ángel, dijo después del juicio que no podía dejar de pensar y mirar las manos que fueron capaces de matar a su hijo.
Este es el fuego de la memoria que los nacionalistas desean apagar implantando –con importantes recursos económicos y un objetivo de largo plazo– una verdad oficial que mezcla tiempos históricos y otras violaciones de derechos humanos para esconder la magnitud de esa estrategia de odio a lo español, de adoctrinamiento ideológico y la persecución de la libertad de conciencia que no importó a los líderes nacionalistas que no mataban. Tienen los votos para esconder esa responsabilidad difusa, para establecer una política de reconciliación cómoda para los cientos de miles de personas que pidieron nuestro asesinato. Esta es la prioridad de la política de paz y convivencia que lidera el Gobierno vasco de la mano deJonan Fernández, etnopacifista que evolucionó desde el mundo de Herri Batasuna y persona apropiada para la reconciliación entre nacionalistas.
ETA no mata. Se disolverá cuando considere que puede obtener beneficios publicitarios, electorales o penitenciarios. Los etarras salen de la cárcel y son recibidos como héroes sin que las autoridades se inquieten, pero las placas en memoria de los asesinados que colocan las víctimas de Covite enfadan a los gobernantes. La vida privada es más cómoda en el País Vasco ahora y hay más tolerancia privada, porque el nacionalismo es realmente hegemónico y los tabúes políticos son más pesados que hace veinte años. Un detalle que pasa inadvertido: han regresado las pintadas amenazadoras a las sedes políticas para apretar un poco. Contra el PNV, para que se esfuerce en resultados prácticos sobre la situación de los presos etarras. Contra los socialistas y populares, para que consientan.
En julio de 1997 Maite Pagazaurtundua era parlamentaria vasca por el PSE-EE y concejal del Ayuntamiento de Urnieta (Guipúzcoa). En la actualidad es eurodiputada por UPyD.