La cofradía del delito resulta triunfante tras el gran butifarrón de Puigdemont. Sánchez, silente y triunfante, como siempre. Los Mossos asumen su apoteósico ridículo
Lo llamaban en Argentina ‘el silencio mexicano’. Es la actitud de Cristina Kirchner. Mudita se quedó ante el escándalo que sacude a su país. El expresidente Alejandro Fernández, un muchachuelo ambicioso y bobales a quien ella designó como manejable marioneta para asumir la mayor institución del Estado, ha sido acusado por Fabiola Yáñez, su expareja y madre de su hijo, de ‘violencia física, terrorismo sicológico, hostigamiento y acoso’. El juez le ha prohibido abandonar el país. Fotografías con moratones, hematomas, heridas, ojos a la virulé y todo tipo de secuelas de las golpizas se exhiben estos días en los medios. Fabiola se ha convertido en la Juana de Arco de la Pampa, en la mártir de un expresidente que se presentaba en sus mítines como ‘el más feminista de la historia’, que denunció a Bolsonaro por ‘violento y misógino’, que tachó a Milei de ‘desequilibrado y paranoico’ y que regó el país con miles de millones de pesos para crear chiringuitos militantes de la causa del ultrafeminismo woke. «Hola a todos, todas y todes», abría siempre sus discursos mientras agredía a su señora con ensañamiento feroz, al decir de la apalizada y los testimonios gráficos acreditan.
¿Y de Alberto? Ni palabra. «El silencio mexicano» es la estrategia. Las cosas no existen si no se las nombra. Lo que no se publica jamás ocurrió. Y cuando se publica, es falso. O sea, fango, bulo, ‘no caso’.
¿Y qué decía madame K. a todo esto? Silencio sepulcral hasta este viernes. Ni una palabra sobre el pelele al que colocó en la Casa Rosada, ni un mensaje de afecto solidario hacia la maltratada, ni un guiño de sororidad para con la víctima. La gran líder del peronismo corsario se mantenía ajena al drama y tan sólo colgó un tuit de su encuentro con Claudia Shein, presidenta electa de México, en el que le desea mucha suerte y mucha fuerza en su labor. «Yo, como mujer y expresidenta, sé que las va a necesitar». ¿Y de Alberto? Ni palabra. «El silencio mexicano» bautizaron a la estrategia. Las cosas no existen si no se las nombra. Lo que no se publica jamás ocurrió. Y, caso de que se publiquen, no es más que fango. ‘No caso’.
Hasta que la presión ha podido con ella. Este viernes emitió un comunicado sobre el repugnante asunto en el que, lejos de centrar su rechazo y denuncia frontal contra su apadrinado, lo engloba en ‘la condición humana, tan sórdida y oscura’. En su contrastada indecencia moral, no olvida tampoco arremeter contra Mauricio Macri y Fernando de la Rúa, expresidentes del partido de la oposición, algo chirriante. Una nota genérica, urgida y forzada, de puro disimulo, sin autocrítica ni mea culpa. Fue Cristina quien lo puso allí. Quien sabía lo que pasaba en la Casa Rosada, porque lo sabía medio Buenos Aires, medio gobierno y medio partido. Y callaba. La gran defensora de la mujer, la sucesora de Evita la pregonera, se hizo cómplice de la indecencia. Hasta que ya le resultó imposible mirar hacia otro lado, cuando tantos dedos la señalaban, cedió en su actitud y perpetró un comunicado farisaico. Ella no lo nombró, ella nunca estuvo allí.
Sánchez, tan peronista en las formas como populista en el fondo, también es un virtuoso del silencio. Se calla o se oculta cuando las cosas se tuercen. En la línea Cristina, ni una palabra ha emitido sobre la gran butifarra de Puigdemont al Estado de Derecho, el gran corte de mangas del forajido a la Justicia, la burla desabrida a las fuerzas de seguridad, que han tenido que asumir el papel de comparsas (CNI, Policía Nacional, Guardia Civil) o de cómplices activos (Mossos) en la jugarreta.
El presidente del Gobierno, recluido en sus herméticas vacaciones, quizás en Lanzarote, apenas ha dado señales de vida para felicitar a los deportistas españoles por sus triunfos en los Juegos. En paralelo con la actitud de su admirada madame K., bien podría calificarse su mudez de un ‘silencio olímpico’, tan sólo interrumpido por el escueto mensaje de aliento a Salvador Illa (en español y catalán), a quien finalmente ha conseguido colocar al frente de la Generalitat a cambio de dinamitar el solidaridad fiscal de la nación. Es la investidura más cara de la historia.
El ‘tonto del día», le respondió Oscar Puente a un paisano que le preguntaba por el prófugo mientras el ministro jugaba al golf y mientras sus trenes (que son los nuestros) seguían sumidos en el habitual colapso.
