Óscar Monsalvo-Vozpópuli

El edificio institucional se construyó con cemento de mala calidad y amianto

Ha llegado el momento de reconocer algo que dentro de poco será obvio pero que hoy en día resulta difícil de aceptar: el Gobierno está contribuyendo de manera significativa a la mejora de nuestro país.

Es verdad que también ha tenido sus cosillas no tan buenas. Ha normalizado a los proetarras como socios políticos de Estado, ha desenterrado a Montesquieu para profanarlo y volver a enterrarlo, se ha colocado al lado de los peores regímenes internacionales, ha reforzado las peores ideas y concepciones políticas, filosóficas y antropológicas de nuestra época (y de las anteriores), ha amnistiado cualquier delito cometido por los suyos y ha llevado la corrupción a un nivel tan elevado que se podría decir que está en el nivel más bajo de la historia de la democracia, porque ha vuelto a salir por el otro lado. Pero, en fin, quién no se equivoca alguna vez.

Cualquier gobierno merece ser juzgado por sus logros, no sólo por sus errores. Y el principal logro de este Gobierno es hoy más evidente que nunca. Debemos a Pedro Sánchez, a sus ministros y a sus portavoces una pedagogía cívica que, sin su labor, nos habría costado décadas desarrollar. El legado de la presidencia de Sánchez, que en realidad es la continuación de la de Zapatero, será la desconfianza perpetua en las instituciones.

Gracias a Sánchez ya nadie en España puede creer en la neutralidad de nuestras instituciones, en la virtud de nuestras élites, en la independencia de nuestro periodismo o en la autoridad de la ciencia

España podría ser un país bien gobernado, pero no lo es. Y este mal gobierno no se debe exclusivamente a quién ocupa la Moncloa. Sencillamente, los mecanismos de control están rotos u oxidados. El diseño constitucional se hizo sabiendo que no aguantaría 30 años, y que arreasen los siguientes. Y el edificio institucional se construyó con cemento de mala calidad y amianto. Sánchez no es el creador de esta España, sino su creación lógica.

Por suerte, de alguna manera es al mismo tiempo su solución. Gracias a él ya nadie en España puede creer en la neutralidad de nuestras instituciones, en la virtud de nuestras élites, en la independencia de nuestro periodismo o en la autoridad de la ciencia. Nadie, claro, salvo quienes viven de esas instituciones parciales, de estas élites envilecidas, de ese periodismo servil y de esta ciencia siempre dispuesta a confirmar todo lo que le viene bien al Gobierno.

Echemos un vistazo a lo que se ha podido ver durante los últimos días.

“Sois negacionistas de la ciencia” es lo que suele venir después. “Pues claro”, habría que contestar. La ciencia es lo que se deja que sea en cada momento. Y la ciencia ahora mismo -no sólo en España- es un argumento totalitario

El ministerio de Mónica García publicaba el domingo día 9, desde su cuenta oficial, un tuit mediante el que convertía en mensaje institucional un artículo de opinión publicado en infolibre por Javier Padilla, sectario de Estado de Sanidad. En el tuit se afirmaba lo siguiente sobre la menor esperanza de vida de los hombres y su sobrerrepresentación en los casos de suicidio y en el de consumo de drogas: “No es la genética: es una masculinidad que empuja a asumir riesgos y ridiculiza la vulnerabilidad”.

Tras las respuestas al artículo ministerial, el autor contestó citando papers. Como si esgrimir estudios no fuera ya, gracias a personas como Padilla, una actitud inútil, ridícula y habitual en el sector. “Sois negacionistas de la ciencia” es lo que suele venir después. “Pues claro”, habría que contestar. La ciencia es lo que se deja que sea en cada momento. Y la ciencia ahora mismo -no sólo en España- es un argumento totalitario. Como ha sido muchas otras veces. La Ciencia, con mayúscula, se ha constituido en un tribunal acientífico al servicio de gobiernos, partidos o ideologías.

Así que, evidentemente, al ministerio de Sanidad y a sus heraldos habría que decirles que es sano estar contra la Ciencia. De la misma manera que es bueno estar contra el antifascismo y simpatizar con el fascismo, porque hoy los antifascistas son los que entran y expulsan de la universidad por la fuerza, y fascista es ya cualquiera que lo denuncie.

La suma sacerdotisa de la información oficial pasó a hablar de la “fiebre” que generan esos medios en la sociedad, de que hay que “calmar” esa fiebre y de la conveniencia de aplicar “medicamentos” al cuerpo social para que aprenda a librarse de ese “virus de la desinformación”. Oh là là.

El mismo día Óscar Puente, también ministro, difundía desde su cuenta de Twitter una foto falsa de Santiago Abascal -en la que se le veía de puntillas- para llamarle acomplejado. Pero no hacía referencia sólo a la altura. La barba de Abascal se debía, según el ministro del Gobierno, a que “no tiene barbilla”. Y sus escasas apariciones públicas, a “su cerebro vacío”. Esto es un día normal en la vida pública del ministro de Transportes.

Por último, el 14 de febrero, Día de los Enamorados, apareció Silvia Intxaurrondo para mostrar de nuevo su amor al Gobierno, al Partido y a la Idea. Su mensaje en un programa de radio es para escucharlo con el libro de historia del S. XX en la mano. Habló de pseudomedios que propagan bulos, de la necesidad de legislar contra esos medios y de la intoxicación que generan en la sociedad. A partir de ahí, la metáfora totalitaria sin filtros. La suma sacerdotisa de la información oficial pasó a hablar de la “fiebre” que generan esos medios en la sociedad, de que hay que “calmar” esa fiebre y de la conveniencia de aplicar “medicamentos” al cuerpo social para que aprenda a librarse de ese “virus de la desinformación”. Oh là là.

Nuestros ‘checks anda balances’

Entre el mensaje del ministerio de Sanidad y la metáfora político-sanitaria de la presentadora de la televisión pública, Ignacio Molina, senior analyst del Real Instituto Elcano y profesor de Ciencia Política en la Autónoma de Madrid, compartió un análisis que sólo podía producir sonrisa. “Europa no está a salvo del cesarismo iliberal, pero aquí es más difícil un Trump, ¿por qué? Nuestros ‘checks and balances‘ son menos sexys que los de EEUU, pero más eficaces”.

Citaba algunos de esos ‘checks and balances’ que nos salvan del cesarismo iliberal: el parlamentarismo; los partidos políticos; el derecho administrativo. Se olvidaba de la enorme importancia de nuestros prestigiosos académicos y de nuestras potentísimas universidades, siempre vigilantes ante los excesos del poder, siempre alertas ante cualquier signo de cesarismo iliberal. Qué haríamos sin ellos. Les debemos tanto.