- Las críticas más feroces vendrán de su propio partido por haber sido, estar siendo, un killer político a gran escala especialmente contra los suyos
La bipolaridad política de Pedro Sánchez se está convirtiendo en un atractivo tema de investigación para cualquier politólogo estudioso de los diferentes modos de ejercer el poder por parte de aquellos que lo alcanzan. Los ejemplos que de forma constante ofrece su comportamiento son tan numerosos y tremendos que podrían alimentar cualquier tesis doctoral o cualquier tratado monográfico que versara sobre la materia.
Siempre se ha dicho, y básicamente es cierto, que la política es el arte de lo posible. De ahí al posibilismo sin límites que caracteriza a la praxis sanchista va un largo trecho que hasta ahora no había recorrido ningún líder político español de ámbito nacional. La semana pasada hemos asistido a un hecho más que singular que confirma lo anterior. Una componente del Gobierno, en concreto una secretaria de Estado, colgó en las redes sociales un vídeo cuya pretensión es insultar a Pedro Sánchez pues así se entiende desde la izquierda haberle asimilado al por ellos duramente denostado Santiago Abascal. Ante semejante despropósito y deslealtad, la única decisión razonable y además la única digna hubiera sido el cese fulminante de la autora de la tropelía. Pero, encadenado por su pacto con Podemos, Sánchez ha demostrado una vez más que no es libre para ejercer su potestad constitucional de nombrar y cesar a los miembros de su Gobierno y se ha tenido que tragar el sapo. Como se ha tragado tantas y tantas veces los que le han servido sus socios de Gobierno y sus socios de mayoría parlamentaria.
La vuelca contra los periodistas y las empresas en las que trabajan haciéndolo con acusaciones propias de cualquier ministro de Información de Franco»
El ardor de estómago que le han provocado la multitud de sapos que lleva ingeridos a lo largo de su mandato ha provocado en Sánchez una enfermiza necesidad de volcar su ira hacia los demás. Que la vuelque contra sus rivales políticos es hasta cierto punto lógico pues, a fin de cuentas, rivales son. Sorprende por el contrario que, desbordando la racionalidad, también la esté volcando con harta frecuencia contra cualquier tercero que se atreva a no comulgar con su acción de Gobierno. La vuelca contra los empresarios y lo hace mediante un discurso falangista que hubiera suscrito el mismísimo Manuel Hedilla. La vuelca contra los periodistas y las empresas en las que trabajan haciéndolo con acusaciones propias de cualquier ministro de Información de Franco. Y la vuelca también contra los que sin ser empresarios ni periodistas osan discrepar de sus decisiones, medidas y actos. En este caso, acude a una táctica pretendidamente descalificadora tachándolos de iluminados.
Hace unas semanas se refirió en el Senado a los chamanes y brujos fiscales, calificando así a los que consideran que su política tributaria es abrasiva, injusta e ineficiente. El martes pasado, también en el Senado, calificó como “profetas del apocalipsis” a todos los que avisaron hace meses que la economía española afrontaba una etapa de pre crisis con riesgo serio de empeoramiento. Que el aviso se está cumpliendo a grandes rasgos es una evidencia estadística, ahí están los datos del PIB de los dos últimos trimestres y los de la última Encuesta de Población Activa para evidenciarlo, pero Sánchez ha optado por hacerse “un Zapatero”. Éste fue capaz de negar durante dos años la existencia de la crisis financiera que arrancó en 2.007 y, coherente con su negativa, mantuvo su política económica inalterable. Como resultado conjunto de la intensidad de la crisis y de la inacción de Zapatero se provocó un tsunami en la economía española que arrasó con nuestro crecimiento económico -de crecer un 4,1% se pasó a decrecer un 3%- y que triplicó la tasa de paro -desde el 8,3% al 25,8%-. Y el tsunami acabó también con Zapatero.
Siendo de menor gravedad el actual escenario, la persistencia de Sánchez en negar la evidencia y el consecuente mantenimiento de sus errores en materia económica están volviendo a dañar a la realidad española. Para él, en lo personal, supone un añadido que se suma a su nefasta gestión política para provocarle un amargo final, algo que le tiene considerablemente preocupado según ha referido su ex ministro Máximo Huerta. Y hace bien en preocuparse pues la Historia le ubicará en el lugar que se merece. Pero es que, además, en su caso, las críticas más feroces vendrán de su propio partido por haber sido, estar siendo, un killer político a gran escala especialmente contra los suyos, contra los socialistas honestos disconformes con la deriva sanchista, contra los líderes del PSOE que no abrazan el credo oficial, incluso contra los que lo abrazaron y fueron después defenestrados. Todos le pasarán factura una vez que los electores le hayan cobrado previamente la suya. A Sánchez le tocará entonces rumiar todos los sapos que se ha ido tragando hasta ahora. Su preocupación por el futuro que le espera está más que fundada.