- Mis queridos compatriotas: ¡a pelear, a implicarse! porque lo que estamos viviendo es, a todas luces, inaceptable.
No recuerdo haber oído jamás a mi madre —euskalduna y apasionada de la literatura española y de la música clásica— una palabra malsonante. Sin embargo, la recuerdo contando con gracejo un chiste malo que decía algo así: «Era un pueblo tan fino, tan fino y tan educado que a las cabras les llamaba ‘gacelas’ y al alcalde ‘gacelón’». Aunque algo me parezco a ella, confieso que las palabras malsonantes afloran desde mi subconsciente con inusitada frecuencia en el actual contexto nacional. De ahí, el recurso a la memoria materna para titular estas líneas.
El Diccionario de la Lengua Española nos precisa el significado de esta palabra que intento omitir, por las razones genéticamente condicionadas ya explicadas, y leo entre otras: canalla, malintencionado, malévolo, perverso, insidioso, malvado y mortífero. No tengo la menor intención de insultar, sólo pretendo describir y no tengo la menor duda de que mis lectores deducirán con acierto a quién me refiero.
Pues bien, el patético show que en estos días pasados ha protagonizado y organizado el obstinado inquilino de la Moncloa —demasiado obstinado para no haber ganado elección alguna en su estrepitosa carrera política— a mi entender sólo obedece a dos razones fundamentales.
La primera es que nuestro «innominado» ha entrado en pánico («tengo miedo, mucho miedo», que diría la canción) ante la constatación de que se acumulan las evidencias que explicarían las graves, no consensuadas e injustificadas cesiones a Marruecos. Algo tan serio y tan inadmisible para cualquier ciudadano, mínimamente decente, se camufla —por el momento— en el caso Pegasus. Más pánico aún, cuando la prensa francesa lleva meses haciéndose eco de los oscuros negocios de la esposa del susodicho, con su necesaria complicidad. Y un indescriptible pavor al conocerse que el Mossad, el prestigioso servicio de inteligencia del Estado de Israel, conoce los pormenores del caso.
La infantil ocurrencia del individuo que nos ocupa no es más que una apenada farsa porque su cargo está afectando «a la vida profesional» de su esposa, cargo que con tanta pesadumbre él ostenta: «no merece la pena», llegó a musitar en su simulado amago de dimisión. Toda esta inconsistente y tramposa escenificación me ha recordado a las estrategias del nacionalismo vasco con el constante recurso al victimismo, al sentimentalismo, a la demonización del adversario que supuestamente acusa al inocente, al genérico llamamiento a las personas de «buen corazón» para asegurarse ese voto cautivo, tan inamovible y desinformado como acrítico, que le impulsaría incluso a promover una «moción de confianza» en el Congreso de los Diputados, contando con sus actuales socios tan fiables como interesados.
Dicho esto, el pánico también se ha extendido a sus colaboradores, incluida la más preparada de su equipo que huyó de la quema con astucia y muchas ventajas, me refiero a la anterior vicepresidenta I y Ministra de Economía. El miedo supera los límites soportables ante el estupor internacional que el insólito episodio ha provocado. Este pánico generalizado asegura al protagonista de esta columna un apoyo incondicionado de los suyos porque «si cae ‘él’ caemos todos». Todo un obsceno alegato a la «solidaridad».
En segundo lugar, la explicación de la infinita astucia —por no decir, desvergüenza— del ínclito residente de la Moncloa radica en los sólidos apoyos internacionales, incluidos los más sustanciosos: los monetarios. Nos estamos refiriendo a los procedentes del Grupo de Puebla del que son miembros Rodríguez Zapatero, Yolanda Díaz, Irene Montero y el ex juez Baltasar Garzón haciendo compañía a Maduro, Petro, Díaz-Canel, Lula y compañía. Desde ese «núcleo duro» parten las iniciativas que orientan la actividad del Foro de Sao Paulo donde el comunismo más cutre –que se hace llamar socialismo del Siglo XXI— consuma un maridaje con el narcotráfico y la delincuencia común. En síntesis, estas alianzas constituyen una fuente inagotable de financiación, modos de proceder con explícitas y probadas «hojas de ruta», acceso a paraísos fiscales y a camuflados sicarios para lo que haga falta. Todo un cúmulo de ventajas para salir impune de cualquier escaramuza por vomitiva que sea, mientras acelera las reformas legales necesarias para asegurarse su propia impunidad, como la de los EREs de Andalucía, los terroristas, los Pujol o la de Puigdemont. La impunidad campando a sus anchas. Por si fuera poco, Putin frotándose las manos con regocijo: otro inconfesable aliado, ¡vaya tropa! bien merecida tienen la célebre expresión de Romanones.
Retomando la sintonía con narco-dictadores, es ésta una estrategia considerada —en una huida hacia adelante— como una tabla de salvación para los implicados en este barrizal de inmundicia que nos rodea, pero es un indiscutible acicate para todos los españoles de bien, que somos una mayoría aplastante. Mis queridos compatriotas: ¡a pelear, a implicarse! porque lo que estamos viviendo es, a todas luces, inaceptable y los desaguisados no se arreglan espontáneamente. El movimiento cívico constitucionalista se opondrá con una fortaleza que nadie ha previsto, pero hacemos falta todos y cada uno, para revertir esta descabellada situación y no tener que musitar con la canción: «…no quiero arrepentirme después de lo que pudo haber sido y no fue …».