- Luego del fallido «Año Franco» arrojando millones por el albañal, procurará hacer de 2026 el Año Kitchen para, cocinando la realidad a su gusto como con la falsa sentencia contra Rajoy, armarle otra garata a Feijóo que tape su corrupción sistémica al grito: «¡Más madera! ¡Esto es la guerra!»
Araíz de los último descalabros parlamentarios -votando en contra de leyes o forzando su retirada- con sus aliados sacudiéndole la cuerda al funambulista Sánchez para recordarle «de quien depende, pues eso», a la par que éste se amigaba allende los mares con los enemigos de Occidente, muchas voces han insistido -con tan buena voluntad como ceguera- en que así no se puede gobernar instando al inquilino de La Moncloa a adelantar elecciones. Pero, ¿acaso alguna vez Sánchez antepuso gobernar a mandar, aunque fuera un hato de ganado, que dijo Sancho poniendo rumbo a la ínsula Barataria?
Lo hizo con su pacto del insomnio con Pablo Iglesias hasta hacer suyo el otrora inasumible programa de «Pudimos» y reincidió con el prófugo Puigdemont al comprarle su estadía en La Moncloa a cambio de amnistiarlo tras comprometerse a rendirlo a la Justicia. Como manifestó Kennedy en 1960 al superar a Nixon por los pelos, «se puede ganar con la mitad, pero no gobernar con la mitad en contra». Pero sí, como a la vista está, mandar montando una mayoría negativa contra el vencedor en las urnas, aunque esa mayoría dé vueltas en una rotonda -como este final de curso- sin saber qué salida tomar.
En este dédalo circular, el presidente del PNV, Aitor Esteban, ha irrumpido con su tractor denunciando la conformación de una «mayoría negativa» en la que, junto a PP y Vox, estarían parte de quienes invistieron a Sánchez, pero sin capacidad de agruparse para designar otro presidente o para disolver las Cortes. En todo caso, conviene aclarar que se estaría ante dos «mayorías negativas» que, a veces, se solapan entre sí al preferir gobernar a mandar. En su «Vieja y nueva política», Ortega y Gasset ya elucidó que una cosa es gobernar y otra mandar calificando de inmoral la conquista del poder sin un ideal de gobierno como Sánchez. Sin más bagaje que ser meritorio de aquellos a quienes portaba la cartera, suplió sus carencias con su falta de escrúpulos hasta configurar una mayoría Frankenstein con la que impera cesáreamente sobre las ruinas de la nación cual Nerón sobre la Roma que incendió.
En las antípodas de cualquier mea culpa, Sánchez socializa sus estropicios e inculpa al PP por no sacarle las castañas del fuego cuando sus socios le dejan en minoría, amén de auspiciar contrarreformas judiciales al anublarse su horizonte penal como panza de burro y acallar la Prensa que le planta ante el espejo de sus vergüenzas. A este fin, con sus secretarios de Organización imputados, así como su mujer y su hermano, el yerno de Sabiniano, el de los prostíbulos, intensificará su bronca resistencia. Luego del fallido «Año Franco» arrojando millones por el albañal, procurará hacer de 2026 el Año Kitchen para, cocinando la realidad a su gusto como con la falsa sentencia contra Rajoy, armarle otra garata a Feijóo que tape su corrupción sistémica al grito: «¡Más madera! ¡Esto es la guerra!».
Por eso, inquieta que un Ejecutivo presto a quebrar el Derecho para no quebrarse ante él, promueva, aprovechando una demanda del PNV, una reforma de la Ley de Secretos Oficiales de 1968 que, apelando a los estándares europeos mientras se aleja de ellos, tiene gato encerrado. No sólo por elevar a Félix, el gato, Bolaños a Autoridad Nacional para la Protección de la Información Clasificada, sino por el estoque que esconde la muleta de esa iniciativa tramposa. Con la excusa de desclasificar los secretos del franquismo, cosa loable, aunque se reserve levantar el velo según y como, Sánchez busca acorazar sus secretos de gobierno como si fueran de Estado con una ley más represiva que la franquista contra la libertad de información y que no se tramitará como una ley orgánica con mayoría reforzada de dos tercios como reclama una norma de ese fuste. Si la «razón de Estado» no deja de ser un invento de la política «para autorizar lo que se hace sin razones», otro tanto subyace con este artefacto monclovita con un «Gran Hermano» como Bolaños que no acredita ser un santo custodio. Al fin y al cabo, es el sastre que confecciona el blindaje de Sánchez bajo el patrón de Conde Pumpido con el Tribunal Constitucional al servicio de aquel al que le debe el sitial.
Ello pasma aún más recordando que, como secretario de la Presidencia, Bolaños tenía la misión de preservar las comunicaciones de Sánchez cuando su teléfono fue hackeado en mayo de 2021 con el programa israelí Pegasus en plena crisis diplomática con Marruecos. Aquellas 2,5 gigas sustraídas se ciernen como una densa bruma sobre la reposición sanchista sobre ex Sáhara español sin autorizarlo el Consejo de Ministros ni el Parlamento, así como su rendición al régimen alauita. Tal giro fue tan escandaloso como la entrega de la custodia de las grabaciones policiales a la china Huawei que reporta al Partido Comunista Chino y que alarma a las cancillerías occidentales, mientras los yuanes caen en el bolsín de Zapatero y de la consultora de José Blanco, su mano derecha en el partido y en el Gobierno.
Cualquier cosa cabe con Sánchez. Más cuando, tras el correctivo parlamentario, no ha podido blandir aquel «somos más» en el aniversario de los comicios de 2023. No obstante, siendo menos, pero no habiendo modo de removerlo, Sánchez parece resuelto a lo peor. Si ha borrado a Begoña Gómez, junto a Cerdán, del vídeo conmemorativo de la derrota transmutada en victoria de hace dos años, como Stalin a Trotski, ¿qué frenará a alguien para el que lo primero es mandar importándole una higa gobernar?