Gabriel Albiac-ABC
- ‘¡Hay que vivir!’ A eso se reduce la operación de Arrimadas. Como a ‘¡Hay que tener chalé!’ se redujo la de Iglesias
Al final, me habré pasado el primer tercio de mi vida, el que viví bajo la dictadura, añorando los partidos políticos; y los dos tercios siguientes, maldiciéndolos. Es como para volverse loco, a poco que uno reflexione sobre la derrota generacional que eso arrastra. O como para saberse en paz con uno mismo por no haberse plegado a fingir ceguera ante la realidad de una política corrompida sin excepciones. Los partidos españoles, de 1978 a hoy, han sido bandas bien tejidas de estafadores. Con ribetes mafiosos casi siempre. Criminales, a veces. Tautológicamente deshonestos.
La ofensiva que, ahora y desde Murcia, ha abierto Ciudadanos es sólo un ejemplo límite de esa lógica basada en la completa ausencia de barreras morales: con Madrid como botín. No es ni mejor ni peor de todo cuanto hemos visto en estos 43 años: infinitamente mejor que una dictadura, desde luego; pero infinitamente ajeno a nada que una mente no embrutecida pueda llamar democracia representativa. Duele esta vez en mayor medida, es verdad. Y es así porque, aun los que como yo nunca votamos, quisimos ver en el partido de Rivera -y luego de Arrimadas- una hipótesis menos obscena, algo que, al menos, cuestionase la inexorable dinámica que hizo de los partidos políticos nada más que privados clubes de apoyos mutuos. UP ha dejado de ser imprescindible. Cs aspira a suplir su papel de comodín. Queda por ver cuál de ambos queda fuera de juego. Y si Díaz Ayuso no les rompe el envite.
No es sólo, desde luego, un problema español. No hay país democrático en el cual la peor gente no busque en su afiliación a un partido el beneficio del puestecito de trabajo con esfuerzo mínimo y sueldo máximo. Los difíciles tiempos del paro masivo han transformado ese crónico pudrimiento en un cáncer de dimensiones colosales: su corrosión de la vida política preocupa aun en las democracias con tradición menos corrupta.
¿Entre nosotros…? Entre nosotros, el progreso de la corrupción dentro de los partidos no preocupa a nadie: porque, entre nosotros, la corrupción no es una enfermedad de los partidos; la corrupción es el ser mismo de los partidos políticos españoles. Claro que las cuentas de Podemos son ininteligibles sin el dinero negro venezolano. Pero claro es, igualmente, que no hay partido cuya financiación no oculte cloacas insondables. Desde aquellas primeras contrataciones de basura que hicieron estallar el PSOE madrileño nada más empezar la democracia, hasta el bien cifrado porcentaje que todos los constructores te cuentan en privado haber pagado a todos los partidos, la política aquí ha sido eso: cruce de maletines y prestación equitativa de favores inmobiliarios.
‘¡Hay que vivir!’ A eso se reduce la operación de Arrimadas. Como a ‘¡Hay que tener chalé!’ se redujo la de Iglesias y cónyuge. ‘Hay que vivir. Bien’. Es la última consigna.