El futuro del futuro

IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL Correo

  • Fomentar la natalidad debería estar en el centro de las preocupaciones sociales y de nuestros dirigentes
Si la demografía es el futuro -no sé si la frase es cierta, pero tiene toda la pinta de serlo-, el nuestro es del color de la tinta que emite el jibión cuando se ve en apuros. A los problemas tradicionales que plantea una tasa de fertilidad minúscula se han sumado este año los efectos de la pandemia. ¡También aquí! No sólo por el exceso de mortalidad que ha provocado en la población de más edad, sino porque la crisis y las dificultades del empleo han afectado a los flujos migratorios que habían sostenido el tamaño de nuestra población en los últimos años. Menos empleos, menos oportunidades, menos llegadas.

La evolución demográfica y la resistencia de los autóctonos a aceptar según qué trabajos nos conduce a una extraña situación, que la patronal denuncia con frecuencia, de compaginar unas elevadas tasas de paro con unas dificultades sorprendentes para cubrir ciertos puestos de trabajo, al no encontrar candidatos preparados para ello.

Además, la mala evolución demográfica distorsiona la percepción de la realidad y nos conduce al engaño. En el País Vasco y también en otros lugares, pero menos, todos los índices económicos y sociales que se muestran en términos relativos, ‘per cápita’, arrojan cifras muy favorables porque dividimos lo que hacemos y tenemos entre menos. Pero a la vez, si los observamos en términos absolutos, la cosa es mucho menos favorable. Es, incluso, muy negativa. Recuerde sólo el estudio que publicaron las Cámaras de Comercio hace unas pocas semanas sobre el peso de cada comunidad autónoma en el PIB español, en donde veíamos que nos posicionaba como la comunidad que más peso relativo ha perdido en las últimas décadas, a pesar de utilizar el Concierto Económico a nuestro favor… Cuando nos hemos decidido a utilizarlo, que esa es otra. Total, que en 2020 se ha producido la mayor caída de la población de todo el siglo. 7.943 personas menos. Si en 2019 se instalaron entre nosotros 16.500 personas, el pasado año lo hicieron tan sólo 1.448 que, obviamente no compensan los 9.391 autóctonos que se marcharon a vivir a otros puntos de España.

¿Razones para este descalabro demográfico? Cualquier explicación que tengamos deberá incluir las complicaciones que afrontan los jóvenes para lanzarse a la aventura de ser padres. Ya sabe, poco empleo, mal remunerado, nada estable, viviendas caras, etc. Todo ello es cierto y explica también el retraso de la edad de emancipación. Pero algo más tiene que haber, algún cambio sociológico profundo se ha producido y alguna alteración grave de las prioridades personales.

No hay otra manera de explicar el apabullante dato de que en 2019 (el último año ‘normal’ antes de la aparición de la pandemia) hubo en toda España 360.617 nacimientos, mientras que en 1936 (el primero de la Guerra Civil, con la esperanza en el futuro maltrecha) se produjeran 622.707. O los 415.233 que nacieron en 1939 con el país derruido y sumido en la extrema pobreza. ¿Somos más egoístas y menos esforzados? Sin duda. Hoy hay muchos problemas, pero siempre los ha habido.

En cualquier caso, en esto de la natalidad pasa como con el empleo. No hay una solución mágica, hay obligaciones globales. El aparato administrativo, el sistema educativo, la organización del trabajo y el esquema fiscal deben de orientarse hacia el fomento de la natalidad, que debe estar en el centro de las preocupaciones sociales y de las ocupaciones de nuestros dirigentes. Vamos, lo que lleva años proponiendo Hirukide. Si no empezamos a ponerle solución, en unos años no tendremos que preocuparnos por la crisis. En realidad, no tendremos que preocuparnos por nada.