Editorial-El Correo

  • De su lenguaje verbal y gestual pende hoy que su segundo mandato se abra desde el respeto a la institucionalidad de un régimen de libertades

Donald Trump tomará hoy posesión de la presidencia de Estados Unidos ocho años después de que lo hiciera por primera vez; y lo hará acompañado, tras una victoria inapelable, de una popularidad superior. Un punto de partida que le brinda un amplio margen de discrecionalidad en lo que se anuncia como un cambio de era, tanto para la convivencia entre los estadounidenses como para el mundo. Ahora queda por ver en qué medida las decisiones del reelegido se aproximarán a sus promesas y advertencias más hiperbólicas, y en qué medida tenderán a atemperarse al tener que ajustarse a una realidad compleja y a una Administración que no podrá operar en una sola dimensión y en un único sentido. Joe Biden despidió su mandato el jueves mostrando su preocupación por el surgimiento de un «complejo tecnológico-industrial», una «oligarquía de extrema riqueza, poder e influencia que literalmente amenaza a toda nuestra democracia». Aunque la división existente en la sociedad norteamericana se debe a esa extraña convergencia que se ha ido fraguando entre un conocimiento al límite y una ignorancia supina que afecta al crédito y la estabilidad de las instituciones y a un sistema basado en contrapesos. Al propio Biden se le olvidó mencionar que si alguna novedad ha introducido la polarización extrema es la profunda crisis en la que se encuentran los dos partidos de la alternancia, el Demócrata y el Republicano.

Las «100 órdenes ejecutivas» que Trump se dispone a firmar hoy mismo serán un buen indicativo de sus intenciones reales. Toda vez que, independientemente de las corrientes de opinión que le han vuelto a aupar a la presidencia, cada una de las medidas apuntadas en una larga campaña y en el período posterior a las elecciones del 5 de noviembre presenta contraindicaciones. Como las deportaciones en masa, en relación a los valores que requiere la vida en comunidad y la economía estadounidense. Los aranceles, como fuente de nuevas tensiones inflacionistas. La negación obsesiva del cambio climático, mientras las catástrofes naturales se suceden. O acabar inmediatamente con la guerra de Putin instando a Kiev a desprenderse de parte de su soberanía, lo que alentaría a todas las autocracias expansionistas. Del mismo modo que dividir a los socios europeos debilitaría también a América. Del lenguaje verbal y gestual que Trump emplee en su toma de posesión de hoy pende la posibilidad de que su segundo mandato quede inaugurado desde el respeto a la institucionalidad de un régimen de libertades.