Nadie en el Gobierno abre la boca. Todos los ministros se han evaporado, han borrado sus agendas, huyen en cuanto aparece un periodista, evitan actos públicos y no quieren ver un micro ni de lejos. Sólo se han detectado signos vitales en algunas excepciones como la viceuno Montero, que remitió un tuit a su correligionario Illa. «Excelente noticia para Cataluña y España. Y para la buena política», proclamaba, en línea radicalmente contraria a lo que aseveraba hace tan solo dos semanas sobre la imposibilidad de sellar un ‘concierto fiscal’ a la catalana. Otra que considera que comerse sus propias palabras es una dieta sana.
Félix Bolaños protagonizó un instagram de aprendiz de influencer junto a su peluquero, en un episodio inolvidable. Luego se fue a París. Allí le pilló lo de Puigdemont y no tuvo empacho en descargar toda la responsabilidad de los hechos sobre la policía autonómica, que para eso está.
«El tonto del día», le respondió Oscar Puente a un paisano que le preguntaba por el prófugo mientras el ministro jugaba al golf y sus trenes (que son los nuestros) seguían sumidos en el habitual colapso.
Esta escalada del patetismo quedó consagrada con la aparición en rueda de prensa de los representantes de la policía de la republiqueta, la única del mundo que calza alpargatas en su uniforme de gala. Se trataba de dos agentes despavoridos que apenas lograban hilvanar un par de frases con algún atisbo de racionalidad, por lo que optaron por abrazarse al victimismo, norma de la causa. Nada aclararon, salvo que no consideraron que Puigdemont iba a actuar como un delincuente y que su partido colaboraría en la fuga. Todavía no han logrado descifrar si el rey de las fugas ha vuelto a Waterloo, está en Perpiñán o zampando un atracón de escalivada en su casa de Gerona.
La mentira o la ocultación
Sobre lo que no se puede hablar más vale guardar silencio, aconsejaba el metafísico. Esa es la escuela de Sánchez, que discurre entre dos senderos que se bifurcan. El de la mentira, posiblemente su favorito, y el del silencio, que reserva para los episodios más molestos. Como cuando compareció ante el juez, en condición de testigo, para declarar sobre el caso de corrupción que agobia penalmente a su señora. Quizás dentro de poco tenga que hacer lo propio en Badajoz con el caso que ya asfixia a su hermano y sus inconfesados manejos con el Fisco.
También le gusta la ocultación, como cuando la ley del sí es sí, cuando la investidura de Feijóo, cuando el debate de la amnistía y ahora, en el escamoteo de Puigdemont. Se borraba del escenario como los torerillos primerizos. Y siempre, la mentira, el embuste, la trola. Ni una concesión a la verdad, ni un traspiés con la decencia.
Y no le va mal. No asume responsabilidades, evita el bochorno, los pitidos, los contratiempos inesperados y tan sólo escucha, ocasionalmente, a algún iracundo personaje de la oposición que le califica de ‘cobardón’, algo que no le hurta el sueño.
También ha resultado indemne en esta artificiosa jugada catalana. Ha colocado a Illa al frente del Ejecutivo regional, ha confirmado su teoría de la concordia, el hermanamiento, la pacificación de aquella comunidad y ha consolidado su figura en la única zona de España donde aún le votan.
«El fin del procés» llama la pandilla de la opinión sincronizada a ese ejercicio. No es más que poner al PSC a culminar la tarea del separatismo. El referéndum en puertas
Illa también alcanza su objetivo al lograr el sillón cenital de la Generalitat sin incurrir en más humillación que la de asumir todo el programa, jerigonza, embustes y hasta la matraca ideológica de los separatistas, como así evidenció en su discurso de investidura, una traición a cuanto ha venido predicando en los tiempos en los que se disfrazaba de ‘constitucionalista’ y hasta acudía a las manifestaciones en contra de quienes ahora le han concedido el cargo. «El fin del procés» llama la pandilla de la opinión sincronizada a ese ejercicio. No es más que poner al PSC a culminar la tarea del separatismo. El referéndum en puertas. El ministro de Sanidad de la pandemia, más de 130.000 muertos, dos estados de alarma inconstitucionales, el burlador don Simón, un comité de expertos que jamás existió, negocios paralelos con la trama de Koldo y una deserción del Ministerio rumbo a las elecciones catalanas en medio de la segunda ola de vacunas conforman el prontuario de este tipo poco de fiar, con aspecto de supulturero de espagueti western de Sergio Corbucci (ni siquiera Leone) y capaz de incurrir en todo tipo de hechos delictivos.
Y gana Puigdemont con su jugarreta circense porque, aunque no cumple con ninguna de sus promesas, esto es, abandonar la política si no era president o asistir presencialmente a la ceremonia de proclamación del candidato, ha acaparado el protagonismo en una jornada de enorme repercusión mediática, ha puesto un pie en territorio español y se ha burlado de la Justicia, que era uno de sus principales objetivos. Se supone que volvió ya a su escondrijo. Nunca entrará en prisión, corean sus asesores patibularios. El juez Llarena no piensa lo mismo.
El título del payaso de las bofetadas de esta opereta bufa le corresponde a los Mossos, que asumen con resignación el papel que les toca en el reparto. Gozan de mejores sueldos que policía nacional y Guardia Civil de modo que tan contentos. Y pierde España, pero eso, ¿a quién le importa? Silencio mexicano.