Antonio Casado-El Confidencial
- Frankenstein en deconstrucción y un bloque de investidura tambaleante en el mercado negro de los escaños
Tal día como hoy, hace cuatro años, el séptimo presidente de la España democrática, Pedro Sánchez, iniciaba su andadura después de tumbar a Mariano Rajoy en una moción de censura (180 síes, 169 noes y una abstención).
Necesitó dos elecciones generales (abril y noviembre de 2019) para encontrar la postura. Fue posible gracias a una coalición con Unidas Podemos, arropada por partidos independentistas que, al igual que el socio de gobierno, se reconocen como enemigos de la democracia del 78 y la monarquía parlamentaria.
La fórmula se hizo carne en el santoral político y mediático bajo la advocación de ‘Frankenstein’. Al registrar la patente verbal, el añorado Pérez Rubalcaba nos puso sobre aviso: sentarse con los malos podía hacerles buenos, aunque también podía ocurrir que los buenos acabaran haciendo el juego de los malos.
Dos años después de que, en carta a la militancia (16 de noviembre de 2019), Sánchez vendiera la fórmula como “esperanza progresista para millones de personas que contemplan con preocupación el auge de la ultraderecha”, el Gobierno está pagando las consecuencias de un Frankenstein en deconstrucción y un bloque de investidura tambaleante que ha hecho de la geometría variable un mercado negro de escaños.
Podemos hace oposición disfrazado de Gobierno y los aliados independentistas ven a Sánchez como jefe de «la España de las cloacas»
Tiene guasa que el presidente reclame “sentido de Estado” al líder de la oposición, Núñez Feijóo, que es su adversario natural, y no pueda pedir lo mismo a quienes están en su propio bando. Este pecado original fue descrito así por la diputada Ana Oramas en la investidura (enero de 2020): “Hoy, señorías, se está inaugurando la demolición del Estado que conocemos”.
La comparecencia de la vicepresidenta Díaz y el ministro Garzón, ayer, en rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, no nos redimió de la clamorosa ausencia de los ministros de UP en el acto del 40 aniversario de nuestro ingreso en la OTAN. Tampoco sirvió para minimizar las discrepancias y los desencuentros que se han convertido en una fuente de sobresaltos. No solo en el seno de la coalición de gobierno, cuyas grietas son cada vez más visibles. También en el del propio bloque de investidura, con situaciones tan esperpénticas como la de todo un Gobierno de la nación tocando la lira mientras sus aliados independentistas se pasan por el arco del triunfo la sentencia judicial del 25% o califican de “patriotismo tóxico” la defensa que la ministra Robles hace de los servicios secretos del Estado.
La figura del Rey emérito, el personalismo de Sánchez en la cuestión saharaui, la guerra de Ucrania, el expediente Pegasus y ahora la OTAN ponen en evidencia el contradiós de las alianzas que dieron lugar a la llamada ecuación Frankenstein. Y ahora, tanto el Gobierno como la subversiva sindicación de costaleros que lo chantajea en el Parlamento (independentistas catalanes, vascos y gallegos) huelen a bronca todos los días.
Para el PSOE, la coalición es una ruina, por su caída en las encuestas. Y para el Gobierno, un factor permanente de inestabilidad
Disfrazados de Gobierno, los de UP hacen oposición al PSOE y, en sede parlamentaria, los independentistas tratan a Sánchez como el máximo responsable de “la España de las cloacas”.
Así que, para el PSOE, esta coalición es una ruina en términos electorales, a juzgar por la tendencia declinante del partido en las encuestas. Y para el Gobierno, un factor permanente de inestabilidad, a juzgar por los desencuentros constantes entre sus tres vectores políticos (el socialismo de Sánchez, el podemismo de Belarra y el acertijo de Yolanda Díaz), con tendencia a diferenciarse a medida que se acerca el tiempo de urnas.