Lizarza es el piso piloto de una revolución abertzale en franco retroceso: unos cuantos tipos como Olano y la mayoría de sus 600 habitantes dispuestos a votar por ellos y a hacerse los distraídos, según exijan las circunstancias en cada momento.
Olano, el tipo a quien buena parte de sus conciudadanos había considerado un bocazas desde el 7 de septiembre de 2007, en que gritó a la alcaldesa de su pueblo: «¡Otaola, vas a morir!», se ha revelado como un terrorista de cuerpo entero, según la eficaz prosa del auto (sin ánimo de comparar) con que el juez Marlaska decretó ayer prisión provisional para el sujeto.
Regina Otaola encabezaba la única lista democrática al Ayuntamiento de Lizarza en las elecciones de mayo de 2007. Ella y sus compañeros fueron elegidos consistorio con unos pocos votos y un enorme coraje cívico, ante la ilegalización por el Tribunal Supremo de la agrupación electoral bajo la que la ilegalizada Batasuna había intentado concurrir y no coló. También ante la incomparecencia del resto, claro. Cuatro años antes, el PNV había presentado una lista encabezaba por su portavoz, Joseba Egibar, que se hizo con todas las concejalías, al igual que en esta ocasión la del PP.
A Egibar le bastó con su toma de posesión. Recorrió la calle principal del pueblo, tomó un vino en una taberna, fue insultado por los lugareños y no volvió a poner allí los pies durante su mandato. Ni siquiera para entregarle los papeles a su sucesora. Los asuntos municipales los despachaba con el secretario en un hotel de Tolosa.
Lizarza es uno de esos pueblos cuya unanimidad sociopolítica y moral sólo admite comparación con algunas localidades sicilianas, como Isla de las Mujeres, donde la Mafia asesinó al juez Falcone reventando la autopista que unía Palermo con el aeropuerto. Entre la complicidad y la omertá que dicta el miedo. La alcaldesa amenazada cuenta hoy en estas páginas que «en el pueblo hay muchos que aún se hacen cruces porque nadie pensaba que un tío con pocas luces como éste pudiera ser enlace de ETA», prueba evidente del extraño prestigio intelectual que tiene en Lizarza la actividad terrorista.
Y sin embargo, ahí está Olano, con su aspecto de mutilzarra y poteador impenitente, que no ha necesitado opositar para ser brazo político (segundo de la lista a la alcaldía en la lista Lizartzako Abertzale Sozialistak anulada por el Supremo) y al mismo tiempo brazo militar: miembro de un comando, responsable del aparato logístico que suministró hasta en tres ocasiones un misil tierra-aire Sam-7 para atentar contra el ex presidente Aznar en otras tantas visitas durante la campaña autonómica de 2001. El misil no funcionó y en una de sus idas y venidas fue guardado en dependencias municipales de Lizarza. También fue portavoz, ideólogo y pregonero. Otaola, vas a morir, ésa es la síntesis de la idea y el programa, formulados por un tipo de pocas luces.
No hay razón para creer que ETA practica la división social del trabajo y que la izquierda abertzale es algo sustancialmente distinto de la propia banda terrorista. En el estado actual de cosas, es inevitable que cada activista sea un hombre orquesta. Lizarza es el piso piloto de una revolución abertzale en franco retroceso: unos cuantos tipos como Olano y la mayoría de sus 600 habitantes dispuestos a votar por ellos y a hacerse los distraídos, según exijan las circunstancias en cada momento.
Santiago González, EL MUNDO, 13/1/2010