En este verano de inundaciones, he visto Reminiscencia. Mal, floja. Pero tenía curiosidad por ver el debut de Lisa Joy, chica lista y brillante, cuñada de Christopher Nolan y esposa de Jonathan Nolan, a quienes profeso devoción contra viento y (¡vaya por Dios!) marea. La película promete, pero no cumple, a lo cual estamos acostumbrados en todos los órdenes de la vida.
La acción (crimen, pesquisas, drama pasional) transcurre en un Miami casi totalmente cubierto por las aguas. No se dan demasiadas explicaciones (o ninguna) de cómo se ha llegado a esa situación. ¿Para qué? Entra dentro de lo previsible. La mediocre Waterworld ya mostró hace casi 30 años a nuestro planeta bajo las aguas. Los casquetes polares se iban a derretir y todo eso. O sea, lo que ya estamos viendo: los grandes icebergs partidos y a la deriva.
Las grandes películas (y novelas) de ciencia ficción han imaginado y anticipado tantas cosas que quedan muchas por cumplirse. Esperemos que haya muchas que no se cumplan nunca (por la cuenta que les trae a nuestros descendientes) y que sólo sirvan para deleitarnos con el sobrecogimiento y el espectáculo que producen. Y para tomar buena nota, claro.
Ya sé que es un tópico decir que las historias futuristas, distópicas y de ciencia ficción (meto a todas en el mismo saco) siempre han sido premonitorias y que muchas de sus anticipaciones se han ido materializando, aunque no veo probable que lleguemos a ver a un Godzilla correteando por la Gran Vía y trepando a lo alto de Telefónica.
Sin embargo, sí creo que todos tenemos la sensación (mucho más que hace 20, 40 o 60 años) de que el futuro, con sus más insospechadas previsiones, ya está aquí. No al 100%, menos mal, pero sí, para lo bueno y para lo malo, con una gran abundancia síntomas y de rasgos.
Pensemos, por lo pronto, que ya hemos entrado sobradamente en el tiempo en el que, hace unas décadas, los escritores y los novelistas del pasado fechaban sus fantasías inquietantes cuando pensaban que la cosa iba para largo: 1984; 2001, Una odisea en el espacio; 2013, Rescate en Los Ángeles… Ya sabemos lo que es padecer a un Gran Hermano (sobre todo en la tele), los ordenadores y la inteligencia artificial mandan (y se desmandan) muchísimo, ya se ha prohibido fumar y no falta mucho, según los indicios, para que el consumo de carne roja sea castigado.
El ambientazo del primer Blade Runner (1982) se situaba en 2019, que ya pasó, y aunque no hay de momento replicantes saltando por los tejados (que se sepa), la atmósfera de esa película (y de otras) cada vez nos resulta menos extraña y ajena. Estamos ya en el ajo, amigos. Y ahora, para cerrar este verano en el que unos particulares se han paseado por el espacio, va a llegar Dune. Rezamos para no encontrar en ella el menor parecido con el mundo que ya estamos viviendo, cada vez más cercano al de Joker o al de Hijos de los hombres. Qué batiburrillo, ¿verdad?
Y ya estamos en vísperas de 2022, el año en el que Richard Fleischer, en 1973, localizó en Nueva York la pesadilla de Cuando el destino nos alcance, también conocida por muchos cinéfilos por su título original, Soylent Green: alta contaminación, aire casi irrespirable, calor insoportable, escasez de alimentos, ricos muy ricos en sus torres y pobres muy pobres en las calles, superpoblación, protestas, represión policial, debilidad de los Estados y gobierno de las grandes corporaciones…
Incluso ya tenemos galletas verdes, si bien, y felizmente, no tienen (creo) el mismo origen que las fabricadas en la película. ¿Nos ha alcanzado ya el destino? El agua, la que queda, nos va llegando al cuello, pero no es menos cierto que Mbappé es mucho Mbappé.