Hace ya tiempo que Susana Díaz confesó a sus interlocutores que la única forma de sacar a Pedro Sánchez de Ferraz era una ejecución cruenta, puesto que el reo se resistía a subir al cadalso de forma voluntaria. Aun así, el PSOE perdió el sábado 1 de octubre algo más que un secretario general. Perdió la elegancia. Y el pudor. Los ejecutores de Sánchez –cuya vanguardia de combate fue la misma que acabó con Borrell, Chacón y Madina– podían haber actuado con más finura. Los barones de la Orden del Fénix lo han dejado todo perdido de sangre y ahora hay que limpiarla. Con lo que cuesta sacar esa mancha.
Javier Fernández ha empezado con la tarea. Dos tareas en realidad. Limpiar la sangre y recuperar la elegancia. Y el pudor. El hombre de la Gestora derrochó elegancia y naturalidad en su primer día. Compareció con la culpa y el bochorno reflejados en el rostro. Pidió perdón con la mirada y con las palabras. Su lenguaje corporal –sosegado y humilde después de la batalla– dejaba ver una conciencia plena de que el PSOE la ha cagado, pero bien. No se entiende por qué el PSOE sacó la semana pasada una «única autoridad» de chiste, dejando en casa a la «autoridad» de Fernández. Quizá se hubieran ahorrado muchos disgustos.
«Hay que acabar con esa especie de incendio interior que nos está consumiendo», dijo. El incendio interior que aterraba a los mineros asturianos de su tierra. El fuego interior que consumía a los poetas románticos, igual que consume a este PSOE atrapado entre las llamas de la abstención y las llamas de las terceras elecciones. Imposible no quemarse.
Los socialistas transitan por el incendio despistados, aturdidos y desorientados. La vieja guardia ha aparecido en escena para pedir al PSOE una vuelta a los 80. Como si fuera posible rejuvenecer. González y toda su corte celestial han asumido como verdad revelada que los socialistas deben abstenerse y dejar gobernar a Rajoy para después recuperarse. Qué fácil se ve todo desde los yates de los millonarios, las fundaciones internacionales y los despachos de los poderes fácticos. Las élites del PSOE, escribió ayer Ignacio Sánchez-Cuenca en Infolibre, «no han entendido lo que ha sucedido en estos años en la sociedad española». Si los diputados socialistas se abstienen, darían la razón al relato devastador de que PSOE y PP son lo mismo, las dos caras de un régimen que se desmorona. El mismo relato que ha provocado su sangría de votos hacia Podemos.
El precio de la abstención es incalculable. También el de las terceras elecciones, para las que el PSOE no tiene candidato verosímil. O quizá sí. Tal vez los votantes agradecieran más la naturalidad de Javier Fernández, que el marketing y las renovaciones de catálogo que suelen acabar mal.