A pesar de que los etarras no andaban descaminados en el análisis de su situación interna, se han mostrado incapaces de llegar a la conclusión de que es mejor abandonar el terrorismo y continúan el camino de la violencia, como boxeadores sonados que siguen lanzando puñetazos esperando que alguno derribe al adversario.
El golpe más duro que puede recibir una organización terrorista no es el que le detengan a uno o a varios de sus dirigentes. Lo peor que le puede ocurrir es que llegue un momento en el que sea incapaz de llevar a cabo sus amenazas, en el que sus palabras y comunicados se conviertan en bravatas en lugar de ser factores de intimidación. Llegado a este punto, su credibilidad como organización terrorista está acabada.
ETA lleva ese camino. Puede atentar de vez en cuando, incluso matar, pero habrá dejado de ser un factor que condiciona la política porque no tiene la capacidad de mantener una campaña terrorista sostenida. Propina golpes esporádicos, pero no puede desarrollar una estrategia de ataques a medio y largo plazo y no consigue modificar las decisiones de las instituciones democráticas. Es el momento en el que se convierte definitivamente en un problema de seguridad, como lo son las redes de narcotraficantes, pero deja de ser un problema político.
La captura constante de dirigentes de ETA, además de las operaciones contra sus células activas, es el principal factor de debilitamiento de la banda. En el País Vasco sigue habiendo suficientes voluntarios para engrosar las filas etarras. Además, no hacen falta tantos: un par de docenas al año son suficientes para mantener el nivel de actividad de la última década. Pero esa tropa de terroristas potenciales necesita una estructura que organice, dé adiestramiento, proporcione las armas, dé las órdenes e integre los atentados en una estrategia política. Sin esa estructura, los aspirantes a terroristas son náufragos en el mar de la violencia.
El arresto de Jurdan Martitegi es el último hito de una estrategia eficaz que han desarrollado durante años los cuerpos policiales españoles y los franceses persiguiendo a los dirigentes de ETA, a los que forman parte de la cúpula y a los escalones intermedios. Unos y otros son imprescindibles para que los comandos etarras puedan actuar. Debilitando la cabeza y las estructuras de apoyo que operan en territorio francés, se conduce a la banda terrorista hacia la parálisis.
Los etarras son conscientes de esa situación y así lo reflejan en sus documentos: «No es ningún secreto que la presión policial ha creado grandes dificultades», señala la ponencia oficial de ETA sometida a debate hace menos de un año. Un etarra admitía las «dificultades operativas nunca vistas», obligados a la «permanente utilización de nuevos comandos» que, además, tenían «poca trayectoria». «No se puede dar la vuelta a la situación, por lo tanto todo irá a peor».
A pesar de que no andaban descaminados en el análisis de su situación interna, se han mostrado incapaces de llegar a la conclusión de que es mejor abandonar el terrorismo y continúan el camino de la violencia, como boxeadores sonados que siguen lanzando puñetazos esperando que alguno derribe al adversario.
Florencio Domínguez, LA VANGUARDIA, 22/4/2009