Ignacio Camacho-ABC
- En Estados Unidos, Sánchez puede venirse arriba y presumir de su fiabilidad sin que nadie se parta de risa
Por Estados Unidos circula estos días un primer ministro extranjero en viaje aparentemente privado. La apariencia se deriva de que por lo general en las visitas oficiales el mandatario viajero se suele reunir con anfitriones de su mismo o parecido rango. Y en el caso de Pedro Sánchez ni siquiera consta que haya sido invitado no ya a la Casa Blanca sino a cualquiera de los numerosos despachos de los centros de poder de Washington. No se espera tampoco un paseo casual ni un encuentro improvisado en la puerta de un ascensor, en un pasillo del Congreso o en el ‘parking’ del Senado. De hecho, la capital federal, el núcleo de la política de Occidente, no forma parte del itinerario.
En la agenda de esta excursión relámpago sólo figuran algunos financieros neoyorquinos, directivos tecnológicos californianos… y medios de comunicación que han atendido la sugerencia monclovita de abrirle espacio. Gira económica y de negocios, dice el entorno presidencial, aunque en el séquito de empresarios que lo acompaña no se halla ninguno de los grandes del ramo. Con todo, cabría darla por buena si a pesar del nulo papel diplomático logra volver con alguna inversión sustanciosa bajo el brazo.
Mientras tanto, la única noticia que genera el periplo son sus declaraciones en un puñadito de entrevistas, no precisamente en periódicos ni cadenas de primera fila. Pero la poco significativa relevancia de los interlocutores no es óbice para que Su Persona se venga arriba a la hora de darse bombo a sí misma. Allí puede blasonar de su gestión de la pandemia sin miedo a las críticas. Y definirse como «un político que cumple» sin que nadie se parta de risa como la última vez que en el Parlamento español se atrevió a hacer una promesa de lealtad constitucionalista. En materia de desparpajo y de autocomplacencia hay que reconocerle un liderazgo de primera categoría. Porque a simple vista, y salvando el error de perspectiva que el presidente trata de inducir aprovechando la distancia física, este jactancioso Hombre que Cumple, ‘Reliable Man’, es el que aquí conocemos como el Hombre que Miente (Albiac dixit), el dirigente capaz de hacer del embuste una condición ontológica y hasta una habilidad artística. El tipo para el que las palabras sólo tienen valor durante el estricto momento en que son dichas. Un gobernante que tiene que cruzar un océano para aspirar a unas migas de credibilidad mínima entre gentes inadvertidas de que están ante un personaje famoso en su país por su patológica propensión a la mentira.
Bien está. El mundo es ancho y ajeno y siempre encontrará un lugar donde le compren los cuentos que ya no tiene manera de vender aquí dentro. Aunque resulte un poco triste verlo resignado a sacar pecho en comparecencias de formato pequeño. Hay que comprenderlo: al fin y al cabo, todo narciso necesita un espejo ante el que presumir sin que le cuestione sus méritos.