El gran error

ABC 14/10/13
JUAN CARLOS GIRAUTA

La defección de los socialistas el día de la dignidad de los españoles de Cataluña, el 12 de octubre, es un insulto a los suyos, a la libertad y a la sociedad civil. El PSC ha preferido estar con el pensamiento único, con el nacionalismo excluyente, con la coacción, con el sometimiento, con la injuria y con el ninguneo al discrepante. ¿Por qué se ha suicidado el PSC? ¿Por qué no ha virado mientras veía caer sus resultados del 38 al 14% del voto desde 1999? ¿Y por qué lo ha consentido el PSOE? Para entender tanto absurdo, es preciso acudir a la historia del partido.
Rescatadas del destrozo y de la espera interminable del exilio, las siglas del PSOE que emergen a mediados de los años setenta ya no significan lo que significaron. Tienen su poso y su peso, como cualquier marca de abolengo, pero son un recipiente a llenar. Con ellas, y con el apoyo alemán, estadounidense, francés, austríaco, italiano y sueco, Alfonso Guerra y Felipe González alcanzan varios difíciles objetivos.
Para empezar, alejan de Europa Occidental el peligro de un triunfo comunista en uno de los Estados donde el martillo y la hoz siguen gozando de predicamento. La experiencia revolucionaria portuguesa, la fortaleza del comunismo italiano y el hecho (hoy obviado) de que la única resistencia al franquismo reseñable fuera la del PCE convertían el proceso postdictatorial español en preocupación principal de las cancillerías. El PSOE cumplió con su cometido capitalizando la lucha ajena.
En la construcción del bipartidismo, que tan dudosa parecía entonces, correspondía al PSOE –y básicamente a Guerra– recoger fragmentos y pegarlos, aglutinar a todos los partidos socialistas españoles bajo las mismas siglas alumbradas a finales del siglo XIX. Del PSP de Tierno al puñado de partiditos socialistas regionales, todos acabaron bajo el techo del PSOE una vez contrastadas con la realidad electoral las desmesuradas expectativas de los fragmentarios. El PSOE cumplió también su cometido… con una excepción. Esa excepción todavía colea, fue el gran error del tándem sevillano, y la va a pagar su partido cuarenta años después.
Alfonso Guerra aceptó que se exceptuara a Cataluña de una regla de oro: la unión de todo el socialismo español bajo las mismas siglas, bajo la misma disciplina y al servicio de la misma estrategia. Estudié en su día las razones de esta anomalía. Está la pronta presencia bajo el franquismo del Moviment Socialista de Catalunya, que aparece en los años cuarenta. Está la militancia en el MSC del la mayoría de los ugetistas catalanes. Están las soterradas presiones de un personaje de la derecha multimillonaria catalana capaz de abrir puertas decisivas a Felipe y Alfonso en Europa, que puso sus condiciones.
Con todo, más allá del debate anacrónico sobre si hubiera sido o no evitable ese error que conocemos como PSC, la factura de aquella anomalía iba a acabar llegando. Ya la tenemos aquí. Con toda seguridad, la pagará el PSOE cayendo por debajo de los cien diputados una vez reducido el socialismo catalán a una curiosidad, a una debilidad, a una claudicación. Veremos si no la tiene que pagar, también, España, porque no puede ser que la defensa de los fundamentos constitucionales (y el más profundo es la indisoluble unidad de la Nación) dependa de un solo partido. Y no será.