EDITORIAL
El portavoz del nuevo avatar de la estructuralmente corrupta Convergència Democràtica de Catalunya, Francesc Homs, ha afirmado que si la causa abierta contra los separatistas catalanes que, en franco desafío de la legalidad constitucional, perpetraron el referéndum tercermundista (urnas de cartón, censo adulterado que incluyó a menores de edad, conteo incontrolado…) del 9 de noviembre de 2014 se sustancia con una sentencia condenatoria, advendrá «el fin del Estado español» y se constatará que «la democracia puede ser castigada con el Código Penal».
Homs, paradigma de la corrupción moral e intelectual que está arrasando al en tiempos denominado «nacionalismo moderado», ha vuelto a dejar en evidencia la desvergüenza e insensatez de los peores enemigos de Cataluña, esos que hablan y no paran de fer país pero no hacen más que arrastrarlo por el fango. Siguiendo el infecto manual del perfecto totalitario, Homs practica la inversión semántica para clamar por la democracia mientras él y sus compinches andan volcados en dinamitarla. Con la insoportable desfachatez de los fanáticos, Homs se presenta como el puro que se planta ante los impuros cuando su vida política ha estado inextricablemente unida a la CDC del execrable Jordi Pujol, tremendamente responsable de que hoy en día Cataluña no sea sino una suerte de pseudo-Estado canalla, donde los primeros que quebrantan la ley son los que detentan el poder.
Homs y todo lo que representa Homs son una afrenta a la vida cívico-política de una democracia digna de tal nombre. Homs y todo lo que representa Homs son un contraejemplo, buenos para nada. A fin de que Cataluña salga de la tremenda crisis en que se halla inmersa, Homs y todo lo que representa Homs deben acabar en el basurero de la Historia, saberse y reconocerse políticamente derrotados. Con ellos, enemigos jurados de Cataluña y del resto de España, no hay operación Diálogo que valga. Ceder ante semejante hatajo de liberticidas sí que sería «el fin del Estado español».