Han depositado los pinganillos en el escaño – vacío – de Sánchez y abandonado el hemiciclo por pura dignidad, por sentido común, por respeto a los españoles. Estoy convencido que lo mismo habría hecho mi hermano Girauta. Porque lo de la traducción simultánea, además de una tomadura de pelo, es un paso más en esa escalada que tiene por cima la anulación total de España como nación. Y mientras los diputados de Vox con Santiago Abascal a la cabeza demostraban su insobornable defensa de la nación, de la dignidad del Congreso y de que no todo vale en política, en el PP Borja Sémper hablaba en español y en vascuence cantando las alabanzas de que era una suerte vivir con tantos idiomas en España. Perdone, caballero, suerte desde el punto de vista de la riqueza cultural, seguro; suerte desde el punto de vista de aquellos que han utilizado esas lenguas como ariete contra la unidad de todos los españoles, jamás.
Lo de la traducción simultánea, además de una tomadura de pelo, es un paso más en esa escalada que tiene por cima la anulación total de España como nación
Ese bienquedismo popular inquieta a no pocos ciudadanos que ven como quien debería ser el primero en oponerse a los señoritos locales, a esos nuevos caciques que se lucran del dinero de todos para corruptelas y mantenencias, o a los herederos de los asesinos que encharcaron de sangre la Transición, no está a la altura. Nadie en las filas del PP ha tenido el coraje democrático o, seamos claros, la vergüenza torera de arrojar el pinganillo al escaño del liquidador de la nación más vieja de Europa. Y que no se escandalice nadie ni se hable de intolerancia. Porque en la derecha que representa Vox no existe anticatalanismo, anti vasquismo ni anti galleguismo. Donde existe anti españolismo es en el PSC, en el PSOE, en Esquerra, en Sumar, en el PNV, en Junts, en Podemos y ya no digamos en los herederos de ETA. Esa es una realidad visible, palpable, tristemente fácil de comprobar si, como es mi caso, vives en un territorio en perpetuo estado de sublevación como Cataluña. El español está proscrito en las escuelas, en los medios de comunicación pagados por todos, en la cultura. Y aquí ni siquiera te dan la oportunidad del miserable pinganillo. O hablas catalán o no eres catalán. “Vivir en catalán” decía hace años Jordi Pujol, una expresión que me recordaba lo que dijo el Pétain acerca de que era imperativo que los franceses aprendieran a vivir en francés, frase que, por cierto, ni siquiera era suya pues la pronunció aquel periodista galo de derechas, ferozmente monárquico y católico llamado Charles Maurras, director de uno de los mejores diarios que se han escrito, l’Action Française.
El español está proscrito en las escuelas, en los medios de comunicación pagados por todos, en la cultura. Y aquí ni siquiera te dan la oportunidad del miserable pinganillo
Según lo visto, en España existe la obligación de aceptar como normal que Rufián farfulle en un catalán xava para que se le traduzca al español y así un diputado del PNV lo entienda. Hombre, ya puestos, que se le traduzca al vascuence o al gallego, ¿no? Pero no, porque de lo que se trata no es de darle relevancia a esas lenguas sino de que cuanto menos español se hable en la Cámara, mejor. Son las “soluciones felices” de Iceta, las leyes que son alivios penales según el gobierno sanchista. Una cosa más: si quien hablase gallego fuera Doña Emilia Pardo Bazán, vascuence Don Pio Baroja o catalán mi admirado maestro Don Josep Pla, me callaría y escucharía atentamente como aquellos desgajaban frases en esas tres jugosas lenguas hablándome de cosas importantes como es el color del ocaso en Finisterre, el sutil matiz del otoño alrededor de los caseríos o la mirada del payés del Empordà. Pero como quienes van a emplear – de manera gárrula – esos tres idiomas son como son, lo mejor sería que no dijesen nada. Ni en vernácula ni en español. Porque la capacidad para decir sinsentidos es, a día de hoy, inabarcable en política.
Bien, pues, por Abascal y por Vox al prescindir de pinganillos superfluos. Ahora, si me permiten la sugerencia, prevean traerse a las sesiones torundas de algodón en cantidades abundantes para taparse los oídos cuando hablen quienes, lamentablemente en nuestra lengua común, persiguen el mismo fin que los que desean romper España. Lo digo por el bien de Don Santiago y sus diputados.