El precio del gas está desbocado. Otro más. Es un componente importante para nuestro bienestar, pues proporciona calor y agua caliente en muchos hogares y forma parte fundamental de muchos procesos industriales. Además, en las presentes circunstancias, su participación en la producción de electricidad es capital e insustituible. Máxime cuando nos adentramos en una época de sequía, con los pantanos exhaustos, lo que reduce con severidad la producción de origen hidráulico. Su precio internacional se encuentra en máximos históricos y en tan solo un año ha pasado de los 42 dólares el MWh a los 245 dólares. Nada menos que un 483% de aumento. Eso explica, en buena parte, el hecho de que los precios de la electricidad alcancen su cota más alta desde que entró en vigor la famosa ‘excepción ibérica’.
Comparte con la electricidad más cosas, como un sistema regulatorio intrincado y un tarifario incomprensible para el común de los mortales. Por ejemplo, hoy por hoy y para los consumidores es más favorable abandonar el mercado libre y acogerse a la tarifa regulada que ‘solo’ ha subido un 29,5%. Pero también se aleja de ella en otras. Por ejemplo, en su tratamiento fiscal. Mientras que el Gobierno ha reducido el IVA de la electricidad dos veces, primero al 10% en junio de 2021 y después al 5% un año después, más el descenso al 0,5% del impuesto especial, el gas continúan con el peso de un 21% de IVA y el mismo impuesto especial sobre hidrocarburos.
Hay otras diferencias. Las infraestructuras relacionadas con la electricidad se enfrentan a dificultades de todo tipo, medioambientales, regulatorias, populares etc., a la vez que se empujan desde el Gobierno las conexiones por tubería con Europa, una actividad ninguneada en el pasado que causó nuestro aislamiento y nos obligó a construir las plantas de regasificación en las costas que son una bendición en la actualidad.
Otra. Todos los estudios realizados animan a proseguir las labores de exploración y, quizás después de explotación, del gas que contiene nuestro subsuelo. Sin embargo, pasamos de él cegados por una curiosa fiebre que nos impide utilizar nuestros recursos, mientras que ni su importación, ni su utilización y quemado en nuestro país nos provoca el mínimo quebradero de cabeza. Una actitud que necesita una revisión urgente dado el prolongado espacio de tiempo que exige su solución y la compleja labor de pedagogía ciudadana que es necesaria.