MIGUEL ESCUDERO-El Correo

  • Algunos libros nos permiten aumentar el repertorio de vivencias con observaciones que pueden servirnos en algún momento

Este verano, un amigo mío me hablaba de su desinterés por leer novelas. Le parece una pérdida de tiempo y prefiere leer ensayos y ver series. Le hablé entonces de ‘Berta Isla’ y de su autor, el escritor Javier Marías. Lo catalogué de arquitecto excepcional: alguien que desarrolla con maestría el arte de proyectar y construir novelas, que son edificios o «construcciones estables, hechas con materiales resistentes, para ser habitadas o para otros usos», en palabras de la RAE.

William Faulkner dijo que los libros duran más que los puentes y los rascacielos porque son lo mejor que el ser humano ha descubierto para dejar registro de su huella y su esperanza. Pero hay libros y libros, claro está. Algunos, los mejores, están muy bien escritos y estructurados. Nos permiten recorrer unas vidas en acción, entretenernos y olvidarnos unos ratos de nuestros achaques y, asimismo, incrementar el repertorio de vivencias con oportunas observaciones. Nunca se sabe cuándo podrá servirnos alguna de ellas.

Entre cerveza y cerveza, no quise darle la lata a mi amigo, un científico destacado, y acabamos hablando del mar y de los peces. Le emplacé a que leyera algunos de los pensamientos que una lectura me suscitó. Más allá del interés de la trama, que nunca decae, he dado en subrayar unas preguntas que se formula quien toma la palabra y reflexiona en ‘Berta Isla’. ¿Qué es lo que moldea el mundo? ¿Quiénes están en condiciones de hacerlo? Lo decisivo jamás se muestra, ni siquiera se comunica, o no en su momento, sino que se esconde y se silencia siempre o durante mucho tiempo. Permanece en la sombra.

Cada habitación en cada casa encierra su propio secreto; en no pocos casos, «un secreto para el corazón más próximo, el que dormita y late a su lado». Hay un inagotable catálogo de vidas sustituidas por otras, por falta de esperanza o de voluntad para lograr sus deseos más intensos; o bien por renuncia expresa a tenerlos. Son demasiadas las personas que desde muy pronto no se ven protagonistas de su propia historia; pusilánimes, han perdido la gana de esforzarse y no confían en poder enderezar sus vidas. En estas condiciones, habiendo desistido de tener carácter, «qué fácil no saber nada, qué fácil ser engañado y no digamos mentir, algo sin mérito y al alcance de cualquier tonto, es curioso que los embusteros se crean listos y hábiles, cuando para eso no hace falta la menor habilidad».

La Tierra está hoy llena de individuos así. Son pérdidas dramáticas para un mundo personal y son una oportunidad para los desaprensivos, que de cualquier cosa sacan ganancia (económica o política); parásitos muy dañinos. «Hay cientos de miles de personas que se enquistan en la adolescencia o en la juventud, que se niegan a abandonarlas y se eternizan en la creencia de que todas las posibilidades permanecen abiertas». Pero también son muchos a quienes se les hurta la infancia, cuando empezaron a sufrir serios y continuados abusos, y sus gustos y opiniones no contaron para nada; y luego no supieron tenerlas ni modificarlas.

Gestos nerviosos y superfluos que acompañan la faceta sombría y huidiza que nos configura y nos aleja de un modelo de persona aplomada, tranquila y bien humorada que acaso ni siquiera alcanzamos a imaginar.

¿Quién ve con nitidez lo que tiene delante? ¿Quién busca, alentado por la curiosidad, enfocar con una perspectiva adecuada en la idea de capturar la imagen oculta que tiene delante?

¿Quién ve con nitidez lo que ya no está delante suyo? Esto no parece depender ya de nosotros. «Basta con que alguien salga por una puerta y desaparezca para que su imagen empiece a difuminarse». Así, es fácil que cualquiera a poco que lo piense, pueda decir: «Seré quien no soy, seré ficticio, seré un espectro que va y viene y se aleja y vuelve». En cualquier caso, la aspereza en el trato y la afición por ariscarse son fatales para la mejor aproximación a la realidad de las cosas y las personas. De un tiempo a esta parte, parece notarse una penosa inversión de aprecios: muchos se jactan de su mala educación y desdeñan la buena.

Comprobarán ustedes que este escrito no es la reseña de una novela publicada hace cuatro años, sino el despiece simple de algunas sugestiones. Diré, en cambio, que se trata de un libro repleto de matices y que, como quien no quiere la cosa, efectos laterales de su lectura son el verse envueltos de forma natural en palabras precisas que nos permiten meditar nuestros actos y sus sombras. Pero es propio de este país desaprovechar «lo útil que tiene, cuando no lo expulsa o lo persigue».

No creo que persuada a mi amigo para que se aficione a las buenas novelas. Pero doy por cierto que leerá este escrito, sé que le interesará tasar lo que haya podido sacar a la superficie.