Un fusible es “un componente eléctrico hecho de un material conductor, generalmente estaño, que tiene un punto de fusión muy bajo y se coloca en un punto del circuito eléctrico para interrumpir la corriente cuando esta es excesiva”. “El fusible”, se nos explica, “se recalienta y se rompe (salta) y actúa como mecanismo de seguridad de toda la instalación”.
Eso es justo lo que nos ha faltado y falta en la crisis catalana. Nuestro sistema democrático ha ido recibiendo sobrecarga tras sobrecarga sin que saltara ningún mecanismo de seguridad: ni de diálogo cuando era posible ni de firmeza cuando era necesaria. La responsabilidad principal es, sin duda, de aquellos que han decidido introducir en el sistema democrático tensiones de un voltaje más alto del que este está preparado para soportar. El populismo, el nacionalismo, la apelación a la democracia directa, el vaciamiento de las instituciones, la excitación de sentimientos de odio y humillación, la reivindicación de la calle y la desobediencia como instrumentos de cambio político, el desprecio a las más elementales normas de convivencia, legales pero también cívicas, no tienen fácil cabida en un sistema eléctrico diseñado para el día a día de pagar las pensiones, construir carreteras, educar a los niños y curar las enfermedades de ciudadanos normales.
Pero la responsabilidad final es del vigilante del sistema, un señor que presume de anodino pero en cuyas manos, como jefe de Gobierno, los ciudadanos han depositado la responsabilidad de administrar el sistema eléctrico, esto es, la democracia. Rajoy ha asistido impávido durante años al desbordamiento de la tensión. Todas sus previsiones han resultado fallidas: los independentistas se dividirían, no iba a haber referéndum, los Mossos iban a colaborar, no habría declaración de independencia. Y todas sus actuaciones fracasadas en términos de eficacia pero también de comunicación, interior y exterior. Nunca ha tenido un plan, ni parece tenerlo ahora, más allá de trasladar los costes a otros y evitar su desgaste. Desde el Rey hasta la Fiscalía pasando por la Policía, Guardia Civil o los jueces, todas las instituciones del Estado han sufrido las descargas de alta tensión que él no ha querido asumir. Nunca nadie pidió tanto apoyo para hacer tan poco, tan tarde ni tan mal.