Antonio Rivera-El Correo

  • Se invita a reflexionar sobre a dónde nos han llevado la polarización y las formas degeneradas en política, pero se hace de un modo que solo contribuye a ambas cosas

Es difícil posicionarse ante el reto que nos ha planteado el presidente Sánchez sin perder la ecuanimidad; y lo es porque preocuparse por la ecuanimidad ya es tomar partido. Hay razones en las diversas partes, pero el determinante gesto insta a atrincherarse en unas y a despreciar las otras. Se invita a reflexionar sobre a dónde nos han llevado la polarización y las formas degeneradas en política, pero se hace de un modo que solo contribuye a ambas cosas. Sánchez se siente a gusto en este modo de hacer política y por eso ha sorprendido su reflexión, aparentemente crítica con ello.

A la política no es que haya que venir llorado, pero Sánchez no es un concejal de un pequeño pueblo. Sabe de qué se trata, porque lo viene sufriendo y porque lo viene alimentando. La política exige convicción, disposición y coraza. La política de la Corte es una ciénaga infame de arribistas y medios, de lobbies y coacciones, de entornos irrespirables y sujetos sin corazón que ha terminado por la vía rápida con muchas prometedoras carreras (y ha lanzado al estrellato otras). No apreciamos en lo debido la paz de provincias. Y no hablo solo de la política; la economía y otras disciplinas se manejan en el mismo lodazal o estanque de cocodrilos.

De manera que la pregunta de si merece la pena arriesgar la vida y el honor propio o de los próximos para seguir en el servicio público es correcta y oportuna. La política la han hecho tan difícil que espanta a ciudadanos que podrían aportar mucho a ella. Así, sociedad y política se distancian: es una cosa que debe hacerse y para eso dejamos que los dispuestos la monopolicen a su gusto, sin preguntar demasiado, como haríamos con otras profesiones viles.

El parón de Sánchez remite a la cuestión, como lo hace a reafirmar el caudillismo de la actual política. El presidente escribe directamente a la ciudadanía, al pueblo, sin mediación. Reclama de él su atención y lo somete a una ducha escocesa de cuatro días. En ese tiempo, tirios y troyanos se harán más tirios y troyanos, y los que se nieguen a jugar a eso serán despreciados por diletantes. Lo que resuelva el lunes, qué más da, se moverá en la misma frecuencia. Nadie habrá cambiado de opinión; solo habremos extremado la que ya teníamos, como hicimos con la pandemia.

Los presidentes Suárez y González ya nos cogieron por sorpresa una tarde, como Sánchez ayer. Anunciaron decisiones, inmediatas e irrevocables -la dimisión- o mediata -la dimisión, rectificación del partido y vuelta-. La de ahora trata también de ahormar la sociedad de manera convulsiva: unir férreamente a unos contra la conspiración, las falsas atribuciones, la sospecha, las malas artes o las decisiones judiciales no sopesadas e irresponsables; lo que no se una a este movimiento será lo otro, el contrario o enemigo. A veces en la historia sí que es necesario forzar un parón para tomar en cuenta lo que está pasando y reaccionar. El asunto es si en los tiempos que nos está tocando vivir no acudimos con demasiada reiteración a gestos que pudieran parecer históricos, pero que, a fuerza de repetirse, resultan más bien teatrales.