El hallazgo de Matthews

SANTIAGO GONZÁLEZ – EL MUNDO – 28/11/16

Santiago González
Santiago González

· La uno abrió ayer su Telediario dando cuenta de que mañana, martes, «las cenizas de Fidel Castro serán trasladadas desde La Habana a Santiago de Cuba, donde se inició la revolución contra Batista; 879 kilómetros para rememorar ese itinerario de la libertad». Televisión Española y el itinerario de la libertad, manda huevos. Casi todos los medios han servido la noticia con ración doble de melaza: ha muerto uno de los grandes protagonistas del siglo XX, un personaje histórico, un símbolo del sueño revolucionario y todo en este plan. Parafraseando un cuento de su amigo Gabo, Castro se ha convertido en el difunto más hermoso del mundo: Obama lo ha calificado de «singular figura», lo que habría servido igual para definir a Jack el Destripador.

El presidente electo ha sido mucho más claro, aunque algo redundante: «un dictador brutal que oprimió a su propio pueblo durante casi seis décadas». Es lo que tienen los dictadores, que suelen oprimir a sus propios pueblos; los ajenos no suelen dejarse, salvo que medie conquista. Juncker destacó su figura histórica. En la CE, sólo la comisaria Malmström subrayó su carácter de dictador durante medio siglo.

Castro tiene el dudoso honor de haber sido el dictador más longevo de cuantos hemos conocido. Pero tantos años de dictadura son irrelevantes frente al mito más acabado del siglo XX. La mentira fundacional la acuñó el New York Times en febrero de 1957. El Granma había llegado dos meses antes a la costa de la provincia Oriente con una quincena de supervivientes con siete fusiles, de los 82 que habían salido de Veracruz. La dictadura de Batista hizo correr la especie de que la guerrilla había sido aniquilada y que Castro había muerto. Herbert L. Matthews, reportero estrella del Times obtuvo la prueba de vida: una entrevista con el jefe rebelde. Matthews mantuvo con Castro una entrevista en la que fue, a pesar de su experiencia, un periodista fascinado, como si fuera de La Sexta.

Castro no tuvo el menor empacho es desvelar cómo había engañado a su visitante, planificando el paso de sus hombres una y otra vez, cambiándoles de indumentaria a menudo para dar la impresión de que los rebeldes eran centenares y que las tropas de Batista estaban perdiendo. El ardid ya se le ocurrió a Queipo de Llano en 1936. Cabeza del levantamiento en Sevilla, subió a los pocos regulares de que disponía en varios camiones y los hizo desfilar una y otra vez por las calles de la ciudad para impresionar al personal.

Lean las cosas de las que convenció a Matthews: «Tiene fuertes convicciones sobre la libertad, la democracia, la justicia social, la necesidad de reimplantar la Constitución, de celebrar elecciones […] Su programa es vago, pero supone para Cuba una nueva política, radical, democrática y, por tanto, anticomunista». Que Santa Lucía le conservara la vista. El líder guerrillero le había explicado que «el pueblo cubano lo soporta todo, menos la opresión». Desde aquella conversación han pasado 60 años y la prensa occidental sigue colgada del embeleco.

Ha muerto como vivió, entre la herrumbre y la represión. ¿Las herrumbrosas lanzas de Miguel Hernández? No, la nueva trova. Silvio Rodríguez lo había visto irse en La canción del elegido: «entre humo y metralla,/ contento y desnudo./ Iba matando canallas/ con su cañón de futuro». Mató a muchos. La primera dama del populismo español, Irene Krupskaia Montero le adjudicó en Twitter: «la dignidad de los pueblos, la soberanía, la belleza y la vida». Si consiguió engañar a Matthews, ¿qué no haría con estos pardillos?

SANTIAGO GONZÁLEZ – EL MUNDO – 28/11/16