Eduardo Uriarte-Editores
- Pero hay maneras de pasar a la historia.
Pienso que este personaje, de una megalomanía difícil de encontrar en los tiempos recientes de nuestra historia, carente de pudor y henchido de una osadía desmedida consecuencia de su soberbia, tiene todos los atributos psicológicos de los dictadores cuyas biografías hemos podido conocer. Podría poner ejemplos más hirientes, pero es suficiente tener presente la llamativa coincidencia de su trayectoria con la de Luis Napoleón. A esta semejanza en lo biográfico hay que añadir su práctica decisionista, que ha arruinado nuestro parlamentarismo, modélicamente aplicada por el nacional-socialismo, y la oratoria populista que utiliza importada de Iberoamérica. Tenemos de nuevo a un pintor de brocha gorda como lo llamaría Brecht. Sólo un ególatra es capaz de asumir con naturalidad su vocación de dictador.
Solo una personalidad de tal naturaleza podría osar, rompiendo las formas instauradas, bloquear la constitución del Gobierno con su maniqueo e incivilizado “no es no”, romper la trayectoria socialdemócrata de su partido provocando una crisis llamativa, volver a él vencedor con un discurso que nunca cumplió, y encontrar en todos los adversarios de la Constitución el apoyo Frankenstein para, mediante una moción de censura no constructiva, derribar el Gobierno e iniciar un proceso de deconstrucción política que le permite la permanencia en el poder.
Su Dieciocho Brumario se ha confirmado en la decisión de reducir el delito de sedición – mucho más trascendente que su mera modificación del articulado en el código penal, pues deja al sistema político indefenso frente a la amenaza manifiesta-. Se confirma, también, en la toma del Tribunal Constitucional con las sectarias, provocadoras e ilegales candidaturas promovidas, y destruye mediante el continuo desprecio y acoso al Poder Judicial. Controlará, que es destruir, todos los poderes que le limiten y, junto a todos los enemigos de la democracia, se erigirá en soberano.
Ha conseguido convertir a la élite de su partido en su guardia de jenízaros, o en adolescente adoradores cual las juventudes hitlerianas de su líder. Convertir la presidencia del Congreso en un oficio de mamporrerismo, donde no sólo se puede escamotear la legalidad, sino que se permite la injuria a los adversarios, ¡fascistas!, y se expulsa a la diputada que ha llamado filoetarras a los que hacen gala públicamente de ello. Sin embargo, la ministra de igualdad se quedó en su escaño tras leer una injuria calumniosa hacia un grupo parlamentario sin mácula de subversión política en su pasado. No son sólo síntomas de democracia muy deteriorada, es la descripción de una situación de clara deriva hacia la autocracia.
Cuando Sánchez exhumó a Franco no quería tan solo sacarlo de su monumental mausoleo, quería rehacer el enfrentamiento enterrado con la Constitución del setenta y ocho. Porque la Constitución, es cierto, no miró revanchistamente hacia atrás, sino que, por tener sincera y horadamente muy presente el oprobioso pasado, abrió la puerta a la convivencia. Ahora, los paladines de la ruptura, tanto territorial como institucional, manipulan el pasado de enfrentamiento bélico y la dictadura para imponer su peligroso proyecto. Un proyecto consistente en la perversa lógica de “la vuelta de la tortilla”, pero no con el significado de cambio de un partido por otro en el poder, sino de una dictadura por otra.
Intentará guardar las formas. Si Luis Napoleón envolvió en la nostalgia gloriosa de Napoleón Bonaparte su golpe de estado y su autoritaria gestión imperial, el nuestro envuelve en una visión idealizada y sectaria, y por ello falsa, de la II República su actuación, y gana la guerra civil exhumando a un cadáver olvidado. Sólo le falta convocar al pueblo en la plaza de Oriente, frente al palacio que rebautizará como palacio de la república.
Hay maneras de entrar en la historia. Fernando VII, el Rey Felón -aunque llegara con el título de El Deseado-, que persiguió con su reinstaurada inquisición y su policía apostólica a los patriotas liberales, a pesar de mentir, “vayamos todos francamente y yo el primero por la senda constitucional”, es el que debiera presidir la orla de la historia en la que entrará Sánchez junto a ZP.
Pasará a la historia.