Rubén Amón-El Confidencial
- Una carambola insólita derivada de un error telemático de los populares consiente a Sánchez una victoria que desautoriza a Yolanda Díaz y que beneficia de carambola los intereses de la nación
De alguna manera tendrían que incorporarse las técnicas del billar a la maestría de Pedro Sánchez. La victoria fue milimétrica (175-174) y se resintió del malentendido inicial y del suspense final y de un error más subconsciente que técnico de una señoría del PP —es maravilloso que los populares se hayan marcado un gol en propia meta por la escuadra—, pero predispuso una carambola que proporciona al presidente la aprobación de la reforma laboral, la degradación política de Yolanda Díaz y el hallazgo de nuevas geometrías.
La bola de partido la concedió el PP a cuenta del disputado voto del señor Casero, artífice de una chapuza domiciliaria pendiente de explicación, pero inequívoca del valor providencial que ha redimido a Sánchez de la peor derrota de la legislatura. No solo es que el PP ha salvado la reforma laboral de Sánchez. Es que el PP ha derogado la reforma laboral del PP, más allá de haberse malogrado la insumisión de los dos diputados de UPN a las consignas de Navarra. Se les exigió votar a favor de Sánchez y se negaron a hacerlo por convicciones personales, aunque los rapsodas de la izquierda interpretan que Casado había organizado un ‘tamayazo’. Es una hipótesis. La otra posibilidad es que Batet hubiera urdido un pucherazo, pero conviene recordar que el Congreso de los Diputados no es el festival de Benidorm, por mucho que desafinen las señorías.
Tiene suerte el presidente del Gobierno. El gol en propia puerta del PP se añade a la aprobación de la reforma y a la neutralización de Yolanda Díaz. Tres en uno, doctor Sánchez. Y se le podrán objetar los peligros que conlleva el cortocircuito con el bloque de investidura —ERC y PNV tampoco han anunciado represalias concretas—, pero la estrategia del ‘partido a partido’ demuestra que el presidente del Gobierno tiene suerte, habilidad y cinismo cada vez que añade nuevos capítulos al manual de resistencia.
Así es que resultaba muy poco convincente el ardor parlamentario con que Yolanda Díaz defendía este jueves la reforma laboral. No solo porque intervino delante de los asientos azules vacíos. Carecía de credibilidad la vicepresidenta porque los meros retoques cosméticos de la iniciativa en cuestión implican haberse retractado de las ambiciones con que fue anunciada. Es la razón por la que se han adherido las fuerzas conservadoras (Cs y PDeCAT). Y es el motivo por el que Sánchez ha vuelto a desmentir su programa electoral, no ya haciendo pesar la amnesia, la precariedad ideológica, la ausencia de principios, sino exponiendo la continuidad o la homogeneidad del bloque de investidura. Así lo demostraban la iracundia de Gabriel Rufián (“dime quién te vota y te diré quién eres”), los espumarajos de la portavocía de Bildu y las admoniciones eclesiales del PNV, aunque el cabreo coral de los soberanistas —votaron lo mismo que el PP y que Vox— representa un escenario tolerable respecto al objetivo prioritario de sacar adelante por la mínima el decretazo laboral.
Decretazo quiere decir que el presidente del Gobierno tiene problemas con la separación de poderes. Tanto se inmiscuye en las decisiones de la Justicia como jibariza la actividad parlamentaria hasta degradarla a una caja de resonancia del Consejo de Ministros. El debate de este jueves no exponía la reforma a las enmiendas ni a las rectificaciones, sino a la mera resistencia escénica y estratégica. Amenazas huecas, presagios baldíos. Y un apoyo concreto, el de Cs, cuya eficacia geométrica justifica la razón de ser del partido naranja como la fuerza moderadora del sanchismo.
Sánchez siempre gana, igual que sucede con la banca del casino. De hecho, las habilidades de crupier le permiten jugar simultáneamente en todas las mesas. Y saberse ganador ‘in extremis’ gracias al prodigio de una reforma sin reforma que pone de acuerdo a las ministras más enconadas del Gabinete —Calviño y Díaz— igual que ha logrado la anuencia de los sindicatos y de la patronal. Sánchez puede exhibir su victoria en la Comisión Europea, garantizarse el flujo providencial de los fondos comunitarios. Ha traicionado su programa electoral, a sus socios de gobierno y a sus aliados de investidura, pero siempre merece celebrarse que los intereses particulares de Sánchez coincidan con los intereses de la nación.
La reforma vigente —muy similar a la retocada— ha demostrado su eficacia como instrumento de creación de empleo. Es la razón por la que tendría que haberse sumado —o abstenido— el PP de Casado. Apropiarse de los derechos de autor. Y exponer con más énfasis la colisión del bloque de investidura, aunque el error del diputado torpe implica un ejercicio de justicia poética.
Conviene también a la nación, en este mismo sentido, que Sánchez haya tenido que abjurar de los compadres soberanistas. Y que la ruptura haya sucedido en una ley nuclear del cuatrienio sanchista, de tal manera que el PSOE se identifica en una posición centrada. El proyecto estrella de Yolanda Díaz se ha restringido a un epílogo modesto de la normativa popular y ha supuesto el mayor contratiempo de su trayectoria mesiánica. No hubiera sido posible sin ella la mansedumbre de los sindicatos, pero el despecho de los soberanistas de izquierda y la incapacidad para alistarlos demuestra que decae la estrella de Yolanda y que la legislatura afronta un periodo de incertidumbre. ¿Hasta dónde y hasta cuándo puede prolongarse la crisis con los nacionalistas?
Se prometen semanas de difícil convivencia, de obstruccionismo y de bravuconadas. Y puede que haya repercusiones en los equilibrios de la política catalana a cuenta del desencuentro de Yolanda Díaz y ERC, pero la mayor ventaja de Sánchez a medio y a largo plazo consiste en la ausencia de una alternativa al sanchismo. No pueden permitirse los soberanistas la hipótesis de Casado en la Moncloa, menos aún bajo la vigilancia del ‘sheriff’ Abascal. Ni pueden resignarse a la idea de que el presidente del Gobierno haya encontrado otros equilibrios parlamentarios —el monstruo naranja de Ciudadanos, los partidos pequeños— que benefician por añadidura su imagen moderada y su reputación comunitaria, manejando como nadie sus habilidades de trilero y su ejercicio de transformismo.
La gran paradoja de esta reforma laboral consiste en que tenían que haberla apoyado quienes la rechazan —el PP— y que tenían que haberla rechazado quienes la han promovido, precisamente porque sus artífices, Sánchez y Díaz, han faltado a la promesa de la derogación y han venido a confirmar que el presidente del Gobierno nunca pierde una batalla decisiva.