IGNACIO CAMACHO-ABC
- Para el progresismo de estricta disciplina banderiza, el consenso constituye una variante de traición política
Después de tres años repitiendo como martillos pilones la consigna de que «la oposición no arrima el hombro», los socialistas no han sabido ni querido disimular su desagrado cuando la derecha les ha brindado gratis sus votos. A modo de agradecimiento, Patxi López –el hombre que fue ‘lendakari’ gracias al PP— ha confesado su repugnancia por ese apoyo y Sánchez le recordó la vieja foto del narcotraficante a Feijóo. No es la primera vez que el Gobierno se muestra incómodo con un consenso que primero reclama y luego considera deshonroso. Le pasó con el primer estado de alarma, con la guerra de Ucrania y ahora con el bodrio que ha tenido que corregir sin asistencia de sus bienamados socios. El abrazo del oso. La colaboración como variante del estorbo.
El ejercicio de sectarismo llegó a tal punto que el presidente se ausentó de la votación y ni siquiera hizo uso del sufragio telemático por no sumarlo al de los adversarios. Pero se tragó los escrúpulos y aceptó el respaldo que necesitaba para eludir el rechazo de sus aliados, cuya intransigencia amenazaba con embarrancar la reforma del ‘sí es sí’ y desatar un caos parlamentario difícil de explicar al electorado. Más o menos como hizo Patxi hace catorce años, cuando se dejó investir por los populares tras haber insultado a Rajoy en el funeral de Isaías Carrasco. Algo así como «nos dais asquito pero si nos hacéis un regalo lo trincamos».
Podemos, por supuesto, hurgó en la herida. Se atrincheró en la defensa de su ley con terquedad numantina y presentó su obstinación como una actitud digna frente a un PSOE acorralado por la evidencia de su minoría. El partido de Iglesias sacó pecho de la soledad de sus ministras porque era consciente del remordimiento sanchista. Se mantuvo en la trinchera ideológica mientras sus colegas de Gabinete transigían, y eso es un activo en esta izquierda acostumbrada a traducir su sentimiento de superioridad moral en el rigor purista de una estricta disciplina banderiza. Henchida de orgullo, la portavoz ‘podemita’ se permitió acusar al otro sector de la coalición de alineamiento machista. Ahí duele: para el credo del progresismo, la tentación de transversalidad constituye una suerte de traición política.
Como estamos en Cuaresma, procede el símil de los costaleros de cuadrilla ajena que se han metido bajo la trabajadera de Sánchez para ayudarlo a recorrer su particular estación de penitencia. En cualquier sitio ese gesto merecería un detalle recíproco de gratitud o de deferencia pero al interesado sólo le genera una enojosa sensación de humillación y vergüenza. Al menos ahora el PP, que pudo dejarlo solo y abrir en la cohesión del Ejecutivo un grave roto, de esos que no hay manera de coser sin arriesgarse a un ridículo histórico, habrá aprendido lo que significa para su rival eso de «arrimar el hombro»: darle pan y permitir encima que te llamen tonto.