JAVIER ZARZALEJOS-EL CORREO

  • El de Sánchez es un Gobierno de mala calidad que apenas neutraliza a los socios de Podemos y a aliados con antecedentes penales como sedición y terrorismo

Un logro no menor del Gobierno y sus glosadores es haber implantado en la opinión que su continuidad por muchos años es un hecho incontrovertible, una ley física. Los sondeos de opinión se están moviendo a favor del centro derecha y reflejan el desgaste de las piezas de Frankenstein. Pero el conjunto no da, y de ahí se pasa a considerar que la permanencia de Sánchez se ha convertido en un elemento estructural del sistema político sin alternativa posible en vez de un episodio de alternancia al que seguirá otro de signo distinto.

Tal vez acierten los que piensen así, aunque malo será que la sociedad española se resigne a no generar una alternativa de gobierno. Pero es que, además, ese futuro ineluctable de Sánchez en La Moncloa no está en absoluto escrito. En realidad, las pretensiones de sucederse indefinidamente que han albergado algunos presidentes del Gobierno han quedado lejos de cumplirse aun cuando parecía que tenían casi todo a su favor.

Aznar a estos efectos no cuenta porque él mismo decidió que no se presentaría a un tercer mandato. No así José Luis Rodríguez Zapatero, habitante perpetuo de su mundo feliz y sectario que, mientras Lehman Brothers quebraba y se levantaba la enorme ola de la crisis financiera y de deuda, prometía el pleno empleo y alardeaba de la salud de nuestro sistema financiero. Al propio Mariano Rajoy que, incluso en los peores momentos electorales, marcó una distancia significativa con los socialistas, cuando en mayo de 2018 creía tener asegurada su segunda legislatura en La Moncloa legislatura después de ver aprobados los Presupuestos Generales del Estado con el apoyo del PNV, resultó que una frase infundada en la sentencia del ‘caso Gürtel’ le detonó una moción de censura en la que la izquierda venía trabajando. Y la moción salió adelante, poniendo fin a la trayectoria de un político como Rajoy, astuto y coriáceo, pero demasiado sorprendido por demasiados acontecimientos en demasiado poco tiempo.

Es verdad que el caso de Sánchez es distinto porque cree haber dado con la ingeniería política que mantendrá alejada cualquier alternativa y, en concreto, al Partido Popular. Ocurre que en política las fotos fijas son un puro efecto óptico y las piezas con las que el líder del PSOE ha compuesto este constructo que hoy es el Gobierno de España cambian. El propio Ejecutivo tiene que demostrar eficacia, capacidad de gestión, buen rendimiento en términos de gobernanza y todo eso es una exigencia que se encuentra lejos de acreditar.

Este Gobierno es un Gobierno de mala calidad que a duras penas puede exhibir sus excepciones razonables para neutralizar a sus socios de Podemos y a la compañía de aliados en la «dirección del Estado» con antecedentes penales tan selectos como la sedición y el terrorismo. Agrietado por su confrontación de fondo con Podemos, atrincherado Iglesias en los ministerios que controla, este Gobierno es la imagen de la muñeca rusa a la inversa, si es que eso fuera posible: un Gobierno dentro de un Gobierno, dentro de otro Gobierno hasta llegar a la pieza grande, al liderazgo personal de Sánchez fuera del que no hay vida política en el socialismo español. La mayoría piensa que si a Frankenstein lo derriba algo, será la economía, o más bien su colapso por el Covid-19.

Desde luego que el Ejecutivo puede seguir contando con la largueza del Banco Central Europeo mutado en una institución que combina el papel de fondo de rescate y de un monte de piedad a escala continental, donde Estados abrumados por la crisis encuentran en Frankfurt a quien les compra sin preguntar toda la deuda que tengan que emitir. Y lo mismo ocurre con el dinero dedicado a España del fondo de recuperación, esos 140.000 millones de euros proyectados que deberían actuar como verdaderas palancas de transformación de nuestro sistema productivo.

Pero las reglas volverán y este Gobierno que puede gastar, endeudarse en incurrir en el déficit que quiera sin que nadie diga nada, deberá volver no tanto al rigor económico sino al rigor institucional, a la gobernanza, a la sustancia de los problemas, a las soluciones reales y no a la reiteración de las políticas fracasadas. Se trata de gobernar la economía en el posCovid y se trata de gobernar, sin más. La crisis disimula las disfuncionalidades que acumula España, dentro de una deliberada erosión del marco institucional del país a manos del oportunismo populista de los que dentro del Gobierno todos los días expresan su proximidad al proyecto de Bildu y al de los independentistas catalanes. Y eso no es economía, es la política, la que hace los gobiernos y los deshace volviendo contra ellos su propia ‘hybis’, esa sensación arrogante de invulnerabilidad que termina por ser letal.