- La civilización la salva un pelotón de soldados, pero uno de sonámbulos sanchistas puede acabar con ella.
Pero ¿cómo tienen tanta jeta?
¿Cómo es posible tal nivel de desfachatez e indignidad?
Las preguntas brotan inmediatamente al contemplar, no sólo la trola cotidiana del Gobierno, sino a sus políticos y terminales mediáticas repitiendo, como cacatúas del Loro Parque, consignas ridículas que no se molestan en elaborar.
Pedro Sánchez dice que encontrar los motivos del apagón llevará tiempo y promete transparencia.
El presidente pide tiempo para analizar 756 millones de datos.
Asegura que la energía nuclear no fue la solución para recuperarse del apagón.https://t.co/y7EqehKeXC pic.twitter.com/cgVQM05DDQ
— EFE Noticias (@EFEnoticias) May 7, 2025
«El sabotaje de las derechas a un gobierno legítimo cada lunes, no va a tener éxito» decía el pasado lunes la carta del PSOE a sus apóstoles, y los apóstoles (tan improbables como Santos Cerdán o Simancas) se pusieron obedientemente a difundir la buena nueva.
Porque el apagón, el caos ferroviario y todo lo malo que ocurre nunca es responsabilidad del Gobierno. Él es víctima de malévolos comandos de derechas, expertos en guerra híbrida que lo mismo te montan un ciberataque asíncrono que te roban el cobre.
Mientras tanto, tertulianos y opinadores explican las maravillas de un apagón que ha mostrado el extraordinario civismo de los españoles, que en lugar de ponerse inmediatamente a asaltar supermercados se sientan a tomar unas cañas o improvisan en las vías un número de reggaetón.
Sí, murieron unos cuantos, pero sin duda eran unos sosos o de derechas, que en todo caso tiene la culpa de todo.
Hasta hace poco las maniobras comunicativas del Gobierno (que realmente constituyen el 100% de su acción política) eran más disimuladas. Pero ahora los manejos se hacen a plena luz. Es un espectáculo obsceno, como si de repente el porno, habitualmente reservado a espacios más íntimos, se estuviera proyectando en las calles de España ante la mirada apática de los ciudadanos.
Les adelanto la explicación. Si usted está atónito o escandalizado por el espectáculo, es que Pedro Sánchez no lo considera parte de su público. Sucede que los escándalos se le acumulan, y no tiene tiempo de apagarlos todos.
En una dictadura comme il faut todo esto daría igual. La oposición vería los manejos del poder, pero no se atrevería a decir nada para no acabar en el gulag (y aun así acabaría en el gulag).
Pero ahora la sociedad se ha ablandado mucho. Es una situación no óptima que sin duda Pedro es el primero en lamentar, pero realmente no hay problema. Aldous Huxley profetizó que en el futuro (es decir, ahora) las dictaduras no se impondrían por el terror, como había anticipado Orwell, sino por narcosis.
Y ante la evidencia de que no va a poder hacerlo con toda la sociedad, Sánchez ha decidido anestesiar a una parte.
Por eso ha creado un teatro enfocado exclusivamente a su audiencia, y eso hace que los demás veamos perfectamente la tramoya, los operarios, los cables, los micrófonos y los disfraces de los actores. Es como si contempláramos un guiñol desde detrás, y viéramos que políticos, periodistas y comentaristas son meros títeres movidos por Pedro, agazapado detrás del escenario fuera de la vista de su público (pero no de usted).
Estos títeres (recurso infalible) se dedican a atizar estacazos a la derecha, y esto provoca invariablemente el alborozo de los niños, es decir, ese público gradualmente (y quizás irreversiblemente) infantilizado que asiste encantado a la representación.
Ciertamente, incluso unos espectadores tan entregados se van cansando y algunos van abandonando discretamente la función, pero un grupo numeroso permanece completamente enganchado a ella.
Y en todo caso da igual: ya se encargan los audímetros de Tezanos de confirmar que la función atrae cada vez a más espectadores.
Sin duda, Pedro preferiría obligar a todos los espectadores a sentarse delante de su guiñol, y así lo demuestra cuando pretende denigrar como «bulos» y «pseudomedios» a las alternativas mediáticas. Él preferiría un público alimentado exclusivamente con su relato prefabricado, hasta que no pudiera distinguirlo de la realidad.
Un público dócil al que no se le moviera ni una ceja cuando se cae un decorado, se le despega el bigote postizo a un protagonista, o Pilar Alegría confunde ‘rescindir’ con ‘prescindir’.
«Todo por el relato, nada contra el relato, nada fuera de él» podría ser el lema del sanchismo (el relato, por cierto, es aterrador, y desde el lunes incluye a una señora de colores bailando ‘el chuminero’).
De momento, Pedro no ha conseguido esta dilución completa de la realidad en el relato, esta inmersión absoluta del público en el guion. Es, podríamos decir, un dramaturgo parcialmente frustrado, y por eso no puede salir a la calle (que ya no debería existir, sino ser parte de la escena) sin que le tiren tomates.
Pero una parte del auditorio está ya completamente entregada y dispuesta a vivir en una ensoñación.
Igual es cierto eso de que a la civilización la salva un pelotón de soldados, pero todo parece indicar que uno de sonámbulos puede acabar con ella.