Ignacio Camacho-ABC

  • La nomenclatura comunitariaestá poco interesada en el pensamiento estratégico. Como si le sobrara talento

Anoche recogió el premio Princesa de Asturias el hombre que necesita Europa para salir de su crisis de liderazgo. Hace falta mucha autoridad moral para cambiar con una sola frase el curso de la mayor recesión vivida en Occidente desde principios del siglo pasado. «Créanme: haremos lo que sea necesario». Mario Draghi tenía la credibilidad –y el crédito– que en aquel momento les faltaban a los bancos y sus palabras bastaron para calmar de inmediato a los mercados. Luego actuó, en efecto, regando el incendio financiero con deuda del BCE, para demostrar que no había hablado en vano. Y aunque los estragos de la depresión se prolongaron varios años, la unión monetaria quedó a salvo del riesgo inminente de saltar en pedazos.

Después lo reclamó su país para que lo sacara de uno de esos colapsos tan frecuentes en la escena pública de Italia. Lo volvió a hacer, al frente de un Gobierno técnico que en plena pandemia de covid estabilizó una economía devastada. Zancadilleado por las intrigas de la política partidaria, desoyó las llamadas para concurrir a las elecciones y se volvió a su casa como aquel Cincinato de la vieja República Romana. Se dedicó a lo que mejor sabe, pensar en el futuro de una Europa con gravísimos problemas de gobernanza, y plasmó su reflexión en un informe de cuatrocientas páginas cuyas tres cuartas partes están dedicadas a proponer reformas para agilizar la competitividad, acelerar la innovación, reforzar la seguridad y reducir la burocracia.

Pero la actual nomenclatura comunitaria está poco interesada en el pensamiento estratégico. De otro modo, las dos grandes fuerzas sistémicas se hubieran puesto de acuerdo para sustituir el mortecino mando de Von der Leyen por el del dirigente más solvente y de más talento que ha surgido en el seno europeo en los últimos tiempos, acaso el único capaz de suscitar un amplio consenso. Prefirieron preservar sus débiles equilibrios internos antes que abordar cambios estructurales en serio. Y ahí siguen, ensimismados en debates de corto alcance mientras los ciudadanos le pierden el respeto a sus caprichosos criterios y su cargante ordenancismo regulador de los más nimios aspectos domésticos.

Por supuesto, el informe acabará en ese sitio donde los gobernantes guardan las propuestas que desnudan su falta de dinamismo. Carente de resolución y de inteligencia orgánica para frenar su declive frente al empuje de China y Estados Unidos, la UE se ha convertido en un paquidermo institucional paralítico y sordo al creciente ruido que cuestiona en la calle la ineficiencia de su hipertrofiado aparato administrativo. Enferma de pereza y de endogamia, está inerme ante cualquier desafío que requiera esfuerzo colectivo o implique medidas antipáticas con coste político. Y algún día, no muy tarde, pagará –pagaremos– esa pérdida de espíritu regeneracionista y ese olvido de la vocación de servicio.