Anda la izquierda enfrascada en la creación del hombre nuevo. Es la tercera vez en cien años que se empeña en el mismo experimento. La primera de esas intentonas acabó con cien millones de muertos. Todavía mata, y no sólo de hambre, en algunos rincones del planeta. Son esos rincones que Podemos tiene como modelo económico, cultural y social.
La segunda, en mayo del 68, aleló a una generación entera de adolescentes y entronizó a Jean-Paul Sartre. Al menos produjo también a Michel Houllebecq y nos hizo leer a Raymond Aron:
Aron escribió esto en 1965, en su libro Democracia y totalitarismo, anticipándose en más de medio siglo a la cultura de la cancelación. Los que crean que esta tiene algo de nuevo sólo tienen que alejar un poco la mirada. Es el mismo viejo totalitarismo de siempre, sólo que vegano y con el pelo chamuscado por los tintes flúor. «Indomable sabueso ecosexual persiguenazis» en acertada descripción de Titania McGrath.
Leído hoy, es obvio que fue Aron, y no Sartre, el que interpretó correctamente el siglo XX. Pero, sobre todo, lo que interpretó Aron a la perfección es al intelectual de izquierdas. «Mejor equivocarse con Sartre que acertar con Aron» decía la izquierda entonces. «Sartre tenía el atractivo chispeante del hombre eternamente enfadado, mientras que Aron tenía la calma del humanista pesimista» dicen aquí.
En 2020, la izquierda sigue en las mismas. Equivocándose con las ideas «correctas», por «chispeantes». Y negándose a acertar con las «incorrectas», por «pesimistas». Es decir, por realistas.
En cuento crecieron, esos adolescentes de Mayo del 68 ocuparon el poder y relativizaron la democracia lo suficiente como para que ahora, desde los parlamentos, los palacios presidenciales y los platós de TV, sus hijos y nietos anden convencidos de que a) existe algo mejor al otro lado y de que b) es su obligación hacerlo realidad.
Por supuesto, ese algo que existe al otro lado de la democracia es lo mismo que había antes de que llegara la democracia. La historia de las civilizaciones humanas no es una línea recta de progreso que se extiende hasta el infinito, como cree Steven Pinker, sino un círculo.
Cualquiera que haya leído un poco de historia, ni siquiera un mucho, puede intuir lo anterior. Pero la paradoja de la tolerancia de Karl Popper reinterpretada por un chimpancé nos dice que hay que tolerar que las nuevas generaciones lo comprueben en persona. Ojalá lo hicieran sólo en primera persona.
«Para celebrar el inicio del fin de semana de la Independencia, el presidente Trump estará en el monte Rushmore, donde se situará frente a un monumento en honor de dos propietarios de esclavos en una tierra arrebatada a los indios» dijo el pasado fin de semana Leyla Santiago, periodista de la CNN.
Esto dice el periodista británico Douglas Murray en este artículo de la revista Spectator:
«Hace sólo unos pocos años, habría sido impensable que una gran cadena de TV como la CNN describiera el monte Rushmore en términos tan agresivos. (…) Y si la tierra de los Estados Unidos ha sido robada, si los Padres Fundadores eran sólo esclavistas y la Constitución es el producto del supremacismo blanco, entonces… ¿qué es lo que mantiene unido este proyecto de cuatro siglos de antigüedad?«.
Ahí tienen al hombre nuevo de la izquierda. Uno del que se ha erradicado todo vínculo histórico con sus antepasados, todo vínculo sexual con su realidad biológica, todo vínculo emocional con su familia y sus amigos. Un cascarón vacío en el que poder insertar, a placer, las viejas ideas de siempre.
Una tabla rasa esclava de los antiesclavistas.
La historia dice que el experimento acaba mal. Un hombre no es un ordenador portátil a la espera de un sistema operativo cualquiera, sino una entidad biológica modelada a lo largo de millones de años de evolución. La naturaleza humana pesa infinitamente más que cualquier condicionamiento social y pobre de aquel que crea lo contrario.
Cuanto mayores sean las contradicciones entre la naturaleza humana y el sistema operativo que se pretende insertar en el hombre vacío, mayor será la cantidad de violencia que deba ejercerse sobre él para controlarlo. Como dicen en las películas del oeste, si vas a desenfundar la pistola del terror social y policial, mejor que estés dispuesto a utilizarla.
Porque si sólo la utilizas para amedrentar, es probable que acabes comprobando cómo el hombre vacío no sólo rechaza tu sistema operativo, sino que también acaba aceptando un sistema operativo antitético. Debe creer la izquierda que a la tercera va la vencida. Debería llevar cuidado, no lo fuera para ella.
El resultado final será, en cualquier caso, el mismo. Un hombre vacío es sólo un heraldo de la muerte y qué le importará a sus víctimas la basura con que lo hayan rellenado.