Editorial-El Español

Al aceptar el plan de paz para Gaza el viernes por la noche, Hamás reconoció también tácitamente su derrota en esta guerra a punto de cumplir dos años.

Pero los flecos que aún quedan por precisar en el itinerario de veinte puntos acordado entre Trump y Netanyahu invitan a moderar el optimismo que despierta el temporal cese de la ofensiva terrestre, ordenado por EEUU a Israel después de que los terroristas concediesen devolver a los rehenes.

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Es indiscutible que el plan de Trump es la opción más creíble que ha surgido hasta la fecha para salir de un rompecabezas que ha causado un sufrimiento indecible para ambos contendientes.

Pero tampoco se puede olvidar que se trata de un primer esbozo cuyos detalles (a la postre, los aspectos más trascendentales) está aún por concretar.

Entre ellos, los términos en los que se procederá a la repatriación de los rehenes israelíes a cambio de la liberación de los presos palestinos en Israel, sobre los que versarán las negociaciones que hoy comienzan en El Cairo.

Y no cabe dar por hecha esta fase preliminar, en la medida en que es de suponer que Hamás no aceptará desprenderse de la que ha sido su principal baza para gozar de fuerza negociadora frente a su enemigo sin tener antes plenas garantías de la retirada total de las fuerzas israelíes de la Franja.

Y el problema es que Netanyahu, aprovechando que el plan de Trump no precisa geográficamente la cuestión, se está mostrando ambiguo sobre cuán lejos está dispuesto a retirar a sus tropas.

Lo que parece claro es que, con la imposición de su plan, Trump ha colocado a Netanyahu en una posición desde la que muy difícilmente podría ya retractarse y reanudar las hostilidades, una vez la ciudadanía israelí ve tan cerca el ansiado retorno de los rehenes.

Y, por eso, en pos de reconstruir la nula confianza entre los dos flancos de la mesa de negociación, no sería descartable que Netanyahu tuviera que avenirse a alguna concesión adicional.

Pero mucho más generadora de desconfianza es la ambivalencia de Hamás, que cuando aceptó liberar a los rehenes lo hizo de una forma condicional que transparenta un hondo disenso sobre algunos de los puntos capitales del acuerdo.

De ahí que para algunos analistas la respuesta de Hamás dista de ser satisfactoria.

Porque supone que ha aceptado la primera parte del plan (el alto el fuego y el acuerdo de prisioneros), pero no así la segunda mitad, concerniente a la reconstrucción de Gaza.

En su respuesta, Hamás no hizo mención a su desarme pese a que el acuerdo contempla su desmilitarización.

Y aunque los terroristas sí han asentido a la administración transitoria con supervisión internacional contemplada en el arreglo, parecen determinados a seguir teniendo un papel en el nuevo escenario político palestino, algo que el plan también descarta.

Es legítimo, por tanto, preguntarse si, con su resistencia a desarmarse y su insistencia en participar en el futuro gobierno de Gaza, realmente Hamás ha aceptado el plan de Trump, o esta aceptación condicionada equivale a un rechazo en la práctica.

Por eso, las negociaciones mediadas por EEUU que hoy se retoman en Egipto entre los terroristas y el gobierno israelí serán la auténtica prueba de fuego de las verdaderas intenciones de Hamás.

En su mano está ahora acabar con esta masacre. Por lo que su actitud en las conversaciones dirá si la milicia está realmente comprometida con una paz duradera y estable. O si, por el contrario, sólo dijo aceptar el plan de veinte puntos para ganar tiempo y evitar los reiterados ultimátum con los que Trump ha amenazado con «aniquilar» a Hamás.

Si los terroristas no se muestran en estas negociaciones de paz dispuestos a desarmarse y entregar el poder, demostrarán que persisten en la mala fe que malogró los dos alto el fuego anteriores.