Eduardo Uriarte-Editores

Me pasé el suficiente tiempo intentado traducir El 18 Brumario de Luis Bonaparte como para asumir en el análisis político la validez de la descalificación del personaje que se trate, como lo hiciera Marx con el susodicho llamándole nada menos que crápula. Todo esto para que mis buenos y bienintencionados amigos que siguen creyendo en Sánchez, con cierto tufo a culto a la personalidad, me disculpen por osar llamarlo Caradura, y por indicarles que si hoy, día en que escribo, 28 del 12, no les hacen una inocentada es porque todos los días se las está haciendo él.

Tengo que admitir que en estos tiempos confusos hay que mantener cierta indulgencia (que ya vi a mucha gente que yo creía sensata enloquecer en Cataluña con lo del procés), y cuando más de uno, siempre discretamente, me pegunta por la deriva de la situación, a la que prontamente la califico de muy preocupante, inmediatamente me confiesan su decepción, y en vez de decirles “te jodes, ¿es que no lo veías venir?” les tengo que consolar. Pero es tal el desazón que manifiesta que ni siquiera me atrevo a sugerirle que vote a otro en la siguiente. Quizás malignamente, para que se cueza en su propia salsa. El problema es que nos estamos cociendo todos en ella.

El Gran Caradura, que saltó a la escena política enarbolando el NO es No paralizando el país, poniendo una cortina delante de la urna de votación en el comité federal de su partido, que entró al primer debate llamándole de entrada a su oponente “indecente”, que no sabe lo que es una nación (ni falta que le hace mientras haya electores que se crean el cuento de la maldad de la derecha con los que no se puede constituir ninguna), que ha hecho todo lo que había dicho que no iba a hacer, se permite ir de moralista acusando a sus adversarios de tensionar, POLARIZAR, la política, y tras esgrimir con gran maestría el insulto, la descalificación, y la mentira, ahora, siguiendo el esquema utilizado por los nacionalismos radicales, añade el victimismo. Con éste ha hecho suyos todos los instrumentos dialécticos de las opciones revolucionarias. Y, eso, todo eso, desde la presidencia del Gobierno, por lo que no hay que extrañarse  que el discurso constitucional y claro del rey en estos momentos de zozobra política fuera especialmente dirigido a él, pero mis amigos no se han enterado.

Las falsedades, las mentiras, a base de repetirlas parecen verdades. Lo demostró Goebbels en los años treinta. Que lo que ha montado es progresista pone patas arriba lo que era el progresismo en España. Olózaga, Espartero, Prim, fueron los abanderados del progresismo precisamente por algo, la defensa de la constitución de 1812, amén de patriotas, aspectos de los que el Caradura, y no digamos sus socios en esto que llama progreso, carece. Pero es igual, compraron el concepto en una tómbola de feria y a base de repetirlo la gente, que desde hace varias generaciones no ha estudiado historia, se lo cree.

“…Aquí hay insultadores e insultados, hay asediadores de casas del pueblo socialista y asediados…” se atreve a proclamar el que arrebata a los constitucionalistas la alcaldía de Pamplona en favor de Bildu, escenificando el enfrentamiento social allí, nada menos, donde se dio el chupinazo a la última guerra civil que padecimos, y que creíamos superada hasta que vino éste desenterrando generales para sobrevivir  en el poder con las dos Españas enfrentadas. Como lo hiciera el desenterrado Caudillo.

Pero tenemos esperanza, os quiero a todos. Por ello, os recuerdo para que perseveréis que Sánchez no está de acuerdo con el derecho de autodeterminación para Cataluña, creedle. Es mi derecho a haceros la última inocentada. Y va en serio: ¡Feliz y duro año nuevo!