- El papel de Blancanieves, ya fuera del Gobierno, con poder delegado de la presidencia, lo atribuiría a Begoña Gómez, por lo del beso del príncipe y el amor eterno. Delcy, la bolivariana, llama a Zapatero «mi príncipe». Por algo se empieza. Pero no creo que haya leído a los hermanos Grimm
Confieso que «Blancanieves y los siete enanitos», recogido de la tradición oral, es un cuento que me parece tan cargante y empalagoso como otros, sobre todo de los hermanos Grimm. Aunque casi nunca se recuerda, los cuentos de los Grimm fueron autocensurados edición tras edición por la extrema dureza y las alusiones sexuales explícitas de algunos. Sus autores aclararon que no eran cuentos para niños. La historia de la joven envidiada por su malvada madrastra, condenada a vivir en el bosque en compañía de siete enanitos diferentes salvo en la estatura, que muere al comer la manzana envenenada —trasunto de Eva— y es resucitada por el beso de un príncipe que pasaba por allí, para acabar siendo felices y comiendo perdices en el tálamo, me resulta una cursilería que encandilaría a los niños de su tiempo que, además, eran alemanes.
El Gobierno de Sánchez resulta ser un cuento de hadas, aunque a veces irrumpa la realidad con asuntos como el plural caso de Ábalos, Aldama, Koldo, y hasta siete ministros y exministros. Sánchez no gobierna, trampea, y trata de resolver lo que puede cuando tiene problemas de supervivencia política, que es un día sí y otro también. ¿Cómo? Desdiciéndose una y otra vez sin el más mínimo decoro. Para Sánchez la mentira es su telón de fondo y la coherencia una traba inexistente. Suele hacer lo contrario de lo que anuncia. Cabrea hasta a sus socios, a los que también miente. La excepción es Bildu, al que ya sedujo llevando los efectos de la ley de Memoria Democrática, ese engendro, hasta el 31 de diciembre de 1983, durante el Gobierno de Felipe González y cinco años después de la Constitución, y ahora con la libertad o descargo en condenas a asesinos.
Nunca España tuvo un Gobierno tan mediocre e inútil; ni en el siglo XIX con gobiernos impresentables que duraban días. Como es un cuento viene bien el juego de identificar quién es quién. Por ejemplo, releyendo «Blancanieves y los siete enanitos». La realidad es tan falsa, cargante, empalagosa y previsible como la imaginada por los hermanos Grimm. ¿Y si Blancanieves tuviese que formar Gobierno con sus enanitos? ¿Cuál sería su correspondencia en el de Sánchez?
La madrastra es la personificación de una maldad egocéntrica. Ante el espejo se pregunta si hay mujer más guapa y poderosa que ella. En el traslado a hoy sería el propio Sánchez, papel compartido con Marisu Montero. Los siete compañeros de Blancanieves son identificables en nuestro Gobierno. Como los ministros son más de veinte, algunos asumen más de un papel, y viceversa.
El enanito Sabio, no hay duda, sería Bolaños, que esgrime la batuta del «puto amo» (Puente dixit) con la misma hipocresía y fervor por mentir. También podría ser Yolanda Díaz porque ese enanito mezclaba las palabras, confundiéndolas, y a menudo no se le entendía. El Gruñón, no hay duda, sería Puente, frecuente metepatas y cabeza dura. También podría ser Pilar Alegría en su función de portavoz gubernamental. Dice que el Gobierno respeta la Justicia; podría empezar por el juez Peinado. Y mezcla los temas con más ridiculez que conocimientos. En la mentira es una aventajada discípula del jefe. Últimamente destaca en esta habilidad que comparte, al menos, con medio Gobierno. Ejerce a veces de enanito Gruñón Teresa Ribera, que se moderará desde sus menesteres europeos.
El enanito Feliz podría ser cada uno de los ministros que no dan un palo al agua y están encantados desde que se vieron en el BOE: Hereu, Rodríguez, Cuerpo, Bustinduy, Morant. Redondo, Saiz y Rego. ¿Podría el lector ponerles rostros y cargos a estos nombres? Pues son ministros y cobran por ello. También podrían ser el enanito Dormilón, en competencia con Planas, si preguntásemos a agricultores y ganaderos.
Para personificar al enanito Tímido, siendo generosos la atribución podría corresponderles a los ya citados como Feliz o Dormilón. Pero Tímido habla poco y a nuestros ministros les encanta hablar, hasta los que no tienen nada que decir y lo que dicen lo dicen mal. La jefatura del grupo recaería en Yolanda Díaz, con la salvedad de que le pirra hablar; es una tímida sui géneris; se quiere demasiado a sí misma. Para el enanito Estornudón, caracterizado porque sus frecuentes estornudos crean desastres, los candidatos serían Grande-Marlaska, Urtasun, Torres, Mónica García y, cada vez más, Robles, con papeletas para ser el enanito Sabio. Óscar López acaba de llegar, pero ya no hiló al referirse a los tres temas más urgentes de su ministerio. Se trabucó.
El enanito Tontín es demasiado simpático para encontrarle correspondencia en el Gobierno, pero si lo consideramos diminutivo de tonto, sería Albares, un Tontín algo cursi y a veces reñido con su condición diplomática. Acaba de declarar: «El objetivo final, principal y primordial que yo tengo como ministro es la oficialidad del catalán en Europa». Tal cual. Y los demás asuntos que España debe tratar en Bruselas, ni pocos ni menores, que esperen. La UE reconocen 24 lenguas oficiales y las lenguas regionales son muchos cientos. Solo en Francia se hablan 75, en Italia más de 30, y en Alemania más de 16. Que Tontín espere sentado.
El papel de Blancanieves, ya fuera del Gobierno, con poder delegado de la presidencia, lo atribuiría a Begoña Gómez, por lo del beso del príncipe y el amor eterno. Delcy, la bolivariana, llama a Zapatero «mi príncipe». Por algo se empieza. Pero no creo que haya leído a los hermanos Grimm.