José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- España necesita pactos para eludir el escenario más dañino, inflación y estancamiento del PIB, pero este es el Gobierno menos capaz de lograrlos
Cuando era imprescindible un clima de pacificación y entendimiento para abordar el llamado pacto de rentas, el Gobierno y su presidente presentan síntomas de colapso. La coalición entre PSOE y Unidas Podemos resiste porque ni unos ni otros quieren asumir el coste de la ruptura, aunque socialistas y morados truequen dignidad política por permanencia en el poder, lo que penalizará a las dos organizaciones cuando llegue el momento electoral.
El Ejecutivo —sector socialista— se maneja con argumentarios que presuponen que los ciudadanos somos imbéciles. Y según los cuales el Gobierno “habla con una sola voz”, es “sólido”, “acabará la legislatura” y demás calderilla retórica que los hechos desmienten de manera ruinosa, como ayer se pudo comprobar en las dos ruedas de prensa de Sánchez en Ceuta y en Melilla: respuestas elusivas, medias verdades, tópicos al uso y ninguna prueba de convicción de que Marruecos haya garantizado ni una sola de las aseveraciones del secretario general del PSOE, o sea, integridad territorial de España; inmigración y respeto a nuestras aguas jurisdiccionales.
Cupo deducir también, por lo demás, que ni su carta fue contestada por el rey alauí ni que Argelia fue informada de la misma. Una operación diplomática y políticamente penosa por la que la oposición en el Congreso, socios parlamentarios incluidos, vapuleó a José Manuel Albares en la Comisión de Exteriores, un ministro rebasado por la tosquedad y el ocultismo de esta desgraciada iniciativa. Y aún no se ha producido la reacción argelina, que no será escasa en repercusiones y empeorará la ya precaria posición del Gobierno en este y otros asuntos.
Si la cuestión de política exterior más delicada de cuantas tiene España se le ha ido de las manos al Gobierno, también naufraga en la conexión con la realidad de esta ‘primavera del descontento’: paro de los transportistas, amarre de la flota pesquera, consecuente desabastecimiento, encrespamiento de agricultores y ganaderos y, en el inmediato futuro, movilizaciones en otros sectores. No parece que el argumentario que se refiere al protagonismo de la ‘extrema derecha’ sea la razón de lo que sucede, como declararon de forma tan elementalmente torpe miembros del Gabinete. Hoy, al parecer, el Gobierno pretende alcanzar un acuerdo y terminar con la protesta.
Ante esta situación, la incompetencia técnica y política de las ministras del ramo —sea la de Transportes, sea la de Transición Ecológica— alcanza cotas difíciles de imaginar, sobre un fondo de crisis energética para la que el presidente pide ayuda a las grandes compañías del sector, Teresa Ribera se instala en constantes contradicciones y el propio Sánchez, tras una gira por prácticamente todos los países de la Unión Europea, no ha logrado su pretencioso objetivo de alcanzar la unanimidad en torno a su propuesta: desacoplar el precio del gas del sistema de fijación del precio de la electricidad. Hoy se discuten otras fórmulas —pero no esa a nivel general— en la cumbre de Bruselas.
A este Gobierno le está saliendo —como a los golfistas— su verdadero hándicap. Y sobrepasa el admisible para desempeñar una razonable gestión pública porque él mismo se ha ido adentrando, con errores y fiascos, en un escenario con escaso margen de maniobra. La pandemia primero, la invasión de Putin a Ucrania después (con los vaivenes del papel de España frente a la masacre de los ucranianos y las desavenencias internas en el Consejo de Ministros) y la crisis energética como corolario de todo lo anterior nos sitúan ante una coreografía peligrosísima: la estanflación, es decir, la muy verosímil posibilidad de que en los próximos meses siga incrementándose la inflación con aumento de precios y salarios hasta llegar a los dos dígitos (ahora se sitúa por encima del 7%) y se ralentice el crecimiento del PIB hasta el estancamiento, pese a la inyección de los fondos europeos, que no están siendo distribuidos con la rapidez y fluidez necesarias.
Cualquier gobernante prudente sabría que la estanflación fue el mal económico y social de la década de los años setenta del siglo pasado. Entonces, la guerra del Yom Kippur de Egipto y Siria contra Israel (6 de octubre de 1973) desató una enorme crisis energética por el incremento del crudo de los países árabes. Europa reaccionó con la creación del sistema monetario europeo (SME) a instancias de Alemania (1978) y España abordó un año antes (1977) los Pactos de la Moncloa, que concertaron las voluntades del Gobierno, los sindicatos, la patronal y los grupos parlamentarios, rescatando a nuestro país de un panorama no muy distinto del actual, salvando las distancias. Ayer, Felipe González se refirió a ellos como un precedente de valioso consenso y de eficaz resultado.
El Gobierno de coalición y el presidente Sánchez no disponen de crédito para hacer las políticas de convergencia de voluntades que España necesita. El pacto de rentas, o el plan de respuesta a la crisis, a los que se refiere el presidente, no son compatibles con su manera de gobernar. Su palabra —lo mismo que su programa electoral— está bajo mínimos. Ni la una ni el otro son ya confiables.
Las crisis sucesivas que se han abatido sobre España y Europa —no previstas en enero de 2020, cuando Sánchez fue investido— hubiesen requerido un buen diagnóstico, un cambio de rumbo y una actitud personal y política diferente. No solo no ha sido así, sino que el presidente desconcierta a su propio Gabinete —a los ministros socialistas y más a los de UP—, rehúye y menosprecia al Parlamento, mantiene comportamientos contrainstitucionales y falta al respeto que merecen los ciudadanos, con silencios prolongados, con discursos circulares y retóricos y con argumentarios viejunos y superados en la comunicación política.
Estas circunstancias sostenidas en el tiempo han colapsado al Gobierno; el mal ritmo en la toma de decisiones lo paraliza y con todos estos fiascos pisamos ya el borde de la estanflación. Sin posibilidad de pactos a la vista. El actual es el Ejecutivo más divisivo que ha tenido nuestro país desde el primero que se constituyó en democracia después de las elecciones de 1979.
PS. La carta de Sánchez a Mohamed VI es lamentable, no solo por su significación política, sino también por sus errores (denomina mal al ministerio de Albares), por cacofonías y faltas de sintaxis. Y su redacción es de colegio. Ayer cundían las sospechas que apuntaban a un expresidente del Gobierno y a un exministro de Exteriores como urdidores de esta iniciativa y redactores de un texto tan grimoso al rey de Marruecos.