Los partidarios del Gobierno defienden la nueva paridad como si fuese el objetivo principal del Gobierno, como si la igualdad fuese fin y no medio. Todos y todas deben tener las mismas oportunidades profesionales, naturalmente. Pero para dirigir el país hay que nombrar a los mejores, sea cual sea su sexo. Sustituir el mérito y la capacidad por las apuestas nos va a salir muy caro.
Si el conde de Lautréamont hubiera escrito hoy sus Cantos de Maldoror, habríamos pensado que la frase fundacional del irracionalismo surrealista «bello como el encuentro fortuito entre un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección» estaba inspirada por la composición del nuevo Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Es el triunfo de la paridad sobre la capacidad, aunque no en términos absolutos. Cristina Garmendia, rara avis entre los gobernantes de ahora, ha creado y dirigido una empresa y conoce la responsabilidad de tomar decisiones de las que depende el puesto de trabajo de varias personas. Sin embargo, parece un disparate haber vinculado la formación universitaria a su departamento. La Universidad no puede subordinar su acción docente a su actividad investigadora, especialmente en un país en el que los jóvenes (y las jóvenas, claro, que no quiero incurrir en las iras competenciales de Bibí Aído) llegan del bachillerato a medio alfabetizar.
La ministra de Igualdad debe su nombramiento, al decir de Chaves, a una «apuesta» de Zapatero por la mujer y la juventud y aunque es muy joven ha demostrado «su fuerza y su capacidad gestora» (al frente de la Agencia para el Desarrollo del Flamenco). Es, también, en su opinión, un homenaje a Alfonso Perales, socialista andaluz, por ser ambos naturales de Alcalá de los Gazules. ¿Un Gobierno laico que cree en la reencarnación? Todo puede ser.
El equipo económico del Gobierno nace con los vicios de los viejos tiempos. El nuevo ministro de Industria es intelectualmente competente, pero sus iniciativas políticas con las OPAs (para que al final Endesa vaya a manos de Berlusconi) y su estreno en la batalla por Madrid fueron fracasos espectaculares. Por otra parte, parece que la vieja rivalidad con Solbes continúa: antes, incluso, de ser Gobierno, el vicepresidente se sintió obligado a marcar su territorio. Parece otra apuesta del presidente que, si bien era tolerable en el ciclo de las vacas gordas, puede ser fatal en el de las flacas.
Los partidarios del Gobierno defienden la nueva paridad como si ésta fuese el objetivo principal del Gobierno, como si la igualdad fuese fin y no medio. Es tarea de un Gobierno retirar los obstáculos para que todos los ciudadanos (y todas las ciudadanas, claro) tengan el mismo derecho a la educación, las mismas oportunidades profesionales y los mismos derechos laborales, a igual trabajo, igual salario, naturalmente. Pero para dirigir el país, hay que nombrar a los mejores, sea cual sea su sexo y su estado de gravidez. Todos deseamos los mejores profesores para nuestros hijos y los mejores cirujanos si nos tuvieran que operar. No sería razonable que confiásemos la economía del país a un inmigrante de escasa formación con el fin de demostrar que no discriminamos a los negros o que nuestro sentido igualitario no tiene parangón en el mundo. Sustituir el mérito y la capacidad por las apuestas nos va a salir muy caro y, tal como dijo Eugenio d’Ors al camarero inexperto que le derramó encima media botella de champán, «los experimentos, en la cocina y con gaseosa, joven».
Pero lo surrealista de verdad, el encuentro del paraguas, la máquina de coser y la mesa de disección es el equipo que hará posible el fin de la crispación: Magdalena Alvarez y su reconocida actitud dialogante para crear ambiente. Para el pacto sobre la Justicia, Bermejo, ministro de la Fraternidad y para el acuerdo en política exterior, Moratinos, pero ahora sin el soporte del eficaz Bernardino León, que se lo queda para El.
Santiago González, EL MUNDO, 16/4/2008