IGNACIO CAMACHO-ABC
El sanchismo va a favor de corriente: representa a la sociedad líquida y la halaga con gestos de idealismo buenista
HAY una mala noticia para los que creen que Pedro Sánchez va a durar en el poder poco tiempo, y es que –a diferencia de su propio método de acceso– no es viable una mayoría alternativa capaz de derribarlo del Gobierno. Sus socios de investidura, los nacionalistas y Podemos, sólo le pueden amargar la vida tumbándole algunos decretos, pero después de haber echado a Rajoy tampoco parecen muy dispuestos. Además, la prioridad del presidente no consiste en gobernar sino en hacer gestos, como el del Aquarius, que le granjeen simpatías electorales y le acumulen réditos. Éste es un gabinete de campaña que puede disolverse en cualquier momento pero eso ocurrirá cuando las encuestas lo consoliden en el primer puesto. Hasta entonces incluso le conviene un cierto zarandeo que le permita adoptar poses de centro.
Existen otros motivos para pensar que Sánchez se puede quedar bastante rato. El primero es obvio: el golpe que ha sufrido el PP al salir volteado y la pájara simultánea de Cs ante el repentino cambio de escenario. Las dos fuerzas del centro-derecha tardarán en encajar el impacto y en volver a la carrera con el impulso adecuado. Si los socialistas pactan una rebaja de tensión en Cataluña, obtendrán una tregua táctica que perjudicará a Ciudadanos. Respecto a los populares, tienen mucho trabajo por delante hasta consolidar un nuevo liderazgo.
En segundo lugar, este Gobierno va a favor de corriente: representa a la sociedad líquida. La mayoría del electorado se define de centro-izquierda y se encuentra cómoda en ese tipo de política, la del idealismo igualitario, el gasto social, el discurso dialogante y el buenismo de apariencia altruista. La mano abierta a la inmigración genera una autocomplacencia humanitaria de gran eficacia comunicativa y atrapa a la derecha, si se opone, en la antipática pinza de una hostilidad muy mal vista. Lo mismo sucede con la memoria histórica, que engendra trincherismo pero induce una sesgada identificación entre el PP y el régimen franquista. El aplastante dominio de la opinión pública, gracias al duopolio audiovisual regalado por el tándem Rajoy-Santamaría, garantiza la cómoda implantación de un marco de hegemonía: la superioridad moral elevada al rango de paradigma, la ideología como salvoconducto para instalarse en el lado correcto de la vida.
Por último, last but not least, está el asunto de los ciclos. Por traumático y controvertido que haya sido el asalto sanchista al poder, la percepción social ha pasado página del marianismo. Este vertiginoso ritmo político acentuará pronto la sensación general de relato cerrado, de etapa concluida, de turno vencido. Y nadie vuelve a empezar un libro cuando acaba de llegar al epílogo. Al nuevo presidente le quedan, pues, las condiciones idóneas para recorrer su camino; otra cosa es que además de intuición táctica demuestre talento suficiente para sacarles partido.