José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
No hay autocrítica en el Gobierno ni en el partido, se persiste en el error y emergen las banderías en el PP. Si no hay cirugía de por medio, uno y otro quedarán en una espiral autodestructiva
Los partidos políticos no desaparecen por extinción natural sino tras un proceso, a veces lento, otras acelerado, de autodestrucción. Tal sucede cuando renuncian a la autocrítica ante el fracaso electoral; cuando persisten en el error porque se consideran inmunes a cualquier culpabilidad y cuando incurren en el faccionalismo o las banderías. Estas tres circunstancias concurren ahora en la acción del Gobierno de Mariano Rajoy y del Partido Popular.
La debacle de los conservadores en Cataluña el pasado 21-D requería una reacción que se hace esperar. El Ejecutivo y el partido han fracasado sin paliativos en una comunidad autónoma estratégica y lo han hecho hasta el punto de que sus electores no han creído que votar la opción popular gobernante en España fuese útil. 170.000 de sus anteriores votantes apostaron por Ciudadanos que se llevó —según sus cálculos, muy verosímiles— 95.000 del PSC. Ante esta situación, seguramente premonitoria de lo que podría ocurrir a nivel nacional, el 22 de diciembre pasado, en la junta directiva nacional del PP, nadie tomó la palabra salvo el presidente del Gobierno que luego, ha echado balones fuera en un confuso discurso sobre la tópica necesidad de «comunicar mejor». Silencio lanar.
En Cataluña se han mostrado todos los problemas del Gobierno y del PP: ausencia de discurso, deficiente candidatura y falta de políticas eficaces que le correspondía implementar a una desaparecida vicepresidenta, Soraya Sáez de Santamaría, que tampoco se ha asomado a la balconada de los medios desde la jornada electoral. Ella es la titular del ministerio de Administración Territorial, la responsable política de los servicios de inteligencia y la que comandó la inútil «Operación diálogo». Ni por un momento se ha barajado la procedencia de su renuncia al cargo. Quizás porque la culpa la tenga Ciudadanos por haber ganado. Absurdo.
La persistencia en el error se demostraría, no solo por la ausencia de autocrítica y la facundia con la que los responsables del desastre siguen en sus puestos, sino en el modo general de gobernar. Para muestra algo más que una anécdota: el comportamiento desavisado del ministro del Interior a propósito del colapso por nevadas de algunas carreteras los días 6 y 7 de enero —él, en Sevilla, en el palco de un estadio de fútbol, mientras miles de ciudadanos quedaban varados en las carreteras— abunda sobre la falta de competencia de Juan Ignacio Zoido que es tan buena persona como inidóneo para el puesto que desempeña, como ya se demostró el 1-O en Cataluña y con el desastroso despliegue de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad allí. El hecho de que, hasta el momento, haya permitido que Gregorio Serrano, Director General de Tráfico, siga en su cargo, sugiere que el Gobierno, por una parte, y el partido, por otra, están desconectados de la realidad.
En Cataluña se han mostrado todos los problemas del Gobierno y del PP: ausencia de discurso, deficiente candidatura y falta de políticas eficaces
La comparecencia de Rodrigo Rato en la comisión de investigación del Congreso el pasado martes es uno de los ejemplos de faccionalismo o bandería. Cuando un exvicepresidente del Gobierno del PP con Aznar —igualmente alejado del partido— acusa en la Cámara baja al Ejecutivo de su propia formación de haberle querido meter en la cárcel, es que se está produciendo un ajuste de cuentas histórico en el PP que va mucho más allá de lo que podría interpretarse como una venganza del que fuera director gerente del Fondo Monetario Internacional. La intervención de Rato —tan diferente a la de otros imputados que han protegido al partido— demostraría que no hay freno de mano en las guerrillas populares para evitar la catástrofe. El asturiano ha olido debilidad en la organización de la que formó parte durante treinta años.
El Gobierno, de no ser por Cataluña que es un grave problema que ralentiza la acción de una oposición muy mejorable, estaría ahora dando las últimas bocanadas. Su producción normativa se acerca a la nada, no tenemos presupuestos generales —y es posible que no los tengamos— y renquean pilares del Estado como el sistema de pensiones o la financiación autonómica. En el CIS la corrupción sigue apareciendo como la segunda preocupación de los españoles mientras el informe del Grupo de Estado contra la Corrupción del Consejo de Estado (GRECO), de reciente publicación, sigue detectando graves insuficiencias en los fielatos del sistema ante las malas prácticas y los delitos perpetrados por la clase política.
El PP, además, ya no es el partido canterano de otros tiempos. Está teniendo dificultades para encontrar candidatos con perfiles ganadores en las próximas municipales y autonómicas (2019) y va a celebrar, al parecer, una Convención este año para renovar ideas y estrategias. Falta le hace, aunque no será suficiente —si no hay cirugía de por medio— para evitar quedar absorbido por la energía de la espiral autodestructiva en la que se ha introducido. Las encuestas se confunden en los detalles pero clavan las tendencias. La del PP no puede tener peor cariz.