Chapu Apaolaza-ABC
- El error en el análisis político consiste en creer que el votante socialista está incómodo
Ayer, ese tiempo lejano, Sánchez defendía que la deportación de inmigrantes ilegales era una medida inhumana y hoy la pregona a los cuatro vientos. Si le dan tiempo, coyuntura y necesidad, el Gobierno termina instalando en Tarifa una catapulta para lanzar menas al otro lado del Estrecho. Todas las posiciones que ahora defienden, sobre todo las más capitales, son susceptibles de abandonarse si en algún momento comprometen la supervivencia del líder. Así las cosas, la militancia socialdemócrata con perdón se ha convertido en una de esas carreras en la que los participantes saltan muros, escalan redes y vadean charcas de barro. El sanchismo somete a sus votantes a las más exigentes contorsiones y se están estudiando casos de lesionados traumatológicos severos atendidos por esguinces, roturas y dislocaciones infligidas al prometer un día que traerían a Carles Puigdemont a España y después predicar su amnistía, la extinción de su delito y una feliz asociación con su partido para anhelar una España mejor. Les sucedió con el cupo catalán, con los indultos, con los pactos con Bildu y con tantas posiciones irrenunciables que detallarlas solo nos conduciría a la melancolía, pero podemos entender que para votar a Sánchez hay que ser un trapecista, un banderillero y el gran faquir pedrette, capaz de dormir en una cama de clavos, tragar bombillas y colgarse de sus partes políticas una bola de cañón.
En realidad, al votante socialista no le aprieta nada, y va por la vida con la soltura del que se ha quitado el incómodo corsé de la coherencia, un poco como el que se acostumbra a vestir sin calzoncillos. Con el tiempo, el sanchismo resulta cómodo y liberador, pues desaparece el molesto remordimiento que acarrean las contradicciones, que son las afueras de la mentira. El pedrismo, que consiste en la anulación de la coherencia, funciona como esa ropa deportiva de montañero con la que algunas personas se visten de manera inaudita estando en ciudad. Las primeras veces, genera una inquietud que poco a poco se va borrando por la comodidad del tejido y el placer de la renuncia a la ambición del decoro. La persona entra en un estado de anulación estética, un daltonismo, si se quiere, que permite que un paisano que con más o menos suerte siempre ha prestado atención a su vestimenta, de pronto un domingo se presente en el aperitivo vestido como si fuera un sherpa del Annapurna, y lo haga tan ricamente, como un espantajo feliz. Nada le importa, mucho menos lo que diga la gente, porque no le tira la sisa y la misma camiseta le sirve para tomarse un verdejo a 22 grados en la terraza de Chamberí que coronar a quince bajo cero la cima del Moncayo. El error en el análisis político consiste en creer que el votante del partido pedrista está incómodo y en realidad lo está pasando de maravilla.