Ninguna de las dos partes lo quiso confirmar, pero tampoco ninguna lo desmintió. El encuentro que mantuvieron Mariano Rajoy y Carles Puigdemont el pasado 11 de enero en La Moncloa permanecerá en las tinieblas oficiales pero no en las oficiosas que, ayer, no sólo lo daban por cierto, sino que además atribuían su filtración a la «guerra de independentistas» que aseguran percibir en el seno de la Generalitat.
Según estas fuentes, el almuerzo del que ayer daba cuenta La Vanguardia y cuya celebración avanzó horas antes en Madrid el primer secretario del PSC, Miquel Iceta, se mantuvo en secreto a petición del presidente de la Generalitat. Y Rajoy, añaden, se mantendrá firme en su compromiso pese a que desde Barcelona se haya hecho público.
En Moncloa no señalan a Puigdemont como la persona que ha roto el pacto. Apuntan en otra dirección y recuerdan que quienes tenían conocimiento del encuentro, además de los dos protagonistas, eran sus respectivos vicepresidentes, es decir, Soraya Sáenz de Santamaría y Oriol Junqueras.
También apuntan que la última ocasión en la que Santamaría y Junqueras acordaron encontrarse en Barcelona –precisamente un día antes del almuerzo secreto de La Moncloa–, fue el equipo del vicepresidente catalán quien pidió discreción. La número dos de Rajoy cumplió, pero desde la Presidencia de la Generalitat se desveló la cita poco antes de que se produjera. Se aseguró entonces que la filtración partió del entorno de Puigdemont, de la misma manera que ahora se sugiere que la noticia del encuentro entre los dos presidentes en enero ha partido del círculo próximo a Junqueras.
Estas versiones no vienen sino a abonar el convencimiento de que en la esfera de poder independentista existe una pugna soterrada entre el PDeCAT y ERC por hacerse con el control de la Generalitat y, en consecuencia, del procès y del futuro de Cataluña. Una lucha en la que, en Moncloa, se otorgan más opciones de triunfo al líder de ERC, en quien creen haber encontrado más pragmatismo y más disposición a la negociación para sacar adelante cuestiones de la máxima importancia para los catalanes al margen del referéndum secesionista.
Ayer, en cualquier caso, Mariano Rajoy hizo todo lo posible por sortear la petición de confirmación de su encuentro secreto. El presidente hizo equilibrios dialécticos para derivar la cuestión hacia la posición que él mantiene sobre el debate catalán y que, como recordó, es de sobra conocida: dialogar sobre cualquier problema que afecte a la vida diaria de los catalanes –financiación autonómica, dependencia, envejecimiento demográfico, infraestructuras…–, pero nunca sobre demandas que impliquen saltarse la ley y liquidar la soberanía nacional.
El presidente de la Generalitat, por su parte, jugó la misma carta. Ni confirmó ni desmintió la reunión del día 11 en La Moncloa. En el Parlament, sin embargo, todos los partidos de la oposición –incluida la CUP– la dieron por cierta. Tanto que ninguno de sus portavoces realizó la pregunta que todo el mundo, incluido el Govern, esperaba: «¿Se reunió usted con Rajoy en La Moncloa?».
El president eludió como pudo el asunto ante las menciones que hicieron de la comida con Rajoy desde el PSC, Ciudadanos o SíQueEsPot. Con su regate verbal, sin embargo, Puigdemont ratificó la información de que durante el almuerzo se habló, pero ni se negoció sobre el referéndum ni hubo avances concretos.
En una de sus respuestas a la oposición sostuvo que «las negociaciones ni están ni se las esperan». Insistió en el lenguaje ambiguo poco después al asegurar que el Govern ha «constatado que no hay interés para escucharnos». Y añadir que «no hay propuesta de negociación; ni ahora ni en el pasado ha habido voluntad de diálogo». Más aún, desde la Generalitat se afirmó que por el momento están a la espera de que el presidente del Gobierno proponga una fecha para proceder a una reunión «oficial» con Puigdemont.
Las informaciones sobre la reunión tienen un segundo efecto en la credibilidad de dos figuras de la esfera de poder catalana. Quien queda en mayor evidencia es la portavoz del Govern, Neus Munté, quien el martes negó tajantemente que existan «reuniones secretas». Tampoco queda en buen lugar el líder del PP catalán, Xavier García Albiol, que el lunes no tuvo reparos en desautorizar al delegado del Gobierno, Enric Millo, después de que asegurara que existen contactos «en todos los niveles». Albiol insistió ayer en su tesis de que no hubo encuentro.