Ignacio Camacho, ABC, 26/3/12
«El centro-derecha tardará años en encontrar otra oportunidad como la que ha perdido, estrellado de nuevo ante el verdadero hecho diferencial de Andalucía: una inercia colectiva biográfica, psicosocial, rutinaria, hacia el proteccionismo de la izquierda
TENDRÁN que pasar muchos años —ocho, doce, tal vez más— para que el centro-derecha andaluz vuelva a encontrarse con una oportunidad como la que perdió ayer para ventilar la atmósfera recalentada en tres décadas de monopolio de poder de la izquierda. Será difícil que las coordenadas políticas, las circunstancias sociales, las condiciones emotivas y hasta los astros puedan alinearse otra vez de manera tan propicia para un cambio de rumbo, un vuelco que voltease el signo de la hegemonía territorial más larga de la democracia española. Un régimen abotargado en treinta años de desgaste. Un partido dominante abatido y derrotista, envuelto en graves tensiones y desequilibrios internos tras un fallido relevo de liderazgo. Un impacto devastador de la recesión en un tejido social mal cohesionado. Un torrente de corrupción pringosa y masiva que ha malversado cientos de millones de euros destinados a la lucha contra el desempleo. Una alternativa moderada y potente, crecida y estable, respaldada por una enorme maquinaria asentada con legitimidad reciente en el corazón del Estado. Y un clamor sociológico de cambio manifiesto en las encuestas —cuyo unánime fracaso invita a reflexionar sobre la sinceridad de los consultados— por el setenta por ciento de los ciudadanos.
Todos esos factores no han resultado, sin embargo, suficientes para alterar de forma significativa la rutina de un cuerpo electoral acostumbrado desde el comienzo de la Transición a un subsistema político de larguísima vigencia. La inercia del voto biográfico, vinculado a tendencias ideológicas inconmovibles, y un mecanismo psicosocial de conservadurismo frente a las incertidumbres de los cambios han funcionado de nuevo en las tripas del electorado andaluz cuando más favorables parecían las circunstancias para una transformación radical del paisaje político. Los signos de vuelco detectados desde hace meses en el mundo rural, el feudo en el que los socialistas han venido asentando su longeva resistencia, y patentes tanto en las elecciones municipales del pasado mayo como en las generales de noviembre, no se han confirmado en el momento decisivo de un régimen tambaleante y desgastado. Muchos andaluces parecen seguir teniendo del PP un concepto retardatario que no puede borrar su asentada implantación entre las dinámicas clases medias urbanas. Y ni siquiera el descenso de participación ha proyectado hacia el éxito completo a un Partido Popular inexorablemente techado en su crecimiento.
La izquierda ha aguantado el envite. El Partido Socialista ha logrado conservar el poder y casi ha empatado en sufragios. El voto decepcionado o cansado se ha desplazado hacia Izquierda Unida sin que el centro-derecha haya podido aglutinar una mayoría absoluta de escaños que le permitiese consumar la alternancia. Presentada como una coalición de facto, la izquierda está en condiciones de continuar su larga etapa de dominancia, apuntalada desde un programa presumiblemente más radical que convertirá a Andalucía en bastión de resistencia y oposición a un Gobierno nacional de signo reformista moderado. Y la significativa porción de andaluces que deseaban un golpe de aire que abriese las ventanas de un régimen envuelto en el turbio clima de su propia erosión van a encontrarse no sólo con la perpetuación de la vieja supremacía, sino con un acentuado desplazamiento de ribetes frentepopulistas.
La euforia que registraban a última hora de anoche los cuarteles generales del PSOE y de IU en Sevilla responde, más que al lógico alivio de haber salvado un match ball decisivo, a la asombrada evidencia de quien se encuentra ante un inesperado milagro in articulo mortis. Para José Antonio Griñán, quizás el único dirigente que ha sabido sobreponerse a la realidad paralela de unas encuestas abrumadoras en su contra, el resultado representa un refuerzo esencial en su batalla interna por el liderazgo del partido, del que podrá convertirse en referente exclusivo de poder pese al palmario retroceso sufrido en votos y diputados. Para los socialistas en su conjunto significa un paliativo agónico que le permite conservar su último latifundio, un feudo desde el que organizar la reconstrucción de su dolorosa derrota nacional de noviembre. Para la fuerza de Cayo Lara y Diego Valderas supone un valiosísimo impulso que podrá administrar en forma de cuota de poder desde su participación en el gobierno de la comunidad más poblada de España o bien condicionando desde fuera la acción ejecutiva de un partido en minoría. Para Javier Arenas, vencedor inconsolable de un desafío estéril, el nuevo revés encarna el más que probable final de su tenaz carrera en su propia tierra y desde luego la amarga constatación de que su incombustible esfuerzo y su incuestionable avance no bastan para batir la desconfianza de un electorado al que le sigue supurando la herida histórica del referéndum del 28 de febrero, aquel error que dejó a la derecha andaluza marcada con una impronta reaccionaria y antiautonomista. Para la opinión pública independiente queda por último la desoladora evidencia de que una vez más la corrupción sale impune del juicio político de la ciudadanía.
Mirada desde la perspectiva nacional, la jornada de ayer es la primera y rápida muesca de desgaste del Gobierno de Mariano Rajoy, que sufre un serio quebranto, un grave contratiempo al cumplirse los tres meses de gestión. El discurso de la campaña socialista ha pivotado de manera unívoca sobre los recortes del PP en una abierta apelación plebiscitaria sobre las primeras medidas de ajuste del nuevo Ejecutivo nacional. La estrategia no le ha alcanzado para ganar pero le proporciona un bálsamo indudable que puede sentar las bases de toda una política global de recomposición de la izquierda y alienta la expectativa de una inmediata huelga general de amplio respaldo, proyectada por una inesperada dosis de optimismo.
El recuento de anoche deja también un sabor más que agridulce sobre la impunidad política de la corrupción, el abuso de poder y las prácticas administrativas viciadas que, aunque conocidas en los últimos meses, vienen produciéndose desde hace años bajo el prolongado dominio socialista. Aunque no es la primera vez, ni será la última, que las experiencias corruptas salen indemnes del escrutinio ciudadano —el caso de Valencia resulta paradigmático—, el resultado apunta reflexiones de fondo sobre las prioridades del electorado. Es inevitable concluir que el factor psicológico del miedo al desamparo ha superado al rechazo moral en una sociedad fuertemente golpeada por los efectos de la crisis, en la que años de dependencia han generado un sentimiento pancista de apego al sector público como ultima ratio de supervivencia. Los mecanismos clientelares de un sistema hegemónico que ha demostrado conservar activos muchos de sus eficaces resortes han devenido decisivos en el fracaso del asalto al poder del centro-derecha, atrapado en la incapacidad de superar el recelo atávico hacia su imagen histórica.
Será difícil que el signo político andaluz se invierta ya a medio plazo. Antes parece probable que el desgaste del Gobierno de Rajoy incremente las expectativas de la izquierda y relance desde Andalucía la oposición nacional con un vigor que ni siquiera esperaban sus propios actores. El verdadero hecho diferencial de la autonomía andaluza sigue siendo, treinta años después, su desconfianza colectiva sobre el mensaje liberal y su inclinación histórica, natural, casi hereditaria, al proteccionismo institucionalista.
Ignacio Camacho, ABC, 26/3/12