EL MUNDO – 23/11/14
· Sucedió de madrugada. Detuvieron el autobús, lo sacaron del asfalto y fueron separando a los viajeros como si fueran ganado camino del matadero. Después los ejecutaron a sangre fría.
Éstas son las reglas de los muyahidines de Al Shabab, el grupo yihadista que pretende que Somalia siga en la Edad Media. Por eso asesinaron, al más puro estilo Estado Islámico, a 28 personas en una carretera de Kenia que atraviesa el condado de Mandera, cerca de la frontera de su país.
La milicia somalí obligó a los pasajeros a recitar versículos del Corán para poder diferenciar a los musulmanes de los que no lo eran. Con esa estrategia, que ya usaron en el atentado del centro comercial Westgate (62 muertos), fueron separando a los cristianos o a aquellos que no pudieron probar que eran musulmanes del resto del pasaje (32 personas) y los mataron con un disparo en la cabeza.
La masacre se enmarca dentro de una «operación de venganza», según admitió el propio grupo, por las redadas que acabaron con el cierre de varias mezquitas en Mombasa (Kenia) de esta misma semana. Murieron cinco personas y más de 250 fueron detenidas. En estas redadas, los agentes se incautaron de ocho granadas, varias pistolas y diferentes manuales sobre los métodos de la yihad.
Este brutal asesinato no facilita la vida a los somalíes exiliados en Nairobi, vistos con recelo por el resto de vecinos en barrios como Little Mogadishu, el pequeño Mogadiscio de los refugiados de 20 años de hambre y guerra. Es la táctica de Al Shabab: dividir a las comunidades para crear odio y reclutar nuevos fieles. Al Shabab promete más atentados: «Kenia no tendrá seguridad hasta que cesen sus hostilidades contra los musulmanes; la elección está en sus manos».
En su viaje al nihilismo más inhumano, los yihadistas somalíes han llegado a secuestrar a huérfanos y a encadenarlos en una escuela coránica para convertirlos en niños bomba. Como denuncia Christopher Albin-Lackey, investigador de HRW, «sigue teniendo fuerza para disparar morteros hacia zonas densamente pobladas, utilizar a civiles como escudos humanos y reclutar niños soldado, así como realizar flagelaciones, amputaciones, decapitaciones y otras prácticas».
No obstante, la realidad para Al Shabab es que, a pesar de lo sangriento de sus ataques, se encuentra en su peor momento desde que conquistó Somalia tras la caída de la Unión de Tribunales Islámicos en 2006. Las tropas de la Unión Africana (ugandeses y burundeses) han empujado a los yihadistas no sólo fuera de Mogadiscio, sino que les ha arrebatado sus dos bastiones de Merca y Kasmayo. Además, los drones de EEUU han acabado con la vida de su líder, el sangriento Ahmed Godane.
Sus vías de financiación están al límite. Entregada ya su principal fuente de dinero en 2010, el bullicioso mercado de Bakara (lugar en el que los estadounidenses perdieron dos helicópteros Blackhawk en 1991 y 19 soldados), los shababs ocupan hoy apenas una franja de terreno desértico entre la región de baja Shabelle y la frontera con Kenia. Las bases piratas están destruidas o vigiladas por los barcos de la operación Atalanta, el tráfico de kat, la droga local, está en manos de otros señores de la guerra y ya no controlan el lucrativo negocio de la gestión de residuos tóxicos, que sirvió para que la camorra napolitana envenenara esa parte del Índico pagando comisiones a la franquicia yihadista.
Su única fuente de ingresos, al margen del dinero que le envíe la matriz de Al Qaeda, es la venta de carbón vegetal para cocinar a base de árboles quemados, que contribuye aún más a la desertización de esta zona del cuerno de África castigada con hambrunas bíblicas.
EL MUNDO – 23/11/14