Pedro García Cuartango-ABC

El testimonio de un jefe de la Policía Nacional evidencia la manipulación independentista sobre la violencia de las Fuerzas de Seguridad el 1 de octubre

Mientras se retiraban de Kuwait en enero de 1991, las fuerzas iraquíes incendiaron 700 pozos petrolíferos en una táctica de tierra quemada. Los medios de comunicación occidentales publicaron la foto de unos patos con sus plumas contaminadas. Con el tiempo se demostró que la imagen no había sido tomada en el lugar del conflicto. Pero aquella fotografía se convirtió en un icono de las consecuencias devastadoras del ataque de la coalición encabezada por EEUU sobre el medio ambiente. Poco importó que esa guerra hubiera sido provocada por la decisión de Sadam Husein de invadir el emirato y que la destrucción fuera efectuada por su ejército derrotado y en retirada.

Este ejemplo nos ayuda a ilustrar el poder de las imágenes que, en muchas ocasiones, transmiten un relato que poco o nada tiene que ver con la realidad. En este sentido, resulta mucho más fácil combatir la propaganda que deriva de un eslogan ingenioso que invalidar el impacto de una fotografía que se impone por su fuerza visual.

Muchos ciudadanos españoles leyeron las crónicas periodísticas o vieron imágenes por televisión grabadas durante la consulta del 1 de octubre. En todos esos documentos informativos se mostraba a las Fuerzas de Seguridad del Estado intentando entrar en los colegios electorales mediante métodos expeditivos y, a veces, violentos.

Pero lo que no nadie pudo ver fueron las grabaciones realizadas por la Policía Nacional en las que los manifestantes agredían a los agentes. Esas imágenes existen y serán exhibidas en el juicio en el Supremo. Pero el Gobierno renunció, por razones no explicadas, a difundir esos testimonios gráficos.

Los independentistas ganaron la batalla del relato, sobre todo, fuera de España, donde todavía persiste la idea de que hubo una actuación desproporcionada por parte del Estado. En un alarde de manipulación, los promotores de la consulta llegaron a hablar de más de 800 heridos por la brutalidad policial. Nadie sabe de donde sacaron la cifra.

Esta versión maniquea se ha derrumbado en el juicio con los testimonios de los agentes que han narrado las agresiones, las vejaciones y los insultos que sufrieron en las semanas anteriores y posteriores a la consulta.

Ayer compareció en el Supremo el jefe de la Brigada de Información de Barcelona, cuya declaración sirvió para contextualizar el caso de Roger Español, el manifestante que perdió la vista en un ojo a causa del disparo de una pelota de goma por la Policia Nacional en la escuela Ramón Lluch de Barcelona.

Lo que se ha contado sobre este hombre es absolutamente cierto y ha quedado constrastado que sufrió ese grave percance en aquella actuación de la Policía Nacional. Y ello resulta lamentable. Nunca se debería haber llegado a ese extremo.

Pero lo que el relato independentista ocultó es que en aquel incidente las Fuerzas de Seguridad del Estado fueron acorraladas y agredidas mediante el lanzamiento de objetos y vallas metálicas en ese centro educativo. Los agentes no podían salir y siete de ellos sufrieron lesiones.

Roger Español estaba en primera fila y, según ha quedado constancia gráfica, pegó una patada por la espalda a un policía, increpó y empujó a otros agentes y lanzó una valla metálica en su intento de impedir el cumplimiento de una orden judicial. En ese contexto, sufrió la perdida de la visión de un ojo, lo que no ha evitado que el Juzgado número 7 de Barcelona le haya abierto un procedimiento penal por estas agresiones.

El testimonio del jefe de la Policía Nacional y de sus subordinados pone en evidencia que la conducta de quienes habían tomado el colegio fue violenta e intimidatoria, No fueron víctímas de la brutalidad policial sino que la propiciaron y provocaron.

El hecho de que Roger Español resultara herido por una pelota de goma es incontrovertible, pero el contexto de lo que sucedió sugiere una interpretación totalmente distinta a la que han dado los independentistas. Este hombre no pasaba por allí ni tenía una actitud pasiva. Y ello no obsta para subrayar que no se merecía el daño irreparable que sufrió en aquella desdichada jornada.

El caso de Roger Español no es una anécdota porque revela las contradicciones de un discurso independentista que denuncia la paja en el ojo ajeno y se niega a ver la viga en el ojo propio.

Sea o no responsabilidad directa de los dirigentes que se sientan en el banquillo, las bases del independentismo adoptaron una actitud violenta para intimidar a quienes no compartían su proyecto. Ahí están los escraches, las amenazas, las vejaciones, los ataques a las sedes de los partidos y los tribunales y todo el repertorio de iniciativas que han quedado en evidencia en este proceso.

No es cierto, como han sostenido Cuixart y Romeva, que el independentismo se defendió contra el Estado con una estrategia de resistencia pasiva y pacífica. Un hecho aislado se puede manipular, pero no es posible ignorar el contexto para valorar lo que aconteció en Cataluña.