El G-7 en Hiroshima

Eduardo Mozo de Rosales-El Correo

  • Las potencias industriales trasladan a China un mensaje para que frene a Putin porque solo la geopolítica marcará el final de la guerra en Europa

Conviene recordar que el G-7 es el club de las democracias industriales del mundo, aunque para los países no alineados huele un poco a cerrado. Lo componen Estados Unidos, Canadá, Japón, Reino Unido, Italia, Francia y Alemania, a los que se suma la UE. Languidecía, pero la guerra le ha dado aire, aunque India propondrá una nueva composición del Consejo de Seguridad de la ONU, que pueda dar un mayor espacio a otros Estados que llaman a la puerta. Por ello, el mayor acierto de la cumbre es contar con otros invitados de peso, al invitar a grandes economías no alineadas como India, Brasil, Indonesia y Vietnam y a potencias regionales como Australia, lo que proporciona al invitado sorpresa, Volodímir Zelenski, un diálogo directo con países que no secundan las sanciones. Como resumen, la reunión ha cerrado las filas occidentales en sus medidas contra Rusia y en sus avisos a China, al tiempo que da un paso más en la ayuda militar aliada con el anuncio de dotar a Ucrania, a medio plazo, con aviación militar.

No resulta casual la elección del lugar de la cumbre porque está cargado de simbología. Hiroshima sufrió en 1945 con la bomba nuclear que acabó con la Segunda Guerra Mundial. Por eso los miembros del G-7 la eligieron sede de su reunión anual y visitaron juntos el museo del horror que supuso la bomba y recordaron a Putin que abandone sus veladas amenazas de utilizar la guerra nuclear. Otro símbolo es celebrar la reunión en Japón, en pleno Pacífico, para recordar al líder chino que la zona no es su patio trasero. Un Japón renacido bajo el reformista Fumio Kishida, que duplica su gasto militar y refuerza el movimiento americano para restringir el acceso de China a microchips de alta gama, tan básicos para el impulso de la inteligencia artificial o el armamento de nueva generación.

La reunión trató de apretar las sanciones económicas a Rusia, cuya eficacia está por ver porque el PIB ruso ha crecido en el último año lo mismo que el europeo, ya que sigue vendiendo su petróleo a países como China e India e indirectamente a Turquía. Consciente de ello, el G-7 busca secar otras fuentes de ingresos y de ahí su intento de frenar la exportación de diamantes rusos al mercado de Amberes, que rechaza la mayor y argumenta que si no los compran ellos, el mercado se irá a otro lugar fuera de la UE. Lo cierto es que no está bien visto relacionarse con Putin y buen ejemplo de ello es la polémica por la desmentida presencia del exCEO de Google, Eric Schmidt, en el foro económico de San Petersburgo.

El G-7 ha tratado de que su discurso llegue a los países no alineados y en este esfuerzo se ubica también la presencia del viajero Zelenski, quien, tras reunirse en Yeda con la Liga Árabe -robándole la foto del regreso al sirio El-Asad- aprovecha la presencia en Hiroshima de Modi, Lula y otros invitados no alineados para hablar cara a cara y desmontar el relato de Putin. El antiguo cómico, que es recibido con abrazos por Meloni, Sunak y Scholz, pero solo con un medido apretón de manos por Macron, recibe el compromiso de apoyo militar, aviación incluida, y presenta ante la cumbre su plan de paz, como los chinos, saudíes y el propio Vaticano. Bajo las ruinas de Bajmut sigue la guerra, pero ya se empieza a hablar de paz, aunque la cosa aún va para largo.

Mientras Xi corteja esta semana a las repúblicas exsoviéticas de Asia central, Occidente busca recuperar presencia global y articular inversiones estratégicas, aún sin precisar, que puedan competir con la Ruta de la Seda. También se propone limitar la exportación occidental de productos de alta tecnología y vigilar las exportaciones e inversiones chinas, acordando para ello la creación de una nueva plataforma que identifique las prácticas de coerción económica, nuevo término para describir el intento chino de interferir en la soberanía de los Estados con medidas económicas indirectas o que utilicen la llamada ‘trampa de la diplomacia de la deuda’. Nada nuevo bajo el sol: emplear tus armas económicas para influir en las decisiones de otros. Además, el G-7 se esfuerza mucho con la semántica, afirmando que persigue reducir el riesgo de una dependencia de poderío manufacturero chino, pero sin buscar su desacople ni limitar su desarrollo. Algo así como ‘China, hemos creado un sistema para vigilarte’.

Como conclusión, la cumbre sigue posiciones más europeas, pero nos deja un mundo más polarizado, que afecta también a la cadena de suministros, que sigue global pero menos. Putin responde con amenazas y Pekín con diplomacia, convocando al embajador japonés. El G-7 traslada, además, un mensaje a Xi para que frene a Putin porque la geopolítica y solo ella marcará el final de la guerra en Europa. Una guerra que, tras la prevista contraofensiva ucraniana, tiene todo el aspecto de acabar con un acuerdo para la retirada rusa, que le permita retener Crimea e instalar una administración internacional neutralizada para la controvertida franja del Donbás.