Los mapas electorales los carga el diablo. En la argentina peronista, esa avanzadilla del sanchismo, la oposición democrática se muestra eufórica ante la posibilidad de sacudirse veinte años de gobierno de Cristina Kirchner (con un cuatrienio de excepción) a la vista del empuje de las fuerzas democráticas en los comicios provinciales, similares nuestras autonomías. Hasta el momento, nueve de las 24 demarcaciones del país se han despojado del colorín azul (del peronismo) y se espera que el número de las liberadas supere la docena.
Es el viento del cambio, la antesala del fin del kirchnerismo, jalean de norte a sur del país, que celebra elecciones generales el próximo octubre. Ya se adivina el punto final a un régimen corrupto y fascista que el general Juan Domingo Perón, émulo de Mussolini y simpatizante de Franco, instaló en el Cono Sur hace 80 años y que desde entonces controla o sobrevuela la vida política nacional con los resultados catastróficos de todos conocidos. Una economía ruinosa, pese a unas riquezas naturales únicas, una población sometida al analfabetismo, la desidia, el abandono, más del 40 por ciento de la infancia subalimentada, casi un cincuenta por ciento por debajo del nivel de la pobreza… Villas miserias por doquier, atraso, brutricie, dependencia de las dádivas del Gobierno, subvenciones, paguitas, limosnas … y unos sindicatos bestializados, ese eje del mal que dinamita cualquier intento de gobierno constitucionalista mediante huelgas, violencia, matonismo y crímenes. Si gana el bloque moderado «va a correr la sangre», amenazan sus dirigentes patoteros con toda impunidad. Trece huelgas generales y más de 4.000 paros sectoriales le dedicaron a Raúl Alfonsin, el presidente radical que juzgó a los militares golpistas, en sus apenas cinco años de gobierno. No pudo acabar su mandato.
Madame K., viuda del expresidente Néstor Kirchner, ella misma expresidenta, actual vicepresidenta y titular del Senado, reconocida como la mayor corrupta del subcontinente, condenada a seis años de prisión por haberse afanado más de mil millones de dólares del erario público, ve llegada la hora de la derrota y se revuelve entre enormes aspavientos y proclamas de furia contra lo que le tiene signado el destino.
El antiperonismo podría haberse dotado de candidatos con más fuste para encarar con mayores garantías este momento fatídico y quizás irrepetible
La oposición se agrupa en torno a Juntos por el Cambio, un movimiento no muy bien articulado, amalgama de formaciones diversas que habrán de elegir candidato a las presidenciales en unas singulares primarias este próximo día 13. Dos aspirantes de perfil muy opaco y escaso tirón popular compiten por el puesto. El sector ‘halcón’ lo lidera Patricia Bulrich (67), seca y austera de gesto, que fue ministra del Interior con Mauricio Macri (presidente 2015-19), un galansote pinturero que desperdició, al estilo Rajoy, la gran oportunidad regeneradora y sepultar para los restos el peronismo abrasador. La sección más moderada la encabeza Horacio Rodríguez Larreta (57), ‘el pelao’ por su alopecia, actual alcalde de Buenos Aires y con tanto tirón popular como un buzón de correos. Ambos se detestan y no ocultan sus enormes diferencias. El antiperonismo debería haberse dotado de candidatos con más fuste para encarar con mayores garantías este momento fatídico y quizás irrepetible.
Argentina está en el hoyo más profundo de su historia, arrasada por un Gobierno corsario, delincuente, usurpador, alineado con todos los chavismos del subcontinente y con la determinación obsesiva de mantenerse en el poder a cualquier precio. Sergio Massa (51) un trepa guaperas y sin principios, que ha saltado de partido en partido, es el aspirante del peronismo para suceder a Alberto Fernández, un periodista inútil y bobalicón, que hundió su carrera tras organizarle una fiestuqui de cumpleaños a su linda pareja en la residencia presidencial de Olivos en pleno cerrojazo por la pandemia. ¡Algunos asistentes colgaron selfies por todas las redes!
La Libertad de MIlei ofrece algunos puntos de concordancia con Vox, partido con el que mantiene excelentes relaciones. Goza, por ejemplo, de una enorme anuencia en los ambientes jóvenes, universitarios, desencantados, rebeldes…
Hay paralelismos fatídicos entre lo de aquí y lo de allá. Además de la estrecha relación del ala morada del ejecutivo de Sánchez (Irene Montero, Pablo Iglesias, Yolanda Díaz…) con las huestes de Madame K, también allí la oposición se presenta dividida. A la vera del movimiento del Cambio, conservadores, tradicionales, profesionales, voto urbano, herederos de la Unión Cívica Radical (del liberalismo a la socialdemocracia), ha surgido con enorme fuerza un personaje muy peculiar, Javier Milei (52) un economista que encabeza su propia criatura, La Libertad Avanza, y que ha sacudido el bifrontismo tradicional del tablero nacional. Patillas de libertador, melena larga y encrespada, ‘el peluca’, vehemente, apasionado, visceral, buen polemista, Milei es inclasificable. Se define liberal, con rasgos libertarios, estridentes, quizás excesivos. Es un tipo brillante que, en ocasiones, resulta disparatado y elemental. Su mano derecha es Cecilia Villarroel, posiblemente una de las políticas más firmes, serias y brillantes de la región. La Libertad de Milei ofrece algunos puntos de concordancia con Vox, partido con el que mantiene excelentes relaciones. Goza, por ejemplo, de una enorme anuencia en los círculos jóvenes universitarios, rebeldes sin futuro, fatigados de ocho décadas de decadencia peronista y condenados a la emigración, la fuga hacia Estados Unidos o Europa. Una inflación que desborda los cien puntos anuales y una estructura política embarrada por usos gangsteriles destroza cualquier posibilidad de proyecto vital a los menores de 30 años.
El mapa argentino empieza a vestirse de amarillo (el color que señala a las provincias antiperonistas). El anhelado vuelco avanza y el gran patadón en la grupa del kirchnerismo se adivina casi asegurado. Tan sólo un par de factores pueden actuar como aborteros de la esperanza. La fuerte división en el bloque opositor y la excesiva confianza en el ánimo de cuantos alientan la recuperación democrática. Dos realidades, vaya por Dios, que colaboraron en redondear la frustración antisanchista del 23-J, el gran chasco que nadie se olió. Cuidado con los colores que anuncian los mapas de los sondeos o los comicios regionales. La España azul de la cartografía de Feijóo se quedó muy corta. Y frustrada.