José Alejandro Vara-Vozpópuli
  • El recauchutado de la ley de los violadores pone en aprietos al Gobierno Sánchez. Quizás deba suplicar a Feijóo para que le saque del atolladero. ¿Ayudará el PP?

Ha sido el Consejo de Ministros más ríspido y tenso de estos tres años. Pedro Sánchez no se habla con medio gabinete. Bien podría decir del presidente argentino, Alberto Fernández: «Bueno, yo hablo todos los días con el presidente». O sea, con él mismo, porque los ministros kirchneristas no le dirigen la palabra. El fantasma del sí es sí enturbió la reunión del Gabinete de la semana. Socialistas contra morados, sonrisas en los rostros y navajazos bajo la mesa. Voces fingidas, diálogo fratricida, un campo de batalla.

No habrá ceses ni dimisiones. Son figuras desterradas del guion de Sánchez. Maxim Huerta parece haber resucitado para recordarlo. Fue el primer cese. Un pequeño disenso con Hacienda. A las pocas semanas, el de Carmen Montón, por trampas en su máster. Je. Se acabó. Sánchez descubrió que estas medidas ejemplarizantes evidencian debilidad, delatan culpas. Lejos de ejemplaridad, transmiten flojera. «Le tiemblan las piernas», diría el podemismo. No hubo más. Los ceses, cuando tocan y envueltos en el manto de un reajuste ministerial. Estamos en las puertas de uno.

Dimitir no es un verbo ruso, como repetía Monedero. En Podemos ya hubo dimisiones. Pablo iglesias, con el rabo entre las piernas tras ser apalizado por Isabel Díaz Ayuso. Y Manuel Castells, aquel catedrático zangolotino que acudía en camiseta al Hemiciclo a echar la siesta y renunció a la cartera de Universidades sin conocer siquiera la ubicación de su ministerio.

El esperpento del sí es sí concluirá sin bajas abruptas, sin castigos ejemplares, sin estridentes fracturas. En las democracias es usual irse a casa después de una pifia. Así, Christine Lambrecht, la ministra alemana de Defensa, por un video desastroso. Así Liz Trusspremier británica, por una puñalada colectiva de su partido. Así Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda, porque estaba cansada. Tales comportamientos no se estilan en la pandilla basura que cada martes toma asiento en la sala del Consejo de la Moncloa. Sánchez es un ‘presidente intervenido’, como suele repetir Núñez Feijóo. Sabiduría gallega. Mariano Rajoy sugería que no hay que poner un cargo a quien no puedas cesar. Así, con Irene Montero. Sánchez se encuentra maniatado. No tiene manos libres, no puede remitir a su titular de Igualdad a cuidar el jardín de Galapagar porque abriría las puertas a un cimbronazo desestabilizador. Un estropicio. No ha escuchado la máxima de Séneca: «Es más fácil excluir lo perjudicial que dominarlo y no admitir que moderar lo admitido». Quien con niños se acuesta…

«Es sistema penal de la Manada». «El código penal de la derecha». «Leyes fascistas para jueces ultras». Se desgañitan las damas moradas en defensa de su bodrio. Vaya, ahora Sánchez es el PP

No puede prescindir del clan de los podemitas en su Gobierno. Tan solo le es posible poner remedio, mínimamente, a las consecuencias de sus destrozos. Así, el grupo socialista ha enviado al Congreso una proposición de ley para tumbar el proyecto de ley impulsado por el propio gobierno socialista. Lo nunca visto. Un desquiciado quilombo. Una chapuza sin precedentes plasmada en un galimatías legal erizado de horquillas, abusos, violencia, consentimiento, penetración, agresión… Un «ajuste técnico», le dicen los voceros de Ferraz, que recuerda a lo de Alicia: «Lo sería si lo fuera. Pero si no es, no es. Pero si lo fuera, podría serlo. Pero si no es, no es, y ya». O sea, volver a la ley anterior.

Montero no lo entiende. Ni Belarra. Ni aquella Rossell, a quien le tocó el título de juez en la bonoloto canaria. «Es el sistema penal de la Manada». «El código penal de la derecha». «Leyes fascistas para jueces ultras». Se desgañitan las damas moradas en defensa de su bodrio. Vaya, resulta que ahora Sánchez es el PP. No les fala razón. El engendro en cuestión fue parido en Igualdad, retocado luego por Justicia cuando el ministro Juan Carlos Campo, ahora en el TC, aprobado por el Gabinete unánime, aplaudido en ambas Cámaras y elogiado sin rubor por el propio presidente. Incluso seguía Sánchez lanzando loas al pastiche cuando ya había dado órdenes de pulverizarlo, como aquí ha contado Gema Huesca.

Una venganza demasiado tardía

Ni Montero ni el ireneo van a dejar la cómoda estancia que ahora les acoge, acolchada de secretarias, asesoras, gabelas, viajes, autos, mecánicos y desplazamientos en Falcon. «Igualdad es más necesaria que nunca», brama Ángela Pam Rodríguez, número dos del departamento, encargada del grito y la furia, escasa de formación y desbordada de un fanatismo vitriólico que le incapacita para mayores empresas que las propias de una jauría descontrolada.

Ni ceses ni cisma. Le agradaría a Sánchez cortar cabezas, cepillarse a los incómodos ministros de Podemos, más inútiles que los suyos propios, si cabe, y enviarlos a jugar al mus en el averno. No puede. Ni cesar a Irene ni mandar al guano a Junqueras o a los filomatones de HB. Vive de ellos, gobierna gracias a ellos. No le queda otra que, amen de encelarse en forma enfermiza con el PP, como en la sesión de este martes con su bancada ovina, hacer como Catón cuando un tipo le golpeó en la cabeza mientras chapoteaba en las termas. Sus acompañantes le exigían una dura respuesta. A lo que respondió: «No recuerdo haber sido golpeado».

No le quedan otra al líder socialista más que dos caminos ineludibles. Primero, encomendarse a Feijóo para que le apruebe el remiendo de la ley. Y segundo, contener su ira, apaciguar su rabia y contar hasta el 28 de mayo, cuando pueda ya desembarazarse de sus impertinentes compañeros. Ese ejercicio implica un severo peligro: quizás cuando quiera tirar de guadaña sea demasiado tarde.