Ignacio Camacho-ABC
- Las autoridades comunitarias actúan de una manera frívola impropia de su responsabilidad ante una crisis geopolítica
Unos amigos cachondos y ‘bonvivants’ se han ido a la tienda gourmet de Cortilandia a hacer acopio de víveres para el famoso kit de supervivencia. Conservas de calidad, ventresca de bonito, caviar, garbanzos con espinacas y bacalao, espárragos de Navarra, salazones –anchoas no, que necesitan frío–, chocolate belga, jabugo cinco jotas envasado al vacío, lomo de Guijuelo, fabada con perdiz y con almejas (no como la que le daban los del GAL al secuestrado Segundo Marey), agua mineral finlandesa. Buenos vinos de Rioja y de Ribera. Ah, y kilos de papel higiénico de tres capas, como en la pandemia. Sale cara la cosa pero puede merecer la pena: una forma como otra cualquiera, pero más chic, de prepararse para la guerra. Dicen que si les van a meter un dron explosivo por la ventana, al menos que les pille disfrutando de la última cena. Y si el bombardeo tarda, se organiza un condumio ‘gastro’ cada tres meses para que no caduquen las viandas y se vuelve a renovar la despensa.
Uno cree que en realidad todo este jaleo lo han montado las autoridades de Bruselas para hacernos un favor a los columnistas sacándonos siquiera por unos días del cansino trajín de la política. Sólo que esto también es política, aunque algo más divertida que la habitual por el cachondeo que provocan sus connotaciones frívolas. Luego, si se piensa bien, da un poco de grima que gente supuestamente responsable se dedique a decir estas tonterías, destilaciones intelectuales semejantes a la del tapón de las botellas y demás prolijas regulaciones intervencionistas que causan en los ciudadanos europeos la sensación de que la UE no tiene mejor preocupación que la de complicarles la vida. La idea del dichoso kit no es mala en sí misma; de hecho es algo que todos deberíamos tener en previsión de apagones y otras contingencias repentinas. Pero ayuda poco a darle seriedad la inflexión festiva con que la ha anunciado esa comisaria belga, baraja de cartas incluida.
Luego está el asunto del dinero en metálico. Tiene guasa que se acuerden de su necesidad al cabo de varios años de medidas financieras destinadas a limitarlo. Con éxito, porque por una parte Hacienda sospecha de las retiradas de efectivo y por otro lado cada vez hay menos oficinas de bancos y más difícil resulta encontrar cajeros automáticos en los barrios. (De los pueblos del interior mejor ni hablamos). Y lo del pasaporte, viejo resabio de las generaciones que conocieron la clandestinidad y lo tenían siempre a mano por si era menester salir pitando, contradice los esfuerzos por crear un espacio de libre circulación en el territorio comunitario. Ya, se trata de situaciones excepcionales pensadas sobre todo para los países bálticos, teóricamente los más amenazados, pero ante el aire trivial de esta improvisada pedagogía para párvulos no hay más remedio que tomarla a broma por no preguntarnos en qué clase de manos estamos.