Luis Ventoso-El Debate
  • La desquiciada izquierda populista española trata con paños calientes a una dictadora atroz porque es socialista, como ellos, o por algo más…

No se requería una vista de águila para saber que en Venezuela iba a producirse un pucherazo antológico. Los dictadores actúan como lo que son y en Venezuela sufren desde finales de los noventa una dictadura comunista de libro, que se ha cargado las libertades y ha sumido en la miseria a un país riquísimo, con las mayores reservas de petróleo del mundo.

China, Rusia, Irán y Cuba, mecas planetarias de las libertades y derechos, se han aprestado a felicitar a Maduro por su brillante triunfo de siete puntos contra la oposición democrática. La victoria ha sido certificada por los respetados observadores del chiringuito socialista llamado Grupo de Puebla, entre los que figura el siempre cabal, honesto e incorruptible Rodríguez Zapatero.

Del paraíso socialista se han largado corriendo 7,7 millones de venezolanos, en uno de los mayores éxodos del planeta. Diecinueve millones de personas necesitan ayuda humanitaria y el 26 % de los niños no acuden a la escuela.

De propina, no hay libertad de expresión y el habeas corpus tampoco existe, con detenciones arbitrarias y torturas. La violencia es brutal y cotidiana. La hiperinflación de dos dígitos ya ni es noticia. La dictadura opera de manera tan burda y atrevida que cuando en 2019 el Parlamento votó que Maduro había usurpado el cargo, lo que hizo el dictador fue bien sencillo: creó enseguida una nueva Cámara a la medida de su ombligo.

A pesar del indiscutible tormento que padecen los venezolanos, el Gobierno de Sánchez, la UE de la izquierdista de careta de centro-derecha Von der Leyen y el Ejecutivo demócrata de Biden han ido aflojando la presión contra la narco-dictadura en los últimos años. A cambio de negociar con Maduro, las potencias occidentales contaban con que el régimen organizaría en 2024 unas elecciones limpias. En efecto: pensar así suponía un ejercicio de gili-diplomacia, tal y como ahora constatamos. ¿Cómo se podían esperar unos comicios pulcros de un dictador que prohibió competir a la favorita, Corina Machado, y que impidió la presencia de observadores de la UE?

Al Gobierno de Sánchez le ha costado siempre horrores condenar con rotundidad la satrapía comunista venezolana. Al fin y al cabo, son socialistas, y eso jamás le suena mal a un Gobierno de izquierda populista como el nuestro (por no hablar de los turbios manejos de Ábalos y la vicepresidenta Delcy Rodríguez, que algunos incluso vinculan con el caso Begoña).

Perpetrado el pucherazo, nuestro redicho ministro de Exteriores no lo ha condenado claramente. Se ha limitado a pedir amablemente a la dictadura que haga públicas las actas de las votaciones. Por su parte, la vicepresidenta Yolanda Díaz, de carnet comunista, ha llamado a «reconocer el resultado electoral» (léase el pucherazo). Lo ha hecho, por supuesto, con ese soniquete de docta suficiencia con que subraya muchas de sus mejores sandeces.

Pero ustedes –y yo también– están deseando que nos ocupemos de una vez de la estrella de esta historia, el político español más pringado en este golpe en las urnas: el expresidente Zapatero. Ha callado mientras la tiranía expulsaba a un grupo de diputados del PP invitados por la oposición y se ha prestado a blanquear la farsa desde el Grupo de Puebla, que ha llamado a «respetar el resultado» –como nuestra Yoli– y ha «felicitado a Venezuela por su proceso electoral».

La sonrisa siempre afable, la efectista mirada glauca y el tono de voz grave y mesurado son la careta de un radical de colmillo revirado, que ronda lo chaladillo en sus ideas. Se trata junto a Sánchez del político que más ha desestabilizado España en los últimos cuarenta años. Es el antipatriota que reabrió la caja de Pandora del problema territorial con la innecesaria carrera estatutaria. Es el político rencoroso e híper sectario que echó sal en las heridas cauterizadas de la Guerra Civil. Es el inventor de los cordones sanitarios. Es el padre de una ingeniería social intrusiva, que Sánchez ha llevado a su clímax. Y en el campo económico son legendarias su irresponsabilidad y sus mentiras tras la crisis de 2008.

El PSOE de Sánchez ha recuperado a Zapatero, convertido en una especie de mascota que anima los mítines de un partido extremista coaligado con los golpistas antiespañoles. En sus bolos, Zapatero imparte unas tremebundas regañinas a «la derecha y la ultraderecha». Se atreve a dar lecciones un tipo que opera como aliado de una sórdida dictadura.

Ante el pucherazo de Maduro vuelve a sobrevolarnos una vieja pregunta: ¿Se pringa alguien como lo está haciendo Zapatero con el régimen venezolano solo por amor al arte? ¿Simplemente le encantan las dictaduras comunistas… o acaso existe algún tipo de premio que no conocemos? La respuesta es obvia.

Un personaje políticamente hediondo, que da fe de la calidad moral del PSOE de Sánchez. Cómo será la cosa que hasta ha merecido un pellizquito tuitero de Alatriste.