- Los españoles creen en la resistencia ucraniana y piensan así que la guerra durará meses (42%), que se extenderá a otros países (56%), pero que no habrá una III Guerra Mundial (60%)
¿A qué se debe la feroz resistencia de los ucranianos a la invasión ordenada por Putin si, como dice el autócrata, Ucrania forma parte de la matriz identitaria de Rusia? Sencillamente: a que tal vinculación ha sido de vecindad, pero no de fraternidad nacional. Ucrania, mientras duró la URSS, era esencial para su economía. Constituía solo el 2,7% del total del territorio de la Unión Soviética, pero acumulaba el 18% de la población total y aportaba el 17% del PIB de la URSS, solo por detrás de Rusia. Tenía las mayores reservas de carbón y de titanio y hasta el 40% de la producción agrícola.
Ucrania era la despensa de Rusia, su granero, y grandes colectivos de rusos se instalaron allí y proporcionaron al Kremlin dirigentes de la importancia histórica de un Nikita Jruschov o de un Leónidas Breznez, o el propio Chernenko, hijo de granjeros ucranianos deportados a Siberia.
La URSS, sin embargo, manejó Ucrania como una colonia, esquilmándola y enviando a las demás repúblicas sus productos con precios subvencionados. Pese a las migraciones brutales ordenadas por Stalin, Ucrania fue un país homogéneo: el 84% de su población era netamente ucraniana y solo el 11% rusa, además de otros grupos como los moldavos, húngaros, búlgaros y polacos. Cuando cayó la Unión Soviética, los ucranianos vieron la oportunidad de recuperar su independencia.
El 16 de junio de 1990, los comunistas del Soviet ucraniano proclamaron la soberanía de su país, el derecho a tener su ejército y sus leyes, lo que luego fue ratificado en un referéndum. La aversión a Rusia no se justificaba en Ucrania solo por el dominio soviético sino, especialmente, por el genocidio perpetrado por Stalin en los años treinta, cuando el país perdió su independencia tras la I Guerra Mundial.
Lenin comenzó la colectivización de los campos y creó los ‘koljós’ o granjas estatales, exigiendo a Ucrania grandes cantidades de cereales y materias primas. Entre 1921 y 1922, ya hubo una hambruna devastadora en la Ucrania depredada por la URSS, pero lo peor llegó cuando Josef Stalin, entre 1931 y 1933, inició una purga brutal contra los ‘kulaks’ —campesinos con propiedades—, que eran los bastiones del nacionalismo. Cayeron también intelectuales y artistas y hasta el idioma ucraniano fue considerado un mero dialecto del ruso.
Pero la crueldad estalinista fue más lejos: privó a Ucrania del sustento, confiscó sus producciones alimentarias y prohibió que las recibieran, de modo tal que la inanición —“la plaga de hambre”, conocida como ‘holodomor’— mató a más de tres millones de ucranianos, aunque algunos historiadores incrementan la cifra a más de cinco millones.
Este genocidio se negó persistentemente, jamás se admitió ni siquiera cuando, tras la muerte de Stalin en 1953, su sucesor, Jruschov, pronunció el ‘discurso secreto’ de la desestalinización. Como ahora se prohíben en Rusia las palabras ‘guerra’ o ‘invasión’, en aquellos años terribles se censuró la expresión ‘hambruna’.
El ‘holomodor’ ucraniano está en la conciencia de todos sus nacionales; en la historia viva de Ucrania; es un rencor de poso grueso en las almas de los ciudadanos de aquella república, que comparten con Rusia muchos factores culturales —la lengua, la religión (aunque hay escisión entre el patriarcado ortodoxo de Moscú y el de Kiev)—, pero a los que les distancia aquella masacre que hoy se está repitiendo en forma de invasión.
Putin quiere el granero ucraniano y su salida al mar Negro —Odesa es estratégica, tanto como la ya ocupada Crimea— y un ‘hinterland’ de seguridad que lo distancie físicamente de los países de la OTAN que se han acercado a las fronteras de la Federación Rusa.
Cuando todavía no se ha cumplido un siglo del genocidio estalinista en Ucrania —inédito, al practicarse por inanición de sus habitantes—, la resistencia de Zelenski y de sus conciudadanos resulta entendible a pesar de las penalidades extraordinarias que están sufriendo. Los ucranianos no van a ceder, aunque las tropas de Putin ocupen Kiev y traten de controlar el país, demasiado grande para las posibilidades de su Ejército y con unos naturales acostumbrados a la guerra que cuentan con la solidaridad absoluta de los ‘nuevos’ europeos.
Son esos europeos que no dejarán que el ‘parque temático’ en que se han convertido los países más occidentales del continente ceda ante Putin. Polonia, Eslovaquia, Chequia, Bulgaria, Hungría, Rumanía, Lituania, Estonia, Letonia… Miembros de la OTAN que no van a consentir que un Putin con pulsiones imperiales imponga otro aplastamiento a Ucrania al estilo soviético.
El genocidio de Stalin en Ucrania no tuvo eco ni siquiera en Occidente; ha desaparecido toda la documentación acreditativa de aquella barbaridad; la URSS aplastó las disidencias de Hungría y Checoslovaquia en los cincuenta y en los sesenta del pasado siglo casi clandestinamente, pero estamos en el XXI y ahora contemplamos en directo la barbarie.
Zelenski lo sabe y ha encontrado el relato emocional certero de la víctima —su pueblo— frente al victimario —Putin—, reactivando el recuerdo de aquel ‘holomodor’ que forma parte ya del listado de genocidios en la historia de la humanidad. Por eso resisten y resistirán los ucranianos. Por eso se plantaron el pasado martes en el Kiev agredido los primeros ministros checo, polaco y esloveno. La supuesta cercanía en el tiempo de un alto el fuego y la posibilidad de un acuerdo ‘in extremis’ sería, en realidad, la derrota del autócrata, cuya pretensión ha sido arrasar Ucrania y sustituir a su presidente por un títere en manos de Moscú.
De ahí que los españoles, según la encuesta de Metroscopia terminada ayer, creen en la resistencia ucraniana y piensan así que la guerra durará meses (42%), que se extenderá a otros países (56%), pero que no producirá una III Guerra Mundial (60%). Lo que ocurre en Ucrania es la principal preocupación de más del 80% de los consultados.