Javier Caraballo-El Confidencial
- El Gobierno Frankenstein está virando hacia posiciones más templadas ideológicamente, como si buscara el centro político, que es el maná electoral que todo el mundo persigue en España si quiere convertirse en un partido de poder
El joven Frankenstein ha cumplido con el refranero universal y se ha vuelto hacia la derecha. Será por los años de Gobierno o por cualquier otra razón, será la sensatez o la estrategia, el oportunismo o la madurez, pero el Gobierno Frankenstein, como siempre han llamado al Ejecutivo de Pedro Sánchez, integrado por socialistas y podemitas, está virando hacia posiciones más templadas ideológicamente, como si buscaran el centro político, que es el maná electoral abundante que todo el mundo persigue en España si quiere convertirse en un partido de poder. En el presidente socialista, Pedro Sánchez, el viraje ideológico pudo contemplarse con claridad en el último congreso federal del PSOE, en el que abrazó apasionadamente la socialdemocracia, y en su vicepresidenta comunista, Yolanda Díaz, la templanza se selló en el Vaticano, nada menos, con su inesperada y sorpresiva audiencia con el papa Francisco.
El primero, Sánchez, llegó al liderazgo con la promesa de sacar a los socialistas de la carcunda y devolver al partido a la izquierda, y la segunda, Díaz, lidera el sector de quienes hacían chistes con la quema de las iglesias. Los dos se alejan de los extremos en los que estaban, los extremos en los que tomaron impulso para auparse, y ahuyentan los radicalismos, lo cual es una buena noticia para la política española y mala, tan solo, para quienes esperaban un apocalipsis. En todo caso, el desastre con este Gobierno llegará, si es que ocurre, pero no será por Frankenstein sino por su inutilidad, que es otra cosa.
La trayectoria recorrida por Pedro Sánchez es perfectamente reconocible desde que, en su primera etapa, fue elegido secretario general del PSOE y, poco después, apeado abruptamente del sillón. Lo que entendió, y puso en práctica entonces Pedro Sánchez, es que el PSOE se estaba desangrando por la izquierda, ante el acoso de Podemos, entonces exultante y líder de las encuestas. Cuando dejó su escaño de diputado, para no tener que abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno, Pedro Sánchez se refería siempre al PSOE como un partido que había abandonado su espectro ideológico de izquierda. “A partir del lunes, cojo mi coche para recorrer de nuevo todos los rincones de España y escuchar a quienes no han sido escuchados, que son los militantes y los votantes de izquierdas de nuestro país”, dijo al comienzo de su exitosa campaña para las primarias del PSOE, de mayo de 2017, en las que recuperó la secretaría general con todo el aparato socialista en contra, desde Felipe González hasta Zapatero, pasando por Rubalcaba.
Fue en esos años, también, cuando Pedro Sánchez lanzó sus primeros guiños a Pablo Iglesias y admitió que se arrepentía de haber llamado “partido populista” a Podemos. Que se le pasara el insomnio por gobernar junto a Pablo Iglesias era cuestión de tiempo y, cuando lo hicieron, las estructuras del PSOE clásico se resquebrajaron por la radicalización. La afirmación de que “el PSOE ya no existe” se ha repetido mil veces hasta que, en el último congreso federal, Pedro Sánchez reunió en el escenario a los dos presidentes socialistas que le han precedido, sobre todo a Felipe González, que lo ungió con la legitimidad del relevo que hasta entonces le había negado, el del mismo proyecto político «que encabecé durante 23 años y que ahora encabezas tú, Pedro Sánchez. ¡Adelante!». También estaba Joaquín Almunia, que fue secretario general del PSOE, pero no llegó a la Moncloa, al igual que Alfredo Pérez Rubalcaba, ya fallecido, que fue precisamente quien se inventó el apodo del ‘Gobierno Frankenstein’ para denominar el revoltijo radical que terminó amasando Pedro Sánchez. Fue el congreso del regreso, del abrazo, de la reivindicación de la socialdemocracia, “el ideal político más noble y más avanzado de la historia de la humanidad”, que fue lo que dijo Sánchez.
Los pasos que ha ido dando la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, desde que su predecesor, Pablo Iglesias, la señaló, en la despedida, como nueva líder, tienen más que ver, antes que con ella, con el cambio que se está experimentando en ese conglomerado de partidos y corrientes ideológicas, que limita a la derecha con el PSOE y se extiende hacia los movimientos radicales de extrema izquierda. Quiere decirse que, en realidad, es posible que Yolanda Díaz, tanto personal como políticamente, sea muy distinta a Pablo Iglesias y que, por esa razón, haya decidido escorar hacia la moderación el sector a la izquierda del PSOE que aspira a liderar. Lo que viene repitiendo Yolanda Díaz en los últimos meses es que no se conforma con permanecer en un rincón de la izquierda, el rincón más extremista, sino que aspira a liderar un movimiento amplio y transversal. “Yo no quiero estar a la izquierda del PSOE, le regalo al PSOE esa esquinita. Eso es algo muy pequeño y marginal. Yo creo que las políticas que despliego son transversales”, como dijo en una de sus últimas entrevistas. Y para refrendarlo con una imagen incuestionable, pidió audiencia en el Vaticano al papa Francisco.
Lo extraño o relevante de ese encuentro, un Papa y una vicepresidenta comunista, no es la coincidencia de ambos ante algunos de los problemas del mundo que vivimos, como el medio ambiente, la inmigración o el desempleo. Cualquier cristiano, cualquier humanista, independientemente de su ideología, estará de acuerdo con algunas de las cosas que ha dicho este Papa sobre esos temas. Vamos a dos ejemplos, de dos encíclicas: “Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del medio ambiente y en los sufrimientos de los excluidos (…) Estos problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura” (‘Laudato Si’, 2015). “El mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad. Las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos” (‘Fratelli Tutti’, 2020). ¿Quién no va a compartir esas preocupaciones?
No, la cuestión fundamental de ese encuentro no es que Yolanda Díaz comparta esa visión, sino que el papa Francisco haya aceptado recibirla a ella, al contrario de lo que ocurrió con Pablo Iglesias, que también lo intentó. Quizá sea por lo que se dice, porque el Papa ha apreciado en Yolanda Díaz ese viraje hacia la moderación dentro del sector radical de la izquierda en España que, hasta hace poco, se mofaba con provocaciones como esas que aplaudían en Podemos: “Quemar iglesias me parece una barbaridad si no hay nadie dentro”. En lo que va desde ese chiste hasta el Vaticano, está el cambio del joven Frankenstein